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3. Encuentro destinado

Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.

Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su pareja, quedó pasmada y congelada, como una escultura humana. Palideció, como si hubiera visto a un fantasma o al mismo demonio hecho persona. Un frío le recorrió el pecho y una extraña sensación de hormigueo, le viajó por los brazos. Sin embargo, salió con prontitud de su estado de aturdimiento.

—Jefa —dijo Lacey, en tono bajo. Movió la cabeza en negación, porque pocos le decían de esa manera—. Señora Haller. —Fingió una rebuscada sonrisa en su boca—. ¡Qué casualidad! No sabía que usted venía a este restaurante.

Hestia le dio una veloz y desinteresada ojeada a la pareja. Así que, ese era el prometido de su secretaria; era el que la había tropezado. Él tenía un traje de etiqueta sin corbata y una camisa blanca por dentro. El cabello sepia lo tenía peinado y los ojos, eran de tono café oscuro. Era atractivo, pero nada del otro mundo; era ordinaria y se le notaba lo fácil que podría hacerlo caer ante sus pies. Era más, sin haber movido un solo dedo, ya insinuaba con los gestos su atracción por ella. Patético. Lo que necesitaba era un desafío, un hombre que pudiera ser capaz de resistirse a su encantadora belleza, y que, al menos, necesitara hacer algo para tenerlo. Se giró con levedad hacia ellos.

—Sigue disfrutando del aniversario con tu prometido —dijo ella, con voz seca y cortante—. ¿Podrías recordarme tu nombre? —Levantó su hermoso, expresando superioridad. Era su castigo, porque el ordinario prometido, la había chocado de camino al baño.

—Lacey West, señora Haller —dijo ella, fingiendo una sonrisa de oreja a oreja, mientras se tragaba el orgullo y la dignidad por esa odiosa mujer. Agachó su cabeza, manifestando su sumisión.

—Lacey, habrá muchas tareas que hacer cuando vuelvas al trabajo.

Hestia se dio media vuelta, como una inalcanzable soberana, y se subió a su auto, que ya había sido estacionado frente al sitio. Los había dejado a ellos dos, para que continuaran el dichoso cumpleaños de su relación.

Lacey apretaba los dientes y los puños. Su cara, encolerizada, mostraba su rabia. Y lo peor era, que no podía hacer nada. Pero, llegaría el momento en que tendría que devolverle las humillaciones al vejestorio de cabello de antorcha. Como odiaba a su jefa, si pudiera la estrujaría con sus propias manos, para arruinarle ese lindo rostro operado.

—Oye, ¿no me habías dicho que tu jefa era una anciana, fea y amargada? —comentó el hombre, extrañado. La jefa de su prometida era madura, pero la había imaginado de otra manera, no como esa diosa griega, que estaba como para tener cien hijos.

—Sí, así fue. Tiene treinta y cinco años; ya está vieja —contestó Lacey, con enojo y desprecio a su superior.

—Vaya, si así son las abuelas de hoy en día, creo que me tendré que conseguir una —dijo él, expresando su fascinación por Hestia.

—Cállate, no la menciones. Ella no debió estar aquí. Suerte que sé, que no irá a mi boda —dijo Lacey, suspirando con tranquilidad—. Arruinó nuestro aniversario. —Bufó con molestia.

—¿Hay algún inconveniente con ella? —preguntó él, con tono incitador.

—No, ninguno —respondió Lacey, malhumorada.

—Todavía te tengo otra sorpresa —dijo él, susurrándole al oído—. ¿La quieres?

Lacey, quien estaba molesta hace pocos segundos, mostró su dentadura blanca, al sonreír con complicidad con su pareja. No iba a dejar que su jefa la arruinara la fiesta.

—Claro que sí, mi amor —respondió Lacey—. No nos molestemos por esa señora. Suficiente tengo con soportarla de lunes a sábados, casi todo el día, como para este en su merecido descanso, en que nada más tenía que estar disfrutando, porque se lo merecía.

—Entonces, vayamos a continuar nuestra celebración por el resto de la tarde.

La pareja de novios abordó su coche y fueron hasta el lugar que habían planeado. Sin saber, que desde la distancia y sin dejar verse, Hestia los había seguido y los había visto entrar a un motel barato. Observaba a los prometidos, con su semblante inmutable. No tardó mucho en avisarle al chofer, para que llevara a su empresa, en la que el resto de la tarde, no ocurrió nada interesante para ella.

Al día siguiente, justo en la misma hora del almuerzo, Hestia salía de la corporación, para ir a almorzar. Sin embargo, las nubes habían tapado los rayos del sol, y hubo una refrescante sombra. El viento se hizo fresco, como advirtiendo de lo que estaba por suceder. Dos personas que no se conocían y que pertenecían a niveles sociales diferentes; una diosa nacida en cuna de diamante y un modesto joven, que había nacido en una pediátrica, como la mayoría de los mortales.

Hestia caminaba con distinción, debido a que su belleza resaltaba por encima de las demás personas. Robaba suspiros y miradas, pero se encontró de frente, con un muchacho que no la estaba viendo a ella. Era un hombre, con un aura de luz distinta a la multitud. El cabello marrón, lo tenía peinado como auténtico nerd. Llevaba puestas, gafas de antirreflejo, en las que el lente cambió a violeta. En las manos traía una caja con forma de corazón, sellada con una cinta de regalos y una rosa roja. No distinguía, como un modelo de revista, porque era un gordiflaco, se le notaba en los cachetes, aunque a simple vista, manifestaba una silueta delgada. Vestía insípida ropa casual, que de segura había adquirido en un almacén de cuarta. Entonces, ¿por qué él no había quedado embelesado con ella, como las demás personas que estaban en el sitio? Ni magnate, millonarios o directoras, se habían podido resistir a sus encantos. ¿Cómo era que un desconocido y un don nadie, ni siquiera la prestaba atención? Eso solo se podía significar dos cosas; era gay, o estaba enamorado con sinceridad de otra mujer, o de un chico, sí era lo primero. Esa situación no podía quedarse así, por lo que provocó que sus brazos se chocaran y dejó caer su bolso de mano. Observó cuando el muchacho se agachó a recogerla, sin dudar en hacerlo. Entonces, se puso de frente a ella. Era bastante grande, por eso podía disimular su físico fuera de forma. Los ojos, que tenía protegidos por los lentes, eran cerúleos, como los de alta mar. Una ligera barba castaña, le nacía en la cara.

—Aquí tiene —dijo él, con amabilidad y una amplia sonrisa en su boca.

Heros Deale, apenas y se había percatado de la hechizante belleza, de la mujer de cabello rojo, ondulado. Si que era hermosa. Además de que esa resplandeciente mirada esmeralda, parecían ser como perlas verdes. Las facciones de la desconocida, eran inexpresivos, pero perfectos. La cubría un aura divina, como si no perteneciera a este mundo. Y se notaba, que lo que llevaba puesto, era costoso y fino. Quizás tenían un cargo importante en la corporación, o era una actriz, o tal vez política; ella podría decir que era hasta la misma presidenta del país, y nadie podía objetarlo.

Hestia extendió su brazo y agarró de nuevo su cartera.

—Merci pour votre aide —dijo ella, en una armoniosa pronunciación del francés, agrediéndole al chico por la ayuda. Era arrogante e imperativa, pero no maleducada, al menos en público, porque en su cuarto era una sádica ninfómana. El acento refinado, era como esa inexistente luz, que ocultaba a su alma oscura.

Heros suspiró con tranquilidad y afinó sus cuerdas vocales. Los idiomas eran uno de sus mayores intereses, debido a sus aspiraciones laborales, debí manejar el mayor número de lenguas, para poder tener un mayor porcentaje en de éxito sus negocios y rango de expansión.

—De rien —dijo él, con un acento medio refinado. Debía practicar más la pronunciación.

—Hablas francés. Interesante —dijo Hestia, complacida y un poco sorprendida por el joven. No solo se veía como un intelectual, sino que sí era inteligente. Estaba segura de que guardaba más cosas relevantes. ¿Este era el consuelo que le había mandado el Hado? Entonces, lo pondría a prueba, porque tal vez, este podría ser su encuentro con el destino.

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