Capítulo XLIV

Ainara

Volver a ver a Adrik después de todos estos años fue como recibir un golpe directo en el estómago: me dejó sin aire y con la mente nublada, aun así, hice lo que mejor sé hacer y fingí que su presencia no me afectó en absoluto.

Mentí. En verdad me estaba muriendo por correr y abrazarlo, o golpearlo, o gritarle en su cara lo idiota que fue al alejarse como lo hizo; al exponerse de esa forma tan tonta y valiente al mismo tiempo, que de solo recordar aquel día en que salió de la aldea en busca de su propio camino mis piernas vuelven a temblar con el mismo terror que me paralizó como a un jodido venado deslumbrado por las luces de un faro.

Verlo de nuevo revivió cada una de las noches que pasé en vela imaginando lo peor, así como ese escalofrío tan familiar que me recorrió de pies a cabeza como cada vez que sus ojos se posaron sobre los míos.

Estaba tan cambiado, tan arrolladoramente transformado en un hombre, que por poco y cedo al impulso de arrojarme a sus brazos y dejarme llevar
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