117. La complicidad

Después de cepillarse los dientes, Heinz abrió la llave de la ducha, y el agua caliente comenzó a caer, llenando el sitio con vapor. Ha-na entró primero, dejando que el líquido corriera por su cuerpo, llevándose consigo las últimas huellas de la noche anterior. Heinz la siguió, y por un momento, simplemente se quedaron allí, disfrutando de la sensación afable que humedecía sus pieles.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que la tensión entre ellos volviera a crecer. Heinz se acercó a Ha-na. Sus manos recorrieron la angosta espalda blanca de ella y le dio besos en los omóplatos.

Ha-na se volvió hacia él y sus labios se encontraron en un beso apasionado. El vapor los envolvía, creando una atmósfera íntima y cerrada, como si estuvieran en su propio mundo.

Heinz de forma decidida, giró a Ha-na y la apoyó contra la pared de cristal de la ducha.

Ella se inclinó hacia adelante, con sus manos planas contra el vidrio. Con un gemido ahogado, Ha-na sintió cómo Heinz se hacía paso en su interior un
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