124. El sofá
Ha-na percibía como cada fibra de su ser se encontraba al borde del frenesí. El calor que irradiaba Heinz se sentía como un incendio que abrazaba. Sin embargo, por eso estaba loca, porque no deseaba huir de esas llamas. Por el contrario, quería hundirse más en ellas, sentirlas consumir cualquier atisbo de duda o resistencia que pudiera quedar en su interior y que la llenaran con dureza y lava en su interior.

La textura de él le resultó extrañamente reconfortante. Sus ojos azules profundos que tantas veces la habían mirado con una intensidad que rozaba la posesión, ahora estaban cerrados, vulnerables, entregados a lo que ella le ofrecía.

El silencio entre ambos era elocuente. Se dio cuenta de que estaba temblando, pero no era de nerviosismo. Era de una mezcla de anticipación y reconocimiento por querer estar con ese hombre maravilloso que desde que había pasado aquel suceso, la había estado acompañando en su vida cotidiana, como su arrogante jefe, y al que debía pagar su deuda de besos.
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