No le gustaba que Celeste se hubiera escapado. Eso lo desequilibró. Aquella mañana veía por la ventana de su pent-house. Debía seguir en algún lugar de Manhattan, y cuando la encontrara, la traería de regreso y sabría que no era un ángel, una especie de ser misterioso y etéreo y cuando se hubiera saciado de ella, se lograría sacar su recuerdo de la cabeza…Al igual que todas las mujeres con las que se había acostado. Envió a su servicio de seguridad al apartamento de Celeste, alguna pista tenía que tener. La primera semana no obtuvo nada, y tampoco el primer mes ni el segundo. Ya había optado por contratar un detective para encontrar a Celeste. Tres meses sin saber de la mujer que lo había cautivado y seguía deseándola a pesar que hubiera desaparecido. Se encerró en su casa completamente triste intentando contactarla, dio aviso a la policía pero por ninguna parte aparecía Celeste Tyler y todos le decía que ella, con sus tendencias a viajar, seguro se había ido del país. Quería qued
Bianca decidió salir a visitar a su padre en las terapias. Él parecía bastante bien y como le había dicho la señora Carmenza, gracias a sus esfuerzos y a su determinación, es que su padre iba a morir de viejo. —Me alegra tanto verte mejor. -le sonrió y le acarició la mano. —Mejor háblame. Te ves muy bonita, mi niña. ¿Es cierto esa noticia de tu embarazo?Bianca asintió. Se notaba en su vientre, estaba apenas hinchado de tres meses, pero había un brillo delator en su mirada. —Sí, estoy esperando un bebé. Serás abuelo. —No habrás hecho esto por el dinero ¿Verdad? El dinero de los Giordano. Negó, no era del todo mentira. Lo había hecho por su padre, para obtener los recursos necesarios para poderlo ayudar. No podía decírselo. Sabía que él no estaría de acuerdo con que usara a su hijo como moneda de cambio. —Creo que me enamoré de Nathaniel. Pero cuando él se entere de esto seguro me odiará. Él no quiere hijos. —Tal vez el joven cambie de opinión ¿No crees? Después de todo, si estuvo
Bianca comenzaba a sentirse mareada, se sentó de pronto para no desmayarse. Estaba segura de que cuando Nathaniel la descubriera iba a mostrarse furioso, incluso agresivo, esperaba que luego de enfrentarla la echara a patadas o incluso la obligara a abortar. Seguro hacerla desaparecer para no saber más nada de ella o del bebé. Cualquier cosa, pero ahí seguía. No la dejaría marchar. Quería quedarse con el bebé y ella no podía permitirlo por mucho que le gustara la idea. Si su hijo no llevaba el apellido de Carmenza, ella podía pensar que estaba incumpliendo su contrato y si sacaba a su padre del seguro, la clínica y su tratamiento podría morir. Sintió pánico, pero a la vez, al ver la determinación de Nathaniel tuvo una sensación de alivio al saber que si ella faltaba, él pelearía por ese bebé. Nathaniel se acercó y se sentó a su lado y al sentir su perfume no pudo pensar con claridad. Quería decir algo pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta. Se alejó de inmediato tras l
A pesar de todos los esfuerzos de Nathaniel por mantenerla alejada de Carmenza, Bianca pronto se dio cuenta que su supuesta suegra era una rival digna, pues había ido con sus guardaespaldas a llevársela justo en el aeropuerto. Se sentía como una valija a la cuál arrastraban de un lado a otro. —¿Creíste que podrías largarte con el futuro de mi familia en tu vientre? -dijo Carmenza mientras encendía un cigarillo en la limusina y comenzaba a fumar. Bianca tosió y negó. —¿Puede apagar eso, por favor? Estoy embarazada, no debería fumar cerca de mí, puede hacerle daño al futuro de su familia. -dijo valiéndose de esa excusa para que su suegra dejara aquel cigarrillo. Funcionó pues de inmediato lo apagó en un cenicero y sonrió. —¿Cómo me encontró?—Yo sé siempre dónde estás. —¿Y sabía que Nathaniel estaba en Roma?—Evidentemente. —¿No le pareció provechoso decirme? Él me odia. —¿Y por qué te interesa tanto? Yo no tengo porque explicarte nada. No olvides cuál es tu lugar, andrajosa. Pagué
Al tercer día se dio cuenta de que estaba en una villa. Nunca había estado en aquel lugar, pero era muy pacífico. Tenía cosas en contra pero era experta en ver las cosas positivas y mantenerse totalmente cuerda. Si bien no había señal o cómo comunicarse, estaba sin la constante vista de víbora de Carmenza Giordano vigilando todos sus movimientos y actividades. No saber nada de su padre era algo en contra, pero el haber huído de la ira de Nathaniel seguro que era algo a favor. Aún así, no eran vacaciones, sino un encierro. Se llevó la mano al vientre y cerró los ojos al tiempo que se decía que saldría de aquello. —Al fin y al cabo, todo es una consecuencia de mis actos. Tengo que aprender a sobrellevarlo. No creo que nos busquen, mi cielo. Pero haremos lo posible por salir adelante, tú y yo. Decidió sentarse en el jardín central de la villa y tomar un poco el sol. En cuanto se acurrucó en una tumbona no pudo evitar llorar. Estaba siempre con las hormonas y los sentimientos a flor de
A Carmenza Giordano no le gustaba perder, así que siempre trabajó en pro de tenerlo todo. Los Giordano eran una familia poderosa y habían dominado el mercado de tecnología en Italia gracias a su empresa “Gamma”, y casi toda la fortuna se repartía de forma equitativa, a excepción de un porcentaje bastante considerable y más de la mitad de las acciones de la empresa al primer hijo varón que continuara el apellido y el legado. Fue una decepción para Piero Giordano y su esposa, Jocelyn, cuando tuvieron dos hijas. Sofía y Carmenza. Debido a complicaciones Jocelyn no pudo tener más bebés, y tras la muerte de Piero, el legado quedó pendiendo de un hilo, aunque, lo resolvieron cuando Jocelyn concertó matrimonios para las dos chicas y conseguir que sus esposos adoptaran los apellidos para conservar la fortuna familiar. Sin embargo, Sofía se enamoró y no de su futuro esposo. En el día de su boda con Adrik Carmichael, un empresario inglés, todo el mundo creyó que ella había sufrido una cris
Carmenza comenzó a reír y suspiró. —Pudimos ahorrarnos esto. Yo era tu madre. Pero dejaste de lado nuestro apellido, nuestro legado solo para honrar el nombre de un hombre que fue una escoria, una mancha en nuestra familia. —Mi madre era Sofía, su apellido al casarse fue Valenti. Por lo tanto, yo soy un Valenti. Y quiero que te alejes de mi esposa. —Pero ella tiene el apellido Giordano ¿Recuerdas?Lo sabía, no había cambiado el nombre de Bianca pues no quería involucrarse con ella. Pero se estaba involucrando porque se preocupaba y tenía sentimientos vívidos por aquella mentirosa que justificó sus acciones por un fin noble. —Lo diré una sola vez, aléjate de mi esposa. —Pero no es tu esposa. Se casó con Nathaniel Giordano, no Nathaniel Valenti. Así que en cuestiones legales, tu nombre no es el mismo de antes, por lo tanto, no te pertenece de ninguna forma. Nathaniel salió enojado de aquella oficina, tendría que mantener alejada a Bianca de todo los medios en dónde Carmenza pudiera
La estuvo protegiendo todo el tiempo. Bianca no dejaba de pensar que era por el bebé, no por ella. Estaba bien cubierta con la mascarilla, el chaleco de seguridad, guantes e incluso los lentes. Nath la tenía sujeta de la cintura mientras caminaban por la zona de la fábrica y a ella le gustaba sentir su toque. No era para nada el hombre que había pensado que sería cuando supiera de su embarazo. Al no soportarlo se soltó de sus brazos y dejó de fantasear con la posibilidad de que ambos pudieran estar juntos. Él no volvería a abrazarla y menos a besarla, no como en Nueva York. Continuaron su recorrido, y Bianca encontró que le gustaba mucho el trabajo de Nathaniel y como era tan buen jefe con sus empleados. Eran respetuosos con él, lo saludaban con una deferencia digna de un político, pero había algo más… Lealtad. Se quedó rezagada y la dejaron sentarse. Veía todo con temerosa fascinación. Nathaniel habló con un capataz mientras otro empleado esperaba al lado de ella. —Su esposo