Heinz y Ha-na se unieron y se besaron. Toda su aventura había empezado solo por besos de aquel contrato que habían hecho y, ¿en qué se había convertido? Ahora eran amantes que se entregaban al placer, incluso en el despacho, en su lugar de trabajo.Ha-na sabía que no había declaraciones de amor, ni palabras dulces, porque él siempre había sido posesivo con ella. Desde el día que él había aparecido en salón de eventos y se la había llevado, luego del desplante de su prometido. Quiso odiar a los hombres, pero ¿quién había estado con ella desde ese día? Sí, Heinz Dietrich, al que el principio odiaba por haberla obligado a darle un beso diario o debía pagarle con dinero. ¿A qué habían trascendido los ósculos? A su intimidada y ferviente pasión.El silencio envolvía la oficina, un espacio ahora cargado de emociones intensas que contrastaban con la formalidad del ambiente corporativo. Heinz y Ha-na estaban abrazados, sus cuerpos aún cálidos por el encuentro reciente. La luz tenue que se fil
Heinz y Ha-na arreglaron el escritorio con los documentos y cosas que habían desamortizado en su intensa faena sobre la mesa.Acordaron que ella saldría primero, para no levantar sospechas. Ha-na fue a la puerta. Sin embargo, al abrirla, se encontró de frente con Hee-sook, la otra mujer coreana que había visto en el parque y a Hield Dietrich, el hermano menor de Heinz. Alzó la vista, ya que Hee-sook era más alta. La miró a esos ojos ámbares y semblante serio. Incluso entre ellas que eran del mismo país, Hee-sook parecía una Idol coreana, hermosa, alta, esbelta. Su cuerpo se tensó ante la idea de que los hubieran descubierto, después de haber tenido intimidad. Su pulso se aceleró. ¿Los habían escuchado o no? Dio un paso hacia atrás.Heinz se mantuvo mirándolo a los tres desde la distancia.La oficina quedó en completo silencio tras el clic de la puerta al abrirse. Ha-na, al encontrarse de frente con Hee-sook y Hield, sintió cómo su corazón comenzaba a martillear con fuerza, tanto que c
El comedor de la empresa estaba bullicioso, lleno de empleados de diversas edades que aprovechaban el mediodía para descansar y disfrutar de sus almuerzos. La entrada de Heinz, Ha-na, Hee-sook y Hield alteró el ambiente. La conversación general se detuvo casi de inmediato, sustituida por susurros curiosos y miradas furtivas. Era raro ver a su jefe, Heinz Dietrich, en el comedor, pero lo que más destacaba era la presencia de las dos mujeres asiáticas a su lado.Ha-na avanzaba junto a Heinz, intentando mantener una expresión neutral, aunque sabía que sus compañeros de trabajo no dejaban de mirarla. Era la única asiática en la empresa hasta ese momento, y aunque se había ganado el respeto de muchos por su trabajo diligente, había quienes cuestionaban su cercanía con el CEO. Ahora, con la llegada de Hee-sook, las comparaciones eran inevitables.Hee-sook caminaba con paso seguro, cada movimiento suyo proyectaba autoridad y seguridad. Su figura alta y esbelta, combinada con un rostro que pa
Ellos terminaron el almuerzo en el comedor y cuando el grupo se levantó para irse, los susurros en el comedor se intensificaron.—Ha-na, ¿podrías acompañarme un momento? —preguntó Hee-sook con serenidad.—Claro —respondió Ha-na, nerviosa. ¿Qué quería?Las dos se levantaron de la silla y fueron a una un costado del comedor, cerca de la ventana del edificio administrativo. El sol y la ciudad se podían ver con claridad desde el piso en que se encontraban.—¿Sabes por qué vine de Corea a este país, Ha-na? —preguntó Hee-sook en coreano.—No, no lo sé. ¿Negocios? —contestó Ha-na en el mismo idioma asiático.—Mis padres me comprometieron con Heinz —dijo ella, revelando la verdad—. Me dijeron que tuviera una cita con mi futuro esposo durante una semana. Me has caído bien. Te invitaré a nuestra boda, compatriota.Ha-na agachó la cabeza y su semblante se apagó. Le daba confianza una persona asiática que no era parte de su familia. Hace mucho que no trataba con otros coreanos y acababa de tener
—¿Por qué haces todo lo que te dice, Hee-sook? ¿Te tiene amenazado? —preguntó Heinz, mientras Ha-na y ella hablaban cerca de la ventana.—Tú eres el que debe estar con ella. Solo cumplo la orden de nuestro padre de atender a Hee-sook —respondió Hield con firmeza—. Dime algo, ¿te vas a casar con Hee-sook?—Por supuesto que no —dijo Heinz sin titubear—. He estado enamorado de Ha-na desde que era un niño. Ahora está conmigo, no voy a dejarla.—¿No te molesta si otro hombre está con Hee-sook? —preguntó Hield.—No, ella puede hacer su vida con quien quiera. Está en su derecho —dijo Heinz con normalidad.—Entiendo —dijo Hield. Era verdad lo que le había dicho Hee-sook.Ha-na y Hee-sook volvieron a la mesa. Hield y Hee-sook se mantuvieron en la empresa por un rato más, viendo como se desarrollaba la actividad en la compañía. En la junta directiva Heinz asumía el liderato, mientras Ha-na se mantenía a su lado, sirviéndole como una sobresaliente secretaria.El ambiente en la empresa estaba car
Hee-sook y Hield se marcharon luego. Hield siguió siendo su guía de turismo por la ciudad.El atardecer teñía la ciudad de tonos cálidos, proyectando sombras largas en las aceras y reflejando los rayos dorados en las ventanas de los edificios. Hield conducía con calma, mientras el tráfico comenzaba a disminuir. De vez en cuando, desviaba la mirada del camino para observar a Hee-sook. Ella, sentada en el asiento del copiloto, mantenía su postura altiva, con la espalda recta y las piernas cruzadas. Su perfil era elegante, casi esculpido, y los reflejos anaranjados del sol jugaban en su cabello oscuro, dándole un brillo que Hield encontraba hipnótico.Aunque trataba de concentrarse en manejar, su mente regresaba una y otra vez a los pensamientos que lo habían atormentado durante todo el día. ¿Por qué la idea de que otro hombre pudiera estar con ella lo irritaba tanto? Hee-sook no era suya, nunca lo había sido. Sin embargo, esa posibilidad le causaba una inquietud que no podía controlar.
El día llegaba a su fin, pero la mente de Ha-na estaba lejos de encontrar el descanso. Las palabras de Hee-sook seguían resonando en su interior, cada una como un eco persistente que no podía silenciar. "Me dijeron que tendría una cita con mi futuro esposo... Te invitaré a nuestra boda." Había intentado convencerse de que eran simples comentarios, tal vez incluso una provocación, pero la manera en que Hee-sook lo dijo, con esa mezcla de seguridad y malicia, la había dejado inquieta. A pesar de todo lo que sabía sobre Heinz y lo que compartían, una pequeña parte de ella no podía evitar sentirse vulnerada.Al despedirse de él en la oficina, había dejado un beso en sus labios, pero no fue el beso lleno de emoción que solía darle. Fue suave, casi distante, como si hubiera una barrera invisible entre ellos. Heinz lo había notado. Sus ojos la buscaron con algo más que sorpresa: había una pregunta implícita, una necesidad de entender qué había cambiado. Pero Ha-na, queriendo evitar más dudas
—¿Te ocurre algo, Ha-na? —preguntó Heinz, con seriedad.—¿Yo? No —respondió ella, disimulando su distracción—. ¿Por qué lo preguntas?—Has estado distraída desde la tarde —comentó Heinz.—No es nada, no te preocupes —dijo Ha-na, fingiendo una sonrisa de tranquilidad.—Ven acá —dijo Heinz con pasiva autoridad.Ha-na se puso de pie y caminó hacia él. Entonces, se sentó sobre el regazo de él.—¿Dime? —preguntó ella.—¿Cómo estás? —preguntó Heinz con serenidad—. Acerca de lo que pasó en tu boda. ¿Cómo te sientes?Ha-na se acomodó más sobre él, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo ella. Su proximidad la envolvía en una mezcla de seguridad y tensión, ese contraste que siempre había sentido con él desde que apareció abruptamente en su vida. La forma en que la miraba en ese momento, con sus ojos azul fijos en los de ella, hacía que una corriente de electricidad recorriera su piel. Había algo en su mirada que no podía desentrañar por completo, una mezcla de interés genuino, paciencia y algo