Hestia iba mirando por la ventana del auto. Entonces, al ver el lugar donde Heros la había traído, sus ojos verdes se cristalizaron y sintió una emoción en su pecho. No pudo evitar moldear una sonrisa de alegría.—¿Por qué aquí? —preguntó Hestia. Era el parque donde se había encontrado con aquella familia.—Supe que te gustaba. Así que, había preparado un pícnic para nosotros tres y Deméter, pero ahora somos cuatro —dijo Heros, mientras estacionaba el auto. Se bajó para ayudarla y los dos estuvieron percibieron la brisa fresca del ambiente—. Tú te mereces todo y yo no voy a ahorrar en dártelo. —Le dio un cálido y apacible beso a Hestia.Ambos caminaron hacia el sitio donde los esperaba Deméter, con el mantel, la comida y demás alimentos ya organizados.—¿Nino o niña? —preguntó la diosa rubia, sin disimular su interés—No uno —dijo Hestia, con altanería.—Gemelas —dijo Heros, dando la información pertinente.—¿En serio? —dijo Deméter, emocionada. Le dio un abrazo a su hermana—. Felicit
La preciosa mujer, de aspecto divino, se encontraba en su glamuroso despacho ejecutivo. El paisaje soleado de la ciudad, se veía a su espalda, en las grandes ventanas del rascacielos administrativo. Estaba sentada en su cómoda silla de oficina, frente a su alargado escritorio de madera pulida de tono ébano. Era la CEO y dueña de su propia empresa, siendo la accionista mayoritaria de la misma. Hestia Haller era hija primera de una familia distinguida y adinerada, de raíces francesas y alemanas; pero había construido su corporación financiera de inversiones, con sudor, trabajo y una diestra habilidad para las matemáticas y la psicología, porque le gustaba el dinero y ser capaz de influenciar en las demás personas, sin que ellos se dieran cuenta de que estaban siendo manipulados. Era rebelde y le gustaba ser libre, por eso se había apartado del dominio de sus padres. Siendo así, considerada la oveja negra, por no acatar órdenes de nadie. Pero sus ascendientes no se preocuparon por eso, po
Los sentidos de Hestia se dispararon ante la sorpresa. Sus oscuras pupilas se dilataron en iris verdoso, y los vellos de su blanca piel, se erizaron en alarma. Era su cuerpo activando su mecanismo de defensa por el estupor. Sin embargo, con un semblante inexpresivo, se acomodó en su silla y volvió a su postura normal. Se recogió la manga de su saco y miró la hora en su reloj, suizo, plateado, con detalles dorados. Eran, apenas, las nueve de la mañana; no le gustaba que la molestaran en su tiempo laboral. —Permiso para entrar a su oficina, directora —dijo una voz femenina y dócil, al otro lado de la línea. —Entra —respondió Hestia, sin esfuerzo, exponiendo su ligero acento francés. Su nación natal era Francia, pero había decidido a mudarse a su país actual, donde se había convertido en la fundadora, dueña, directora general y presidente ejecutiva de corporaciones Haller, a la que todos le apodaban como la jefa. Hestia volvió a colocar el auricular en la base, para terminar la llamada
Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pizca de remordimiento.Al concluir su hora de trabajo, marchó a las afueras de las instalaciones del imperioso rascacielos de corporaciones Haller. Su dúo de guardaespaldas y su chofer la esperaban fuera del carro, con sus cabezas gachas, a pesar de que eran más altos que ella, se postraban ante su majestuosa presencia. El conductor le abrió la puerta trasera del vehículo, como una reina que iba a embarcar su carruaje real.La inevitable noche hacía alarde e
Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su
—Me gusta aprenderlos. Pero se nota que su pronunciación es nativa. A mí no me sale tan natural —dijo Heros, con cortesía. El semblante de mujer madura resaltaba en los preciosos rasgos faciales de ella. En cierto modo, se limitaba con las palabras y sus acciones, porque debía tratarla con más respeto. Además, que en el torso, se podían apreciar de forma erótica los grandes pechos, que exponía con sutileza por la parte superior, al dejarse el saco del traje abierto, mostrando el sujetador. Era difícil ignorar las voluminosas virtudes de esa encantadora señora. Debía mantenerse firme y no caer en esas esponjosas tentaciones. Aunque mirarla al pecho o la cara, generaban la misma sensación de hipnosis, debido a que era demasiado linda en cada aspecto posible. Sin mencionar que cabello rojo ondulado, también le otorgaba excentricidad, que complementado con los ojos verde esmeralda, la convertían en una diosa descendida de los cielos. No sabía que le fascinaban tanto esos tonos combinados,
Heros dio un paso hacia atrás. Eso era lo menos que había querido, molestar a la jefa de su prometida, porque pudo haberla metido en problemas, y luego Lacey se podría molestar con él. Sus mejillas palidecieron, más de lo que ya eran.—Lo siento —comentó él, con apuro—. No quise importunarla.—En lo absoluto —dijo Hestia, con normalidad.Era claro, que su atención había sido captada por ese joven, que era lo más tierno que había podido encontrarse. Sería algo estimulante jugar con un ingenuo y encantador muchacho. ¿Cuántos años debía tener? Su brecha de edad se notaba con claridad; Eros apenas era un niño, y disfrutaría robándoselo a Lacey. En algunas ocasiones no apreciábamos a nuestros seres queridos, por tener esa sensación de seguridad y pertenencia; sabíamos que esa otra persona estaba tan enamorada de nosotros, que era imposible perderlo, porque siempre estaba ahí, al lado, a pesar de todas las cosas. Pero cuando veíamos que ese alguien se alejaba y ya no muestra ese interés, en
—Quisiera algo sin tanta grasa y mucha ensalada —dijo Heros, atreviéndose a compartir sus planes con la bella mujer madura.Hestia arrugó el entrecejo y obtuvo una puerta abierta, para seguir dialogando con el chico.—¿Dieta? —preguntó Hestia, con normalidad.—Sí, pero también tengo pensado hacer ejercicio, para estar en forma el día de la boda —comentó Heros, encogiéndose de hombros. Su figura, poco atlética, lo acomplejaba y no se sentía seguro al estar en un entorno de muchas personas. Lo iba a hacer por Lacey, y luego por él.—Ya veo. Si es así, puedo recomendarte un gimnasio, para que goces de las más sofisticadas máquinas de entrenamiento —dijo Hestia, conectando con el adorable muchacho. Eso no le parecía mal. No era que se viera poco atractivo, pero sí él lo había decidido, podría ayudarlo con todo gusto—. Hasta podría convertirme en tu preparadora física y también te podría llevar con la mejor nutricionista deportiva.Heros se sintió bastante exigido con tantas recomendacione