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Capítulo cuarenta y cuatro. No era parte del plan

Isabel abrió los ojos, parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la claridad en la habitación; las paredes blancas le indicaron que no estaba en la casa de Julián. Ella jamás olvidaría cómo olía una habitación de hospital.

—¿Qué sucedió? —preguntó al notar la figura de Julián parado cerca del ventanal.

—Te desmayaste —respondió el hombre volviendo junto a ella—, ¿cómo te sientes?

—Bien, yo… No sé cómo manejar la noticia que me has dado —susurró.

—Eso no es relevante, me preocupas tú, Isabel.

—Pero mamá…

—Ella no volverá a separarnos, te lo puedo prometer. No quiero renunciar a esta segunda oportunidad que tenemos, Isabel —Julián se dejó caer sobre la silla, tomó la mano delgada y temblorosa de la muchacha, le dejó y beso y habló:

—Estos cuatro años han sido un verdadero infierno para mí, no hubo día que no dejara de pensarte, te soñaba todas las noches, Isabel, perdóname por no saber insistir, por no ser necio y marcharme sin saber qué fue de ti.

Isabel tragó el nudo que se formó
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