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La Heredera
La Heredera
Por: Ana de la Mora
Oficialmente desempleada

Vivir en Los Ángeles es algo complicado para una mujer que está acostumbrada a algo mas tranquilo. Helena Harrison pasó los primeros 23 años de su vida en una comunidad al norte del estado, Santa Rosa era mas un pequeño poblado y tenía ya casi tres años que se había mudado a la ciudad. Luego del sepelio de sus padres, quienes murieron en un accidente de tránsito y al quedar sola decidió cambiar de aires. También porque había estudiado gestión empresarial y administración y su campo laboral estaba muy lejos de aquel lugar en donde pasó su vida.

Caminaba a prisa por la calle para encontrarse con su único amigo, un hombre que la segunda noche que pasó en Los Ángeles la ayudó con su llanta ponchada a la orilla del camino, iba como cada día, peleando con el tránsito insufrible, el ruido incesante y el mundo de personas con las que se topaba al andar por cualquier parte.

Tomó la manija de la puerta de aquel café y abrió para entrar, lo miró en la mesa de siempre y se dirigió hasta él.

—Perdón, no pude salir antes del trabajo, ese tipo es un negrero.

—Tranquila, apenas voy llegando un par de minutos antes —le respondió Jason.

Se puso de pie y la saludó con un beso en la mejilla que ella correspondió con calidez.

—Al menos no te hice esperar —dijo aliviada.

—Para nada.

Jason y Helena tenían una relación un poco diferente, amigos con beneficios y ambos eran muy maduros y conscientes de lo que eso implicaba, un retraso de quince minutos no los haría discutir.

Helena iba a dar un sorbo a su café cuando el teléfono la interrumpió y vio un número desconocido, le hizo una mueca a su amigo y respondió con cautela.

—¿Diga?

—Buenas tardes. Me comunico de parte del notario Cuellar, de la ciudad de Tuxtla y busco a la señorita Helena Lazcano.

Cuando escuchó aquel apellido hizo un gesto de desconcierto, solo su madre se lo había mencionado y de eso hacía casi diez años, nunca mas quiso saber de esa familia.

—Diga ¿Qué se le ofrece?

—¿Es usted? —Preguntó la joven del otro lado de la línea y Helena bufó desesperada.

—Soy yo, dígame.

—El notario necesita enviar unos documentos, solo que no pudimos encontrar su dirección, solo su teléfono.

—¿Qué documentos? —Preguntó intrigada.

—No es de mi conocimiento, es confidencial y yo solo me comunico para pedirle me facilite esos datos.

Dudó un momento y luego recordó que una vez su madre le pidió que si algún día alguien de la familia Lazcano la buscaba acudiera al llamado, entonces le dio la información que precisaba la secretaria y esta le dijo que en los próximos días le estaría llegando un sobre con dichos documentos.

—Raro eh, quizá el viejo quiere conocerte —le dijo Jason.

—Lo dudo, y francamente a estas alturas de mi vida ya no me interesa, tuve un padre extraordinario y no me faltó nada con él.

—Entiendo eso, si hoy apareciera mi padre biológico creo que tampoco quisiera saber de él.

Ambos compartían esa experiencia de ser hijos del corazón de sus padres. Jason por abandono de quien lo engendró y Helena casi lo mismo, pero en condiciones distintas.

Se quedaron platicando un rato y terminaron en el departamento de ella con mas café y Jason ayudando a doblar ropa mientras se ponían al tanto de los días que no se habían visto. Jason tenía un pequeño restaurante de comida mediterránea y Helena le ayudaba con las finanzas, así que eran amigos, tenían una relación laboral y de repente compartían cierto tipo de placeres, todo sin afectar la amistad. Eran ese tipo de pareja de amigos que dan un poco de envidia.

—¿Qué se te antoja para cenar? —Le preguntó Jason desde la sala mientras ella terminaba de guardar la ropa en los cajones.

—Pasta —le respondió en un grito y él sacó el teléfono para buscar opciones cerca y ordenar.

—Listo, en veinte minutos llega.

Abrió F******k y comenzó a deslizar viendo las noticias de sus amigos, luego abrió las notificaciones y vio una publicación en la que se le etiquetaba y era una invitación a una fiesta en un reconocido bar cerca de su restaurante. Le darían la bienvenida a un amigo que vendría de México.

—Roberto nos invita a una fiesta ¿vamos? —Le gritó nuevamente desde la sala.

Helena salió en ese momento ya que había terminado de guardar todo y se sentó junto a él.

—¿Nos invita o te invita a ti? —Le preguntó divertida —sabes que no tenemos precisamente buena relación.

—Nos invita —le recalcó abrazándola y dando un beso en su frente —él sabe que a donde voy yo siempre vas tú y si no quisiera que fueras no me invitaría.

—No me convence eso. Pero tú sabrás.

—Vamos, anda. Será una fiesta mexicana.

—Asumes que porque mis raíces son mexicanas me identifico con ello y sabes que no es así.

Helena tenía cierto recelo a conocer mas de su cultura y su historia dado que su madre se fue del país estando embarazada de ella, no quiso que conociera su otra patria porque para ella fue difícil vivir allá, Helena tenía la idea de que si ella visitaba aquel país podría sufrir tanto como su madre y prefería mantenerse lejos lo mas posible.

—Asumo que es una cultura preciosa y creo que deberíamos visitar algunos sitios allá, hay lugares hermosos y quizá para el verano podamos ir, tú tendrás vacaciones para esos días.

—No empieces, Jason. No quiero ir.

—De acuerdo. Pero entonces vamos a la fiesta ¿si?

—Como tú quieras.

Jason confirmó la asistencia y Helena lo miró con curiosidad.

—¿Por qué no te casas? —Le preguntó sin mas y Jason la soltó de su abrazó y la miró con el gesto fruncido.

—¿Cuándo te he deseado el mal yo a ti?

Helena soltó la carcajada y se abrazó a él.

—Tonto, no te deseo el mal, es que ya tienes casi treinta y desde que nos conocemos no he sabido de nada serio en tu vida, solo escapadas de fines de semana y ya y creo que deberías formar una familia, tener hijos.

—Es la primera vez en estos años que hablamos de esto y te diré con sinceridad que no quiero hijos y no me malinterpretes —le aclaró al momento —mi instinto paternal está ahí, solo que me rehuso a traer mas inocentes a sufrir a este mundo, me parece un acto egoísta e irresponsable. Pero podría adoptar.

Helena solo afirmó con la cabeza.

—Pero un hijo necesita papá y mamá, aún siendo adoptado ¿no piensas de verdad casarte?

—Si un día me caso será contigo, eres mi mejor amiga, confío en ti como en nadie mas, tenemos el sexo mas delicioso y con eso me basta. Pero justo ahora así estoy muy bien, nos disfrutamos sin complicaciones, contamos el uno con el otro y somos leales a nuestros deseos y sentimientos.

—Tienes razón —le respondió Helena, ninguno de los dos estaba enamorado, habían permanecido inmunes a eso que los demás llaman la vida color de rosa, ellos sabían que lo que los unía era algo mas fuerte que un simple enamoramiento, era una amistad inquebrantable.

—Y tú ¿Por qué no te casas? —Le devolvió la pregunta y Helena solo sonrió con desgano.

—Porque no creo en esas cursilerías, mis papás fueron felices, pero en mi madre siempre vivió la sombra de aquel hombre que me engendró y ella decía que porque había sido el amor de su vida y yo creo que el amor no te debe causar dolor. Así es que al igual que tú, si un día me caso será contigo.

—¿Lo ves? Estamos bien así, sin nadie que nos complique.

Cenaron juntos y luego Jason se fue para su departamento, dejando a Helena para que durmiera porque otro día muy temprano tendría que ir a trabajar, su jefe era un higadito y estaba cansada de él, estaba esperando cualquier pretexto para renunciarle porque no quería seguir en un sitio donde se sentía poco o nada valorada.

Fue una noche casi de un pestañeo y Helena salió a prisa a su trabajo. No era que lo necesitara tanto para vivir, sus padres le habían dejado una buena cantidad en el banco, algo de seis cifras y pretendía poner un negocio con ello, solo que aún no sabía cuál y mientras tanto trabajaba para no tocar ese dinero.

Entró al edificio donde estaba la editorial para la cual trabajaba, ella se encargaba de las finanzas y aunque su trabajo no era directamente con el dueño de vez en cuando este hombre la llamaba solo para desquitar en alguien su coraje y frustración. Hoy sería otro de esos días.

Tomó el elevador y presionó el número 4, estaba solo un piso abajo de su jefe y a veces quería que fuera mas la distancia que los separaba, Helena no era precisamente una mujer dócil y lidiar con el jefe era algo sumamente complicado para alguien como ella.

Apenas entró a su oficina y encendió la computadora para revisar los correos pendientes, no pudo hacerlo porque sonó el teléfono de su oficina, era la secretaria del señor Kassar.

—Helena, sube ahora mismo. El señor está furioso contigo y exige verte.

Dejó escapar un suspiro y le agradeció a la chica, entró al elevador y fue arriba, pasó dando solo una sonrisa a Layda a manera de saludo y tocó la puerta de la oficina.

—¡Pase! —Escuchó la enérgica voz del señor Kassar y puso los ojos en blanco antes de pasar.

—Buenos días señor, me ha mandado llamar —dijo Helena con amabilidad y ocultando las intenciones de sacarle los ojos al hombre frente a ella.

—Buenos serían si hubiéramos conseguido firmar el contrato con Robin Carlson, firmó con la competencia ya.

Helena lo miró sin entenderlo, los contratos que se firmaran o no para nada dependían de ella.

—Lo lamento mucho.

—Le envié un correo que ni siquiera ha visto.

—Estaba encendiendo la computadora cuando me llamó —le explicó Helena a nada de perder la paciencia. Para nada la intimidaba el hombre con su voz fuerte y áspera, podía ser un antipático pero definitivamente no lo creía capaz de nada mas que gritar y eso ella también sabía hacerlo, solo se había contenido todo ese tiempo por no quedarse sin un trabajo.

—¡Por favor! Ese correo no lo envié ahora, tiene mas de seis horas en su buzón.

Helena enarcó una ceja y no pudo evitar soltar un amago de risa burlesca, la cual de inmediato notó su jefe.

¿Qué es tan gracioso? —Le cuestionó molesto.

—Que usted piense que estoy disponible 24/7.

—Usted trabaja para mi, señorita Harrison.

—En efecto, señor Kassar. Trabajo para usted, pero tengo un horario que termina a las cinco de la tarde, después de eso tengo una vida y de madrugada acostumbro dormir, para no venir de malas al trabajo, ya sabe —le respondió sarcástica y el hombre de 1.90 se acercó con lentitud hasta ella, quien lo siguió con la mirada sin perderlo en ningún momento, lo observó con detenimiento y corroboró lo que siempre se repetía; que era un tipo muy guapo, pero insoportable.

—No son modos de responderme.

—Ni los de usted de hablarme —le desafió con la mirada.

—Creo que no le enseñaron modales en su casa, no sabe la manera de comportarse ante un hombre.

—Si se refiere a un hombre como usted, déspota, creído, insoportable y muchos otros calificativos que ahora escapan a mi mente, pues no, no me enseñaron cómo tratar a alguien así. Pero le digo que yo aprendí sola y podrá ser mi jefe, pero a mi nadie me va a ningunear.

Omar Kassar apretó el puño muy molesto, se acercó apenas a unos pocos centímetros de ella y la miró hacia abajo, Helena era una mujer de apenas 1.60 y al lado de Kassar se veía muy diminuta.

—Creo que no aprecia su empleo, señorita Harrison.

Lo miró con rabia y soltó un suspiro profundo, el límite fue en ese instante.

—Lo aprecio en verdad, lo que para nada me gusta es su forma de tratar a su personal, especialmente cuando nadie tenemos la culpa de sus problemas, así que muchas gracias por todo y me retiro para ir a firmar mi renuncia.

Dio la vuelta y lo dejó ahí lanzando cosas al suelo, era un verdadero energúmeno y ella no pensaba quedarse a soportarlo un día mas. Bajó a su oficina y antes de redactar su renuncia se puso a abrir los correos, era de las 3:16 de la mañana el envío al que se refería su jefe, había que ser un completo imbécil para pretender que a esa hora ella lo atendiera. Luego de arreglar sus cosas bajó a recursos humanos y les entregó una carta de renuncia detallada, la firmó y salió de aquel lugar.

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