Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pizca de remordimiento.
Al concluir su hora de trabajo, marchó a las afueras de las instalaciones del imperioso rascacielos de corporaciones Haller. Su dúo de guardaespaldas y su chofer la esperaban fuera del carro, con sus cabezas gachas, a pesar de que eran más altos que ella, se postraban ante su majestuosa presencia. El conductor le abrió la puerta trasera del vehículo, como una reina que iba a embarcar su carruaje real.
La inevitable noche hacía alarde en el firmamento, exhibiendo su tranquila oscuridad. Abrazaba a una parte del planeta, mientras que otro lado estaba amaneciendo. Eso era una de las grandes encantos de la vida, el paso imparable del tiempo, en el que se atestiguaba a través del sol y la luna.
Hestia miraba los demás vehículos por la ventana, con su rostro inexpresivo. Llegó a un imperioso rascacielos y subió por el ascensor a su suite de lujo. Entonces disfrutó de una ligera cena de ensalada y frutas, en tanto les había ordenado a sus camareras personales, que le prepararan la bañera con espumas. La inevitable noche hacía alarde en el cielo de su tranquila oscuridad. Se hallaba en su grandiosa habitación en soledad, pero glamurosa. Aflojó el cierre de su falda y la dejó caer al piso. Luego se despojó de su saco con lentitud. Ahora mostraba con su ropa interior de encaje negro y su artística silueta. Su figura voluptuosa y envidiable, podría encantar a hombres y mujeres por igual. Su abdomen plano, estaba definido de manera atlética, debido a que era amante del gimnasio. Se retiró las medias que le tapaban las piernas. Se limpió el maquillaje en su hermoso rostro y se puso ropa deportiva. En sus orejas había colocado unos audífonos, mientras escuchaba música relajante. Encendió la caminadora eléctrica e inicio a correr de forma lenta, para luego ir aumentándola. El sudor había mojado sus prendas, en tanto le bajaba por la frente y por el vientre. Destapó su termo y tomó agua, para calmar su sed y refrescar su garganta reseca. Abrió el sobre de una chocolatina y también se la comió; le fascinaba el chocolate. Esperó a reposarse, en el balcón, mientras observaba el iluminado panorama; ellos estaban allá debajo y ella en la cima del mundo, mirándolos desde el último novel de un gigante edificio, similar a una deidad griega en el monte Olimpo, viendo la tierra de los mortales. Después de algunos minutos, entró a su cuarto de baño. Había agarrado una botella de vino y una copa de cristal. Se introdujo con levedad a la bañera de espuma, y se sirvió un poco del gustoso elixir, que era una auténtica ambrosía de diosas, digna de su magnificencia. Movió el vaso, como una excelente catadora, y consumió del líquido escarlata, empapando su sus carnosos labios. Extendió su brazo, para colocar la copa sobre una mesita de madera, que estaba cubierta por una servilleta de tela blanca. Al tener su cara levantada, miraba hacia el techo. Había silencio, tranquilidad y armonía; era todo lo que no le gustaba, porque era amante de la fiesta, el desorden y sesiones intensas de fornicación.
—Je m'ennuie —susurró en un refinado francés, para ella misma. Cerró los ojos y se sumergió por completo en la espuma. Había comentado su aburrimiento, con el estado actual de su vida; necesitaba que pasara una tormenta y la hiciera volar por las alturas, y transportarla a otra realidad, como a Dorothy Gale de: El maravillo mago de Oz.
Al día siguiente, en la hora del almuerzo, el sol resplandeció con vehemencia y sofocaba a los transeúntes de la ciudad.
Hestia se bajó de su auto, luego de que su chofer la abriera la puerta. Uno de sus dos escoltas, que venía otro vehículo detrás de ella, la acompañaba, para hacer guardia. Llevaba puestas, gafas y un abrigo oscuro, que complementaba su atuendo. Frente a ella se levantaba un imponente y costoso restaurante de cinco estrellas, al que asistía de vez en cuando, y al que le gustaba asistir, manteniéndolo en secreto, para descansar de todo ese mundo que la rodeaba en la oficina. Pero, de igual manera, para deleitarse con auténticos manjares, ya que era uno los más caros, y nada más los más privilegiados eran los que podían acceder a él. Aunque a veces realizaban promociones y descuentos, para aquellos que quisieran disfrutar del servicio. Justo, hoy un evento de rebaja. Se dirigió a su mesa, a la cual ya había apartado con exclusividad en la zona VIP, alejado de todos los demás clientes; le encantaba el ruido, pero en fiestas, no cuando iba a comer o quería relajarse por cuenta propia, porque en esos casos, si le fastidiaba la presencia de otros y el escándalo. Al terminar su plato fuerte, se limpió la boca con clase y elegancia. Se puso de pie y agarró su bolso de mano, para ir al tocador. Avanzaba con normalidad, pero un sorpresivo choque con un cliente distraído, la hizo soltar su cartera. Tensó la mandíbula, por lo que había sucedido. Su guardaespaldas dio un paso hacia delante, para intervenir en la situación, pero le hizo una señal, para que se quedara donde estaba. Ni siquiera tenía ganas de ver a despistados, siendo sometidos por uno de los integrantes de su seguridad.
—Lo siento —dijo con apuro el hombre. Se agachó a recoger el bolso, y al levantarse, quedó pasmado con le increíble belleza de la mujer que estaba frente a él. Era como si fuera quedado hipnotizada, solo al verla.
Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su
—Me gusta aprenderlos. Pero se nota que su pronunciación es nativa. A mí no me sale tan natural —dijo Heros, con cortesía. El semblante de mujer madura resaltaba en los preciosos rasgos faciales de ella. En cierto modo, se limitaba con las palabras y sus acciones, porque debía tratarla con más respeto. Además, que en el torso, se podían apreciar de forma erótica los grandes pechos, que exponía con sutileza por la parte superior, al dejarse el saco del traje abierto, mostrando el sujetador. Era difícil ignorar las voluminosas virtudes de esa encantadora señora. Debía mantenerse firme y no caer en esas esponjosas tentaciones. Aunque mirarla al pecho o la cara, generaban la misma sensación de hipnosis, debido a que era demasiado linda en cada aspecto posible. Sin mencionar que cabello rojo ondulado, también le otorgaba excentricidad, que complementado con los ojos verde esmeralda, la convertían en una diosa descendida de los cielos. No sabía que le fascinaban tanto esos tonos combinados,
Heros dio un paso hacia atrás. Eso era lo menos que había querido, molestar a la jefa de su prometida, porque pudo haberla metido en problemas, y luego Lacey se podría molestar con él. Sus mejillas palidecieron, más de lo que ya eran.—Lo siento —comentó él, con apuro—. No quise importunarla.—En lo absoluto —dijo Hestia, con normalidad.Era claro, que su atención había sido captada por ese joven, que era lo más tierno que había podido encontrarse. Sería algo estimulante jugar con un ingenuo y encantador muchacho. ¿Cuántos años debía tener? Su brecha de edad se notaba con claridad; Eros apenas era un niño, y disfrutaría robándoselo a Lacey. En algunas ocasiones no apreciábamos a nuestros seres queridos, por tener esa sensación de seguridad y pertenencia; sabíamos que esa otra persona estaba tan enamorada de nosotros, que era imposible perderlo, porque siempre estaba ahí, al lado, a pesar de todas las cosas. Pero cuando veíamos que ese alguien se alejaba y ya no muestra ese interés, en
—Quisiera algo sin tanta grasa y mucha ensalada —dijo Heros, atreviéndose a compartir sus planes con la bella mujer madura.Hestia arrugó el entrecejo y obtuvo una puerta abierta, para seguir dialogando con el chico.—¿Dieta? —preguntó Hestia, con normalidad.—Sí, pero también tengo pensado hacer ejercicio, para estar en forma el día de la boda —comentó Heros, encogiéndose de hombros. Su figura, poco atlética, lo acomplejaba y no se sentía seguro al estar en un entorno de muchas personas. Lo iba a hacer por Lacey, y luego por él.—Ya veo. Si es así, puedo recomendarte un gimnasio, para que goces de las más sofisticadas máquinas de entrenamiento —dijo Hestia, conectando con el adorable muchacho. Eso no le parecía mal. No era que se viera poco atractivo, pero sí él lo había decidido, podría ayudarlo con todo gusto—. Hasta podría convertirme en tu preparadora física y también te podría llevar con la mejor nutricionista deportiva.Heros se sintió bastante exigido con tantas recomendacione
Así, los dos compartieron de un auténtico banquete de dioses. El escolta regresó con lo que su señora le había mandado a buscar. Hestia le entregó la tarjeta y continúo hablando con Heros, quien era capaz de sostenerla y sobrellevar el hilo de la conversación. A veces hablaban en francés, mientras le comentaba técnicas, para pronunciar mejor el acento, como el uso de la lengua. Aunque lo más práctico hubiera sido enrollarla con la de él, mientras intercambiaban saliva. Las horas pasaron volando en el reloj. El atardecer ya dominaba el inmenso firmamento. No se habría interesado en Heros, si Lacey no la hubiera engañado, pero era agradable, cómodo y liberador estar con el joven, porque podía mostrarse de una manera diferente, a la que estaba acostumbrada a serlo. Era, como si pudiera, desnudarse en total confianza frente a Heros, porque él no estaba al pendiente de sus errores, para exponerla o juzgarla; más bien la veía como una figura de donde aprender debido a su experiencia. Tal ve
Heros permanecía aturdido e inmóvil, estupefacto. Las facciones de su rostro eran como adormecidas. La voz de la mujer podía agotar el cerebro del hombre. Era como si estuviera hipnotizado. El brillo en sus ojos cerúleos, se había apagado a través de los lentes de sus gafas, al caer en el hechizo de la diosa griega, que ya se relamía los labios al ver a su presa indefensa, porque había perdido la voluntad. No obstante, el sonoro timbre de su celular lo hizo regresar en sí. Pestañeó con rapidez y advirtió a Hestia frente él. Logró despertar del encantamiento y salió del estado de trance. Giró su cabeza hacia el lado contrario y pudo evitar el beso de Hestia. Se puso de pie con su expresión seria y severa. En su cabeza sonaba un pitido y sus sentidos todavía recuperándose. Su mundo daba vueltas, estaba mareado y se hallaba distante de la realidad. Sus manos temblaban de lo que pudo haber sucedido. Inhaló con lentitud por la nariz y soltó su respiración por la boca. Miró a Hestia, con un
Hestia explicó a Lacey las tareas que le había preparado. No la dejaría descansar y le colocaría tantos mandatos como pudiera, así la mantendría ocupada y agotada, para que no interviniera en sus asuntos. Ya, de por sí solo, sería complicado seducir a Heros.—Eso es todo, puedes retirarte —dijo Hestia, de forma imperativa. Pero se había percatado de las reiterativas miradas de la traidora al paquete que había dejado su bello Heros en su auto. Los dulces eran finos y costosos. Sin duda alguna, su tierno chico se había esforzado en comprárselas a Lacey. No obstante, ella no merecía probar ni uno solo—. ¿Conoces esta marca? —preguntó, abriendo la caja y agarró uno con sus dedos.Hestia había estado pensado en quién le había podido regalar esos detalles a su jefa, quien no era famosa por ser emocional o amorosa, y tampoco había escuchado el chisme de que tuviera algún enamorado. No había recibido esa información de parte de las demás trabajadoras.—Sí, la conozco, mi señora. Es mi favorit
Un hombre con atuendo todo oscuro, similar a un espía, con un pasamontañas que le ataba el rostro, vigilaba desde lejos y oculto, a lo que acontecía. Entonces, envió un mensaje: “Tarea completa”. Hestia estaba sentada en un suave sofá en el balcón de su suite. Llevaba puesto una túnica semitransparente y ropa interior de encaje negra. Sostenía en su derecha una copa de cristal, medio llena de vino. Observaba el panorama de la resplandeciente ciudad desde el piso más alto del rascacielos, como una maravillosa diosa griega mirando a los mortales desde el monte Olimpo. La pantalla de su móvil se iluminó al recibir una notificación. Lo levantó con su mano izquierda y manifestó una sonrisa tensa en sus carnosos labios. Era una mujer mala, por lo que había hecho, sí. Pero era que nunca había sido buena. No le importaba lo que pensaran los demás, iría con todo para obtener su presa. Había sido cruel y nefasta, con un inocente, que no tenía la culpa de nada. Sin embargo, necesitaba destrozar