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Capítulo 3: La Inmensa casualidad.

Al día siguiente entra su padre a su habitación, y le dice:

—Hijo arréglate vamos a visitar a un amigo.

—No tengo deseos de salir y menos contigo.

—Ya has visto de lo que soy capaz, así que no me retes Mustafá, que no te estoy preguntando si quieres ir o no, te estoy diciendo que vamos a ver a mi amigo y punto. En unos minutos viene Reis por ti.

—Se me olvidaba que tú no avisas, solo ordenas—lo observa su padre con recelo y sale de su habitación.

Mustafá pone un poco de música mientras se arregla para salir, le resulta placentero y muy relajante, ya que son muy escasas sus posibilidades, de tener un poco de tranquilidad al lado de su padre. Llega su madre y se interna es su habitación, con la intención de brindarle un poco de consuelo:

—Buen día hijo.

—Hola mamá.

—¿Sigues molesto conmigo? —musita su madre.

—Lo siento mamá, tú en el fondo eres tan víctima, como nosotros del yugo de Abdul Manzur—recapacita el buen Mustafá.

—No sé qué decirte cariño—lo mira su madre con ambigüedad.

—No digas nada, solo me preocupa tu tranquilidad, y veo que no eres feliz en esta casa.

—Entiende a tu padre, en el fondo no es malo hijo. Hace las cosas, que hace porque los quiere.

—Valiente forma de demostrar afecto mamá.

—Tú eres el más parecido a él. Tienen el mismo carácter.

—Para nada mamá, yo soy ajeno en todo a ese señor.

—Es tu padre Mustafá.

—Serénate madre, voy a salir con papá.

—¿A dónde?

—No me dijo—sigue Mustafá preparándose para salir.

*****

Las vegas, Nevada.

Hospital Central.

Continúa la dulce Sheila en estado de coma, su madre no se ha separado ni un momento de su lado, a través del cristal observa como su hija se debate entre la vida y la muerte, en medio de una dura batalla que aun parece no haber librado.

Se le arrima el doctor Holmes, con el objetivo de brindarle un poco de calma:

—Buen día señora Amelia.

—Buen día doctor ¿Cómo amaneció Sheila?

—Un poco mejor, sus signos vitales han aumentado considerablemente.

—¿Eso es bueno?

—Si señora. También me acerque, para decirle algo muy importante.

—¿Si dígame doctor?

—Sheila está embarazada.

—¿Qué? ¿No puede ser?

—Está comenzando su etapa de embarazo, milagrosamente el niño sigue con vida dentro de ella, aunque pueda no sobrevivir por el accidente que tuvo.

—Bendito sea Dios.

—Rece mucho, solo un verdadero milagro podrá salvarles la vida a ambos, por parte de la ciencia le informo, que estamos haciendo lo humanamente posible, por mantenerlos con vida.

—Santo cielo.

*****

Estambul, Turquía.

En medio de la alegría y de la música, Seda disfruta de un ameno baile en compañía de sus amigas, la sensual danza del vientre, la hacen a escondidas de su padre Demir, el señor no es tan estricto como Abdul, pero si es muy apegado a las viejas costumbres musulmanas. Hay situaciones con las que todavía no converge.

Seda Narçali, es una joven de 19 años de edad, es risueña, jovial y muy alegre. Es la niña consentida de papá, su madre murió cuando apenas era una bebé recién nacida, haciéndose su padre y su hermano mayor cargo de la joven. Para Demir, su hija Seda es su mayor bendición, su madre murió en el parto, cuando la joven nació. Es por ello, que su padre la engríe demasiado, Seda le recuerda mucho a su esposa fallecida, desde aquel incidente Demir jamás se casó, solo dedico su vida al cuidado de sus hijos. Al igual que Abdul, también es un hombre muy rico, y está involucrado junto con él, en las importaciones textiles.

Llegan Mustafá y Abdul a la mansión de Demir Narçali y éste los recibe con mucha alegría:

—Bienvenidos, Abdul amigo mío traes alegría a mi casa. Pasen por favor.

—Gracias Demir mi gran amigo, siempre es bueno estar en nuestro país. Me quedaré una larga temporada en Turquía—Mustafá lo mira con aprensión al oír sus palabras.

—Me alegra mucho amigo, ¿es tu hijo el jovencito?

—Si es mi hijo menor Mustafá, vivía con nosotros en los Estados Unidos.

—Qué bueno que lo traites, para que conozca de cerca nuestra hermosa cultura musulmana.

—Mi hijo es musulmán, siempre le inculque el amor por Alá y también las enseñanzas del profeta, íbamos muy seguido a la mezquita en Nevada.

—Excelente, pasen. Ya mandaré a traer comida y bebida para todos—va Demir muy contento a ordenar, para que atiendan a sus amigos como se lo merecen.

—Cambia esa cara Mustafá, te lo ordeno—le indica su padre disgustado.

—Mejor me voy a caminar por la casa, estar cerca de ti es asfixiante.

Comienza Mustafá a recorrer la casa, la cual está decorada con cálidos detalles en tonos dorados, sube hasta el piso de arriba motivado por la curiosidad de seguir explorando. Se detiene por un momento, para pensar en Sheila, es inevitable para él no hacerlo.

Se advierte que, si hubiese contado con un poco más de tiempo, en este momento ambos estarían juntos, entregados a la pasión de su amor correspondido. Son muchas las ideas reverentes, que le viene a la cabeza, Sheila había despertado en él un universo nuevo, muy parecido a la felicidad, en medio de una camino despejado, amable y muy amplio, recuerda su cuerpo, sus finas facciones, pero sobre todo aquel momento, cuando se entregó a él por primera vez.

No se halla solo caminando, por ese pasillo que lo conduce hasta las habitaciones de la casa, sus ideas lo escoltan, se contrae tan solo al pensar en Sheila y hace, de sus pensamientos parte de su intimidad.

Se adentra más y más en el largo pasillo, al oír el ruido de una extraña melodía, que provenía de unas de las habitaciones, se acerca y la puerta estaba abierta, por curiosidad termina husmeado a las chicas, pero hay una de ellas que se destaca ante sus ojos, es la bella Seda, la gracia de sus sensuales movimientos hacen que Mustafá se conmueva de inmediato, la sigue mirando danzar en una mazurca sensual, que hace que se le erice la piel. Suspende sus pensamientos por Sheila y se dedica a contemplar a Seda.

Una de sus amigas se da cuenta, que hay un foráneo mirándolas y comienzan a dar gritos en la habitación. La mirada de Seda y Mustafá, se cruzan repentinamente en medio del caos, y se quedan juntos mirándose fijamente sin ni siquiera parpadear.

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