Así, los dos compartieron de un auténtico banquete de dioses. El escolta regresó con lo que su señora le había mandado a buscar. Hestia le entregó la tarjeta y continúo hablando con Heros, quien era capaz de sostenerla y sobrellevar el hilo de la conversación. A veces hablaban en francés, mientras le comentaba técnicas, para pronunciar mejor el acento, como el uso de la lengua. Aunque lo más práctico hubiera sido enrollarla con la de él, mientras intercambiaban saliva. Las horas pasaron volando en el reloj. El atardecer ya dominaba el inmenso firmamento. No se habría interesado en Heros, si Lacey no la hubiera engañado, pero era agradable, cómodo y liberador estar con el joven, porque podía mostrarse de una manera diferente, a la que estaba acostumbrada a serlo. Era, como si pudiera, desnudarse en total confianza frente a Heros, porque él no estaba al pendiente de sus errores, para exponerla o juzgarla; más bien la veía como una figura de donde aprender debido a su experiencia. Tal ve
Heros permanecía aturdido e inmóvil, estupefacto. Las facciones de su rostro eran como adormecidas. La voz de la mujer podía agotar el cerebro del hombre. Era como si estuviera hipnotizado. El brillo en sus ojos cerúleos, se había apagado a través de los lentes de sus gafas, al caer en el hechizo de la diosa griega, que ya se relamía los labios al ver a su presa indefensa, porque había perdido la voluntad. No obstante, el sonoro timbre de su celular lo hizo regresar en sí. Pestañeó con rapidez y advirtió a Hestia frente él. Logró despertar del encantamiento y salió del estado de trance. Giró su cabeza hacia el lado contrario y pudo evitar el beso de Hestia. Se puso de pie con su expresión seria y severa. En su cabeza sonaba un pitido y sus sentidos todavía recuperándose. Su mundo daba vueltas, estaba mareado y se hallaba distante de la realidad. Sus manos temblaban de lo que pudo haber sucedido. Inhaló con lentitud por la nariz y soltó su respiración por la boca. Miró a Hestia, con un
Hestia explicó a Lacey las tareas que le había preparado. No la dejaría descansar y le colocaría tantos mandatos como pudiera, así la mantendría ocupada y agotada, para que no interviniera en sus asuntos. Ya, de por sí solo, sería complicado seducir a Heros.—Eso es todo, puedes retirarte —dijo Hestia, de forma imperativa. Pero se había percatado de las reiterativas miradas de la traidora al paquete que había dejado su bello Heros en su auto. Los dulces eran finos y costosos. Sin duda alguna, su tierno chico se había esforzado en comprárselas a Lacey. No obstante, ella no merecía probar ni uno solo—. ¿Conoces esta marca? —preguntó, abriendo la caja y agarró uno con sus dedos.Hestia había estado pensado en quién le había podido regalar esos detalles a su jefa, quien no era famosa por ser emocional o amorosa, y tampoco había escuchado el chisme de que tuviera algún enamorado. No había recibido esa información de parte de las demás trabajadoras.—Sí, la conozco, mi señora. Es mi favorit
Un hombre con atuendo todo oscuro, similar a un espía, con un pasamontañas que le ataba el rostro, vigilaba desde lejos y oculto, a lo que acontecía. Entonces, envió un mensaje: “Tarea completa”. Hestia estaba sentada en un suave sofá en el balcón de su suite. Llevaba puesto una túnica semitransparente y ropa interior de encaje negra. Sostenía en su derecha una copa de cristal, medio llena de vino. Observaba el panorama de la resplandeciente ciudad desde el piso más alto del rascacielos, como una maravillosa diosa griega mirando a los mortales desde el monte Olimpo. La pantalla de su móvil se iluminó al recibir una notificación. Lo levantó con su mano izquierda y manifestó una sonrisa tensa en sus carnosos labios. Era una mujer mala, por lo que había hecho, sí. Pero era que nunca había sido buena. No le importaba lo que pensaran los demás, iría con todo para obtener su presa. Había sido cruel y nefasta, con un inocente, que no tenía la culpa de nada. Sin embargo, necesitaba destrozar
—Yo… —dijo él. Esa sola palabra la emitió de manera forzada; apenas y pudo pronunciarla.Heros intentó colocarse de pie. Pero, ni siquiera podía levantarse; no tenía fuerzas para hacerlo, por lo que no podía evitar la presencia de esa preciosa mujer.—Es normal sentirse mareado, si no estás acostumbrado a hacer ejercicio —comentó Hestia, con amabilidad—. El viento del abanico te servirá a que se te pase más rápido—. Ahora estás pálido.Heros endureció las facciones de su rostro y tuvo que aceptar la ayuda de Hestia. Aunque, tampoco podía rechazarla, ya que estaba exhausto y sin energías. Al pasar los minutos, sus sentidos se fueron normalizando. Sudaba bastante, más que cuando estaba caminando en la máquina. Sentía su torso y su cuello frío. Pero ya respiraba menos agitado.—Gracias —dijo Heros, dedicándole una ligera mirada a la diosa—. Ya debo irme. —Se puso de pie y caminó varios metros. Sin embargo, se detuvo y se dio media vuelta—. ¿Por qué me estaba buscando? Las cosas entre nos
Hestia llevó a Heros a un médico nutricionista, para que le diera una dieta óptima para él.Heros fue pesado y medido, por parte del doctor. ¿Y quién era la persona que lo acompañaba en este proceso? Hestia Haller, una mujer que no conocía, hasta hace pocos. Luego, fueron al supermercado. Llevaba el carrito, mientras veía a Hestia, agarrar cualquier cosa de los estantes y lo arrojaba dentro de coche. Arrugó el entrecejo, y sonrió con diversión.—¿Habías hecho mercado antes? —preguntó Heros, sin poder contener su humor.—No, jamás lo había hecho. ¿No es solo agarrar, echar y pagar por lo que gustes? —contestó ella, con disimulada arrogancia—. Es hasta divertido hacerlo.—No, esa no es la manera —respondió Heros, de modo cortes—. ¿Puedo? Quizás, yo también te pueda enseñar algunas cosas.—Adelante —dijo Hestia, complacido con el muchacho—. No me niego a prender. El conocimiento, siempre es bienvenido.Hestia había cambiado de puesto con Heros; ella era quien conducía el carrito de compr
Así, los dos terminaron su día, más distanciados que cercanos. La conversación entre ambos, no fluyó como en otras ocasiones. Había silencio y ninguno se veía de forma directa a los ojos.Heros iba en el asiento trasero del auto, junto a Hestia. Desde que había iniciado, ella lo traía y lo dejaba cerca del lugar donde vivía. Miraba a la preciosa Hestia, de manera disimulada. ¿Por qué la parecía más hermosa y encantadora que nunca? Era como si se hubiera quitado una venda de la cara, en el que por cualquier ángulo que la detallara, solo podía atestiguar esa magnífica belleza celestial. Su corazón latió de una forma diferente y percibió en su torso una especie de vacío, acompañado de inquietud. Sí, estaba nervioso, como cuando estaba al lado de la chica que le gusta y no sabía qué hacer, para poder charlas con ella. En las ocasiones pasadas, había podido empezar un diálogo fluido y ameno. Sin embargo, en esta ocasión, no sabía cómo empezar. No entendía; se suponía que su relación había
Hestia estaba excitándose de nuevo. No había llegado a imaginar, que simples mensajes fueran así de estimulantes. Era distinto a estar en persona, ya que se mantenía el suspenso y la intriga, de lo que fuera a responder el otro. Su tierno conejito, tenía el poder de encenderla, sin siquiera tocarla.Heros ni siquiera lo dudó; confiaba en Hestia. Además, que ella ya lo había hecho, por lo que era justo y también deseaba hacerlo. Era como si una cadena de timidez, se hubiera quebrado en su interior. Se puso de pie y se alzó el suéter, para regresarle la foto, con una de su abdomen marcado y su bello rostro. Respiraba de manera acelerada, cuando sacó una foto de su bóxer, en el que se manifestaba su erguido atributo. Debido a tanta adrenalina recorriéndole las venas, lo hizo llegar a un estado de trance, en el que sus pensamientos se habían nublado. Así estuvieron por varios minutos más, hasta que recordó, por lo que había querido conversar con ella.Heros.Creo que dejé mi mochila en tu