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Capítulo 4 No vuelvas jamás
Elena no pasó la noche en el Pueblo del Arroyo, solo se limitó a disfrutar de un delicioso almuerzo, hasta que el chofer, quien había desaparecido durante toda la mañana, regresó por ella.

Anteriormente, siguiendo las órdenes de Silvio, la había escoltado de regreso al pueblo. Ahora, cumpliendo estrictamente con los mandatos de su jefe, la llevaba de vuelta.

De cualquier manera, Elena no tenía voz ni voto en aquella decisión, por lo que, con pesar, Elena se montó en el automóvil.

—Elena, te has casado con Silvio, así que vive con él y no seas obstinada. Cuídate muy bien y no vuelvas nunca más —gritó la abuela mientras corría detrás del coche, con las lágrimas rodando por sus mejillas.

El abuelo no hablaba mucho, pero siempre seguía a la abuela.

—Vieja, ¿de qué estás hablando? Ella es tu nieta, mi sobrina, y, aunque se haya casado, fuimos nosotros quienes la criamos. ¿Cómo es que no va a regresar? — protestó Alberto.

Elena lo miró muy molesta, y el abuelo, volviéndose, tomó uno de sus zapatos y se lo lanzó.

—¿Cómo te atreves a hablarle así a tu madre?

Observando la escena caótica desde lejos, Elena pensó por un momento en bajar del auto, pero el conductor no se detuvo, sino que le dijo:

—Señorita, siempre han sido así. No se preocupe, no habrá ningún tipo de problema importante.

Elena se quedó en silencio. Sí, su familia siempre había sido así.

La intención del tío Alberto era de que regresara, con el único fin de aprovecharse de su matrimonio con Silvio, buscando sus propios beneficios y tratando de conectarse con la familia Velázquez. Por eso la abuela no quería que ella regresara al pueblo, mientras que Alberto estaba demasiado ansioso.

Sin embargo, ante los ojos de la familia de Velázquez, tanto ella como sus abuelos eran iguales que su tío Alberto, en definitiva, todos eran considerados parásitos.

La mirada de Elena se dirigió directo al conductor.

—¿Para qué te envió Silvio? —le preguntó, sin poder creer que Silvio la hubiera enviado únicamente para que visitara a sus abuelos.

Cuando ella misma había sugerido regresar, mencionándoselo varias veces a Silvio, él solo frunció el ceño y le dijo que no tenía tiempo. Después de aquello, jamás volvió a mencionar el tema y ella había dejado de preguntar. Si no hubiera sido por eso, no se habría asustado tanto hasta el punto de llorar cuando Silvio le había dicho: «Te enviaré de regreso».

—Solo estoy llevándola de regreso. Si no me cree, puede preguntarle usted misma al señor Velázquez —respondió el chofer sin rodeos.

Al escuchar eso, Elena decidió permanecer en silencio durante todo el recorrido hasta la villa Flor de Cerezo, a la cual llegaron a las cinco de la tarde.

Sin embargo, en lugar de dirigirse directamente a la cocina como solía hacer, Elena se retiró a su habitación para descansar.

Cuando se despertó, ya estaba completamente oscuro, y ella seguía siendo la única en la villa. Silvio no había regresado ni tampoco la había llamado ni le había enviado mensajes. Sin embargo, pese a que se sentía un poco decepcionada, era algo que ella ya esperaba.

Esa noche, Elena estaba profundamente dormida, pero un fuerte ruido la despertó de un sobresalto.

La única otra persona que vivía en la villa era la empleada, pero ella vivía en una pequeña habitación junto a la villa y no acudía a la mansión por las noches.

¿Acaso era posible que Silvio hubiera regresado?

Aquel pensamiento pasó ligeramente por la mente de Elena y su corazón empezó a latir con fuerza, por lo que rápido abrió la puerta y bajó las escaleras corriendo.

Pero en lugar de ver a Silvio, vio a un hombre y una mujer que atravesaban la puerta, dando tumbos, mientras se apoyaban mutuamente.

Elena estaba parada en las escaleras, mirando con total perplejidad aquella triste escena, en el momento en el que la mujer alzó la cabeza y exclamó:

—¿Por qué te quedas ahí mirando? ¡Ven y ayúdanos!

Al ver el rostro dela mujer, Elena la reconoció de inmediato.

¿Acaso no era Camila Villena, la famosa estrella de cine que, últimamente, se encontraba demasiado cerca de Silvio?

Sin embargo, no lo pensó demasiado, bajó rápidamente las escaleras y, al ver la cara del hombre, confirmó que, en efecto, ¡era Silvio!, su esposo.

Elena se sintió como si le hubieran lanzado una piedra en la cara. ¡Finalmente, había traído a otra mujer a casa!

¿Qué estaban haciendo aquellos dos?

Elena apretó los labios con fuerza, pero, antes de que pudiera preguntar nada, la mujer que sostenía a su esposo con fuerza ordenó sin rodeos:

—¡Rápido, está borracho!

La orden de Camila enfureció a Elena, quien, aunque no tuviera una relación normal con su esposo, era la dueña de casa. Quería echar a esa mujer de inmediato. ¡Aquella era su casa y tenía todo el derecho de hacerlo!

Sin embargo, en ese momento, Silvio vomitó en el piso de la sala, sin dejar de tambalearse. Elena se puso ansiosa y, sin pensarlo, extendió la mano para ayudarlo y lo llevó a la habitación.

—¡Ve y trae un vaso de agua! —ordenó Camila de inmediato.

Elena vaciló por un momento, mirando al hombre tendido en la cama y que estaba demasiado ebrio, a continuación, se dio la vuelta y bajó las escaleras a toda prisa.

Sin embargo, cuando regresó con el vaso de agua, oyó que de la habitación salían ruidos extraños y sumamente incómodos y placenteros al mismo tiempo.

Su corazón pareció dejar de latir durante un segundo, antes de decidir encaminarse hacia la habitación, cuya puerta se encontraba entreabierta.

A través de la rendija, pudo ver que la ropa estaba tirada por el suelo.

Silvio y Camila…
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