2. Oveja negra

Después de guardar mi maleta detrás de una cortina y tratar de evitar su mirada persistente al charlar sobre algo casual ahí, parados, nos sentamos en los asientos que él ya había apartado.

Tenía que confesar el que era hombre más guapo que mis ojitos tapatíos habían tenido la fortuna de mirar. Yo no tenía preferencias hacía ningún tipo de hombres en específico o con características especiales. Simplemente me dejaba llevar por el corazón, por cómo me hacían sentir.

Y él me hacía sentir en las nubes con su sola mirada.

Estábamos separados por la mesa pero aún así, demasiado cerca que sentía casi el calor de sus rodillas contra las mías. No sabía qué decir, y eso era algo. Porque comúnmente yo solía hablar y hablar por horas, llevando el ritmo de la charla. Pero tenía miedo de decir algo y que tremendo bombón saliera corriendo lejos de mi, debía tratar a toda costa de que esto saliera bien. Si tenía suerte éste día, podía llevármelo engargolado a casa para deleite mío y nunca más dejar
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