Heros cayó encima de Hestia en el sofá de la sala de estar de la suite. Sus pesadas respiraciones se chocaban, mientras sus pieles ardían. Deslizó su mano por los suaves muslos de Hestia a través del majestuoso vestido escarlata que se había colocado. Se acomodó en la entrepierna de su diosa, con su dura virtud rozando la blandura de Hestia. Las mejillas de Hestia se habían enrojecido. Había extrañado tanto los besos y el olor del cuerpo de Hestia. Ese aroma lo embriaga y lo hacía enloquecer, como si fuera un animal salvaje percibiendo las feromonas en el ambiente. Quiso seguir, pero Hestia le puso el dedo índice en la boca.—Espera —dijo Hestia, doblegando su impulso de querer estar con Heros. Deseaba hacerlo, pues entre los dos, ella era la adicta concúbito. Sin embargo, en esta nueva oportunidad, empezaría haciendo las cosas bien.—¿Qué sucede? —preguntó Heros, respirando de manera uniforme.—Antes, quisiera mostrarte algo. —Moldeó una sonrisa tensa.Heros le dio un corto ósculo en
Heros se quedó viendo al bello rostro de su diosa. Entonces, al ver las lágrimas, acercó su boca hacia la cara y lamió el camino del llanto de Hestia, justo como ella lo había hecho en el auto, cuando había interrumpido el matrimonio.—No llores, yo lo haré por ti —dijo Heros, con amabilidad. Le limpió las mejillas con un pañuelo.—Debo verme muy lamentable en este momento —dijo ella, con alegría. Sentía que ahora todo estaba bien y que nada mancharía su felicidad.—Ni, aunque te esforzarás en hacerlo, podrías lucir así —dijo Heros, colocándose de pie, en compañía de Hestia. ¿Y ahora qué debía hacer? Por fin estaba con la mujer que amaba y serían padres. Sus pensamientos se quedaron en blanco. Pero luego resolvió que debía ser el mismo. Estaba seguro de que a Hestia no le gustaría que la trataran como una minusválida o que la limitaran a hacer las cosas. Conociendo la soberbia y la arrogancia, no lo permitiría.—Bueno, hasta aquí he planeado lo que sucedería. De ahora en adelante, no
—Un accidente. Solo eso —comentó Deméter, terminándose de arreglar por segunda vez en la noche. Era la anfitriona de la fiesta, por lo que no podía demorar mucho tiempo—. Veo que arreglaste las cosas con él.—Sí, ahora estamos juntos —dijo Hestia.—¿Ya sabe qué seré tía?—Sí, lo sabe.—Me alegro por ti. Espero duren para siempre, porque yo he tomado cartas en el asunto y debe ser eterno.—No te preocupes por eso. Yo me encargaré —dijo Hestia, mirando a la ingenua de Deméter, pues así era como pensaba de ella—. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien?—Una larga fila que pretende. —Deméter le guiñó el ojo.—Ya veo. ¿Y ya has estado con un hombre?Deméter se mantuvo en silencio por unos segundos.—Con varios de hecho —dijo ella, sin titubear.Hestia se mantuvo calmada al escucharla, pero luego expresó una extensa sonrisa que se convirtió en una fuerte carcajada. Sabía que era más virgen y más pura que el aceite de oliva, y que, similar a ella, no estaba acostándose con cualquiera.—Si no fueras mi her
Hestia iba mirando por la ventana del auto. Entonces, al ver el lugar donde Heros la había traído, sus ojos verdes se cristalizaron y sintió una emoción en su pecho. No pudo evitar moldear una sonrisa de alegría.—¿Por qué aquí? —preguntó Hestia. Era el parque donde se había encontrado con aquella familia.—Supe que te gustaba. Así que, había preparado un pícnic para nosotros tres y Deméter, pero ahora somos cuatro —dijo Heros, mientras estacionaba el auto. Se bajó para ayudarla y los dos estuvieron percibieron la brisa fresca del ambiente—. Tú te mereces todo y yo no voy a ahorrar en dártelo. —Le dio un cálido y apacible beso a Hestia.Ambos caminaron hacia el sitio donde los esperaba Deméter, con el mantel, la comida y demás alimentos ya organizados.—¿Nino o niña? —preguntó la diosa rubia, sin disimular su interés—No uno —dijo Hestia, con altanería.—Gemelas —dijo Heros, dando la información pertinente.—¿En serio? —dijo Deméter, emocionada. Le dio un abrazo a su hermana—. Felicit
La preciosa mujer, de aspecto divino, se encontraba en su glamuroso despacho ejecutivo. El paisaje soleado de la ciudad, se veía a su espalda, en las grandes ventanas del rascacielos administrativo. Estaba sentada en su cómoda silla de oficina, frente a su alargado escritorio de madera pulida de tono ébano. Era la CEO y dueña de su propia empresa, siendo la accionista mayoritaria de la misma. Hestia Haller era hija primera de una familia distinguida y adinerada, de raíces francesas y alemanas; pero había construido su corporación financiera de inversiones, con sudor, trabajo y una diestra habilidad para las matemáticas y la psicología, porque le gustaba el dinero y ser capaz de influenciar en las demás personas, sin que ellos se dieran cuenta de que estaban siendo manipulados. Era rebelde y le gustaba ser libre, por eso se había apartado del dominio de sus padres. Siendo así, considerada la oveja negra, por no acatar órdenes de nadie. Pero sus ascendientes no se preocuparon por eso, po
Los sentidos de Hestia se dispararon ante la sorpresa. Sus oscuras pupilas se dilataron en iris verdoso, y los vellos de su blanca piel, se erizaron en alarma. Era su cuerpo activando su mecanismo de defensa por el estupor. Sin embargo, con un semblante inexpresivo, se acomodó en su silla y volvió a su postura normal. Se recogió la manga de su saco y miró la hora en su reloj, suizo, plateado, con detalles dorados. Eran, apenas, las nueve de la mañana; no le gustaba que la molestaran en su tiempo laboral. —Permiso para entrar a su oficina, directora —dijo una voz femenina y dócil, al otro lado de la línea. —Entra —respondió Hestia, sin esfuerzo, exponiendo su ligero acento francés. Su nación natal era Francia, pero había decidido a mudarse a su país actual, donde se había convertido en la fundadora, dueña, directora general y presidente ejecutiva de corporaciones Haller, a la que todos le apodaban como la jefa. Hestia volvió a colocar el auricular en la base, para terminar la llamada
Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pizca de remordimiento.Al concluir su hora de trabajo, marchó a las afueras de las instalaciones del imperioso rascacielos de corporaciones Haller. Su dúo de guardaespaldas y su chofer la esperaban fuera del carro, con sus cabezas gachas, a pesar de que eran más altos que ella, se postraban ante su majestuosa presencia. El conductor le abrió la puerta trasera del vehículo, como una reina que iba a embarcar su carruaje real.La inevitable noche hacía alarde e
Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su