121. La lujuria

Ha-na se aferraba al borde del escritorio. Su anatomía vibrando con fuerte temblor ante los asaltos por detrás que le propinaba su joven jefe. La superficie fría le hizo erizar los vellos de su piel, mientras era recorrida por electricidad y dureza en su humanidad. Las acometidas la sumían más en una vorágine de emociones que la dejaba sin aliento. Su mente trataba de procesar lo que sucedía, pero era inútil; todo su ser estaba atrapado en el presente, en el caos maravilloso de lo que compartía con Heinz.

El aire en la oficina se volvió más denso con cada instante, saturado de su respiración acelerada y de los sonidos que no podían contener. Jadeos y gemidos escapaban de sus labios en una melodía desordenada que llenaba el despacho, mezclándose con el eco plausivo de sus movimientos. Era un ritmo frenético, como si el tiempo se hubiera desquebrajado, y solo existieran ellos en ese pequeño universo cerrado por las paredes de cristal.

Heinz, detrás de ella, sentía un torbellino en su pe
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