Los sentidos de Hestia se dispararon ante la sorpresa. Sus oscuras pupilas se dilataron en iris verdoso, y los vellos de su blanca piel, se erizaron en alarma. Era su cuerpo activando su mecanismo de defensa por el estupor. Sin embargo, con un semblante inexpresivo, se acomodó en su silla y volvió a su postura normal. Se recogió la manga de su saco y miró la hora en su reloj, suizo, plateado, con detalles dorados. Eran, apenas, las nueve de la mañana; no le gustaba que la molestaran en su tiempo laboral.
—Permiso para entrar a su oficina, directora —dijo una voz femenina y dócil, al otro lado de la línea.
—Entra —respondió Hestia, sin esfuerzo, exponiendo su ligero acento francés. Su nación natal era Francia, pero había decidido a mudarse a su país actual, donde se había convertido en la fundadora, dueña, directora general y presidente ejecutiva de corporaciones Haller, a la que todos le apodaban como la jefa.
Hestia volvió a colocar el auricular en la base, para terminar la llamada. Se acomodó un mechón de su ondulado cabello rojizo con elegancia.
—Señora Haller, ¿puedo hablar con usted un momento? —comentó una linda muchacha, de melena castaña y ojos cafés.
Lacey West era la secretaria ejecutiva de la CEO de la empresa. Nada más compartían una relación de jefa y empleada, en la que solo dialogaban sobre asuntos laborales. Llevaba puesto un vestido negro y tacones de gruesos. Sostenía en sus manos, lo que parecía ser un sobre de paquete azul y una hoja de papel impresa.
—¿Novedades de los socios o los inversionistas? —preguntó Hestia, con seriedad. Se quitó las gafas con lentitud y clase, mientras sus ojos verdes, relucieron piedras preciosas al sol.
—No, mi señora, lo que me motiva a venir a su oficina es… —Lacey bajó su cabeza con ligereza, manifestando su puesto en la cadena de mandos empresarial. Dudó en sí debía decirlo, pero era urgente y no podía posponerse. Tragó saliva y al fin se atrevió a comentarlo—. Este año voy a casarme.
Hestia no se inmutó ante las palabras de su secretaria; poco lo que importaba lo que hiciera o no hiciera con su vida. Era superfluo para ella ese tema.
—¿Y qué quieres que haga? Soy tu jefa, no tu sacerdote de ceremonia de bodas —dijo Hestia, con antipatía y menosprecio al futuro evento nupcial de su emplead.
La implacable jefa no creía en cuentos de matrimonio y que vivieron felices para siempre. Solo eran tonterías y patrañas de películas, que ni siquiera eran para niños. “En la salud y en la enfermedad”, sonrió de forma casi imperceptible a la vista al pensar en esas absurdas cursilerías; no se necesitaba un anillo de compromiso en la mano izquierda y otro en el anular derecho, para ir a la cama y disfrutar del mayor placer de la carne. La intimidad, solo era para desbordarse de las sensaciones y no se necesitaba que de un marido para revolcarse como animales bajos las sábanas. Un aura de demonio la cubría, como un manto rojo. Finos cuernos le salieron en la frente, una cola puntiaguda en la espalda y un trinche en su mano. Apagó sus pensamientos y volvió a la aburrida realidad.
—Es que quisiera invitarla —dijo Lacey, con timidez. Se acercó con temor al escritorio de madera pulida de ébano y le entregó el sobre azul, que estaba cargando.
Hestia lo recibió por mera cortesía. Ya sabía qué haría cuando se marchara; porque no le gustaban las ceremonias de bodas, ni ver como dos ilusas personas se juraban amor eterno y se amarraban la soga al cuello, por iniciativa propia. Pensó que su secretaria se iría luego de eso, pero divisó que todavía sostenía un papel. Así que, era obvio que tenía que contarle otro asunto. Si no fuera por el consolador, que había introducido en su entrepierna, hubiera gastado todo el tiempo del mundo. Sin embargo, nada más deseaba que se largara con prontitud y la dejara gozar de su corta liberación del estrés y el aburrimiento. Aunque, ya ni los consoladores la dejaban satisfecha. Anhelaba algo más robusto, que la hiciera sentir. Pero no solo eso, también que la comieran por todo el cuerpo, en tanto la complaciera y la llenara de besos, cariño y de placer. Nada de amor, palabras bonitas y cursilerías, solo apasionadas y profundas sesiones de concubinato
—¿Algo más? —preguntó Hestia, con voz neutra. Estaba conteniendo sus inmensas ganas de echarla fuera su oficina, por importuna e ingenua.
—Es que, mañana será el quinto aniversario de nuestro noviazgo, y quisiera que me firmara una petición, para adelantar el trámite de mi permiso —comentó Lacey, con temor. Se encogió de hombros al finalizar su confesión. En las cuatro ocasiones pasadas, todavía no trabajaba para Hestia y así, en otros lugares, había construido una excelente hoja de vida y experiencia, que la hizo ganarse el puesto de secretaria ejecutiva en corporaciones Haller, sirviendo de manera directa a la misma CEO de la empresa.
Hestia apretó los puños, para aguantarse el enojo de tal solicitud. En su corporación no había atajos, ni privilegios para nadie. Eso era algo que no le gustaba.
—Las licencias son en el departamento de recursos humanos, no conmigo —dijo Hestia, con apatía y severidad.
—Sí, mi señora, es que lo pedí a principio de mes, y creo que se demoraran en aprobarlo, porque todavía no estamos a la mitad de los treinta días. Si usted me da su firma, ellos me darían la autorización hoy mismo.
Hestia quería expresar lo que pensaba al respecto. Pero ya que se había tomado la molestia de invitarla al matrimonio, y sobre todo, porque quería que se marchara, para poder concluir su lascivo momento. Así que, hoy era el día de suerte de su inoportuna secretaria, porque con la escasa gracia que tenía, le otorgaría la dichosa firma.
—Aquí tienes —dijo Hestia, al finalizar el grabado de su nombre en el papel—. Ya puedes retirarte.
—Muchas gracias, señora Hestia. Usted es la invitada de honor.
Lacey hizo una reverencia, mientras mostraba su felicidad al lograr su cometido. Salió del despacho con rapidez y regresó a su sitio de trabajo. Se aseguró de que nadie la estuviera observando, y entonces, al estar en solitario, cambió la expresión en su bello rostro juvenil a uno perverso y astuto. El peor momento de su día, era cuando tenía que ver o hacerle algo a la fastidiosa de su jefa, que se la veía por encima del hombro, como si fuera escoria. Esa mujer arrogante era una arpía, en que las pocas veces que hablaba, destilaba veneno, similar a una cascabel real. Agradecía que ya pronto entraría a la vejez y tendría que caminar con un bastón. Entonces rio en silencio, ante su pensamiento; insultar y hace chistes de su horrible jefa, era lo más rescatable de su trabajo. Al principio, no había pasado nada con la directora Hestia, pero luego le fue tratando como un trapo sucio, en la que castigaba y exhortaba, hasta por respirar. Su más grande deseo era que le sucediera algo, para que perdiera su cargo, y un atractivo, hermoso y dominante hombre, como en las novelas, ocupara el puesto de CEO, para vivir su historia de amor. No obstante, en la realidad se había venido a topar con esa malhumorada y detestable senil.
—Vieja bruja —susurró Lacey, moviendo con ligereza sus labios. Le fastidiaba el hecho de actuar como una estúpida, dócil y obediente, sumisa, ante su jefa, la que tenía el cabello, como antorcha roja—. Tonta, anciana. Lo bueno es que tienes mucho dinero para tu acilo de abuela. Y ni siquiera solicité la licencia a principio de mes, estúpida. —Moldeó una macabra sonrisa. Sabía que su jefa no iría a su boda y que pasaba más ocupado en otras cosas, que en averiguar la autorización de una de sus trabajadoras; por lo que había decidido obtener un permiso veloz, con la ayuda de una practicada actuación. Quizás, en otra realidad, era una estrella de Hollywood. Sacó su teléfono y le marcó al que era su “Corazón”, para darle la buena noticia—. Aló. Ya tengo la firma de la momia. La muy tonta cayó redondita. Nos vemos mañana, mi amor. Espero que no me desilusiones con la sorpresa que vas a dar. Te amo. —Ubicó el móvil al frente de su boca y realizó el ruido de un beso al aire.
Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pizca de remordimiento.Al concluir su hora de trabajo, marchó a las afueras de las instalaciones del imperioso rascacielos de corporaciones Haller. Su dúo de guardaespaldas y su chofer la esperaban fuera del carro, con sus cabezas gachas, a pesar de que eran más altos que ella, se postraban ante su majestuosa presencia. El conductor le abrió la puerta trasera del vehículo, como una reina que iba a embarcar su carruaje real.La inevitable noche hacía alarde e
Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su
—Me gusta aprenderlos. Pero se nota que su pronunciación es nativa. A mí no me sale tan natural —dijo Heros, con cortesía. El semblante de mujer madura resaltaba en los preciosos rasgos faciales de ella. En cierto modo, se limitaba con las palabras y sus acciones, porque debía tratarla con más respeto. Además, que en el torso, se podían apreciar de forma erótica los grandes pechos, que exponía con sutileza por la parte superior, al dejarse el saco del traje abierto, mostrando el sujetador. Era difícil ignorar las voluminosas virtudes de esa encantadora señora. Debía mantenerse firme y no caer en esas esponjosas tentaciones. Aunque mirarla al pecho o la cara, generaban la misma sensación de hipnosis, debido a que era demasiado linda en cada aspecto posible. Sin mencionar que cabello rojo ondulado, también le otorgaba excentricidad, que complementado con los ojos verde esmeralda, la convertían en una diosa descendida de los cielos. No sabía que le fascinaban tanto esos tonos combinados,
Heros dio un paso hacia atrás. Eso era lo menos que había querido, molestar a la jefa de su prometida, porque pudo haberla metido en problemas, y luego Lacey se podría molestar con él. Sus mejillas palidecieron, más de lo que ya eran.—Lo siento —comentó él, con apuro—. No quise importunarla.—En lo absoluto —dijo Hestia, con normalidad.Era claro, que su atención había sido captada por ese joven, que era lo más tierno que había podido encontrarse. Sería algo estimulante jugar con un ingenuo y encantador muchacho. ¿Cuántos años debía tener? Su brecha de edad se notaba con claridad; Eros apenas era un niño, y disfrutaría robándoselo a Lacey. En algunas ocasiones no apreciábamos a nuestros seres queridos, por tener esa sensación de seguridad y pertenencia; sabíamos que esa otra persona estaba tan enamorada de nosotros, que era imposible perderlo, porque siempre estaba ahí, al lado, a pesar de todas las cosas. Pero cuando veíamos que ese alguien se alejaba y ya no muestra ese interés, en
—Quisiera algo sin tanta grasa y mucha ensalada —dijo Heros, atreviéndose a compartir sus planes con la bella mujer madura.Hestia arrugó el entrecejo y obtuvo una puerta abierta, para seguir dialogando con el chico.—¿Dieta? —preguntó Hestia, con normalidad.—Sí, pero también tengo pensado hacer ejercicio, para estar en forma el día de la boda —comentó Heros, encogiéndose de hombros. Su figura, poco atlética, lo acomplejaba y no se sentía seguro al estar en un entorno de muchas personas. Lo iba a hacer por Lacey, y luego por él.—Ya veo. Si es así, puedo recomendarte un gimnasio, para que goces de las más sofisticadas máquinas de entrenamiento —dijo Hestia, conectando con el adorable muchacho. Eso no le parecía mal. No era que se viera poco atractivo, pero sí él lo había decidido, podría ayudarlo con todo gusto—. Hasta podría convertirme en tu preparadora física y también te podría llevar con la mejor nutricionista deportiva.Heros se sintió bastante exigido con tantas recomendacione
Así, los dos compartieron de un auténtico banquete de dioses. El escolta regresó con lo que su señora le había mandado a buscar. Hestia le entregó la tarjeta y continúo hablando con Heros, quien era capaz de sostenerla y sobrellevar el hilo de la conversación. A veces hablaban en francés, mientras le comentaba técnicas, para pronunciar mejor el acento, como el uso de la lengua. Aunque lo más práctico hubiera sido enrollarla con la de él, mientras intercambiaban saliva. Las horas pasaron volando en el reloj. El atardecer ya dominaba el inmenso firmamento. No se habría interesado en Heros, si Lacey no la hubiera engañado, pero era agradable, cómodo y liberador estar con el joven, porque podía mostrarse de una manera diferente, a la que estaba acostumbrada a serlo. Era, como si pudiera, desnudarse en total confianza frente a Heros, porque él no estaba al pendiente de sus errores, para exponerla o juzgarla; más bien la veía como una figura de donde aprender debido a su experiencia. Tal ve
Heros permanecía aturdido e inmóvil, estupefacto. Las facciones de su rostro eran como adormecidas. La voz de la mujer podía agotar el cerebro del hombre. Era como si estuviera hipnotizado. El brillo en sus ojos cerúleos, se había apagado a través de los lentes de sus gafas, al caer en el hechizo de la diosa griega, que ya se relamía los labios al ver a su presa indefensa, porque había perdido la voluntad. No obstante, el sonoro timbre de su celular lo hizo regresar en sí. Pestañeó con rapidez y advirtió a Hestia frente él. Logró despertar del encantamiento y salió del estado de trance. Giró su cabeza hacia el lado contrario y pudo evitar el beso de Hestia. Se puso de pie con su expresión seria y severa. En su cabeza sonaba un pitido y sus sentidos todavía recuperándose. Su mundo daba vueltas, estaba mareado y se hallaba distante de la realidad. Sus manos temblaban de lo que pudo haber sucedido. Inhaló con lentitud por la nariz y soltó su respiración por la boca. Miró a Hestia, con un
Hestia explicó a Lacey las tareas que le había preparado. No la dejaría descansar y le colocaría tantos mandatos como pudiera, así la mantendría ocupada y agotada, para que no interviniera en sus asuntos. Ya, de por sí solo, sería complicado seducir a Heros.—Eso es todo, puedes retirarte —dijo Hestia, de forma imperativa. Pero se había percatado de las reiterativas miradas de la traidora al paquete que había dejado su bello Heros en su auto. Los dulces eran finos y costosos. Sin duda alguna, su tierno chico se había esforzado en comprárselas a Lacey. No obstante, ella no merecía probar ni uno solo—. ¿Conoces esta marca? —preguntó, abriendo la caja y agarró uno con sus dedos.Hestia había estado pensado en quién le había podido regalar esos detalles a su jefa, quien no era famosa por ser emocional o amorosa, y tampoco había escuchado el chisme de que tuviera algún enamorado. No había recibido esa información de parte de las demás trabajadoras.—Sí, la conozco, mi señora. Es mi favorit