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La Esposa Encantadora
La Esposa Encantadora
Por: Giro Amoroso
Capítulo 1 Sus excesivos escándalos
En la espaciosa villa, Elena Ochoa se encogió en el sofá, sosteniendo en sus manos un acta de matrimonio.

Hacía tres años, ella había aceptado casarse con ese hombre desde el primer encuentro.

Al mirar las fotos de la pareja en el acta de matrimonio y el nombre tan familiar: Silvio Velázquez, Elena no sentía ni un ápice de felicidad en su corazón, sino más bien una sensación amarga que humedecía sus bellos ojos.

—Señor Velázquez, todos están rumoreando que la señorita Villena es su novia, ¿tiene algo que decir al respecto?

—Como ya dije, solo son rumores sin ningún fundamento.

En la televisión, el hombre entrevistado por la multitud, con una apariencia hermosa, solo sonrió cuando la mujer a su lado le tomó el brazo suavemente.

Un reportero de chismes los seguía a un lado, como si hubiera atrapado la primicia del siglo, mientras presionaba rápidamente el obturador de la cámara.

—Señor Velázquez, acaba de decir que todo esto son solo rumores. ¿Cómo explica ahora su relación cercana con señorita Villena?

El hombre que antes sonreía amablemente de repente se tornó frío, y su mirada se clavó directamente en el periodista y preguntó:

—¿Acaso necesito explicarte cómo manejo mis asuntos?

La expresión sin piedad en los ojos del hombre dejó al periodista sin palabras, y la señorita Villena intervino con una sonrisa:

—Silvio y yo solo tenemos una relación jefe-empleada. Si hay algún otro rumor, tal vez sea porque Silvio me trata con más consideración por ser nueva en la empresa.

La señorita Villena era una actriz sumamente conocida; Elena la reconocía por las recientes noticias de entretenimiento en línea, y que siempre era asociada al nombre de Silvio.

Elena sintió una fuerte punzada en el pecho y, molesta, apagó la televisión.

La primera vez que había escuchado, a través de una criada, que él tenía otra mujer, ella inexplicablemente buscó su nombre en línea. Fue entonces cuando el mundo secreto de Silvio se desplegó ante ella.

Resultaba que era el empresario más joven de la ciudad B, con un conglomerado que abarcaba diversas industrias. Lo más importante es que era conocido como un soltero millonario, con gran cantidad de mujeres deseando formar parte de su vida, aunque solo fuera como amantes, sin ningún compromiso.

Eran pocos los que sabían que Silvio ya estaba casado.

Elena nunca había imaginado que el hombre con el que había contraído matrimonio había obtenido tantos logros.

Cada vez que navegaba por Internet, solo veía sus leyendas comerciales y los rumores sensacionalistas acerca de su vida.

Su abuela siempre le había dicho que después del matrimonio debía ser leal a su esposo, por lo que siempre lo había esperado de manera obediente a que él regresara a casa, para saludarlo con una amplia sonrisa y servirle con respeto.

Sin embargo, con el tiempo, se cansó. Pasaba cada día en la vasta villa, esperándolo ansiosamente. Pero lo que único que obtenía cada vez eran noticias escandalosas sobre él con otras mujeres, lo que la hacía sentir cada vez más desesperada.

«¿Acaso Silvio ya olvidó que está casado y que tiene una esposa esperándolo en casa?»

Pero Silvio no se había olvidado de su hogar; y esto era evidente, ya que después de terminar su trabajo, siempre regresaba.

Sin embargo, la vida de la pareja era tan monótona que carecía de grandes emociones, dado que ni siquiera existían peleas entre ellos debido a la falta de conexión emocional. Lo único que le daba a Elena una sensación de inquietud eran las miradas sarcásticas y algo distantes, así como la acidez del hombre que solo ella conocía.

—Clic…

En ese momento, se oyó la puerta, y Elena se levantó rápidamente para recibir a su esposo.

Al abrirla, efectivamente, Silvio había regresado.

Ella se alegró y mostró una sonrisa de felicidad, aunque en su corazón todavía se sentía un poco inquieta.

Sin embargo, a Silvio no le agradaba, y nunca le mostraba una buena cara.

Pero a Elena podía engañarse a sí misma, actuar como si nada pasara y comportarse como una buena esposa, siempre y cuando Silvio no llevara a nadie más a casa.

—¿Has cenado? Tengo toda la comida ya preparada, la traeré ahora mismo —dijo Elena, mientras tomaba la chaqueta de Silvio con cuidado y la colgaba en el perchero.

Pero Silvio no respondió a sus atentas preguntas, sino que, por el contrario, su mirada se desvió rápidamente hacia el televisor que se encontraba en la sala de estar.

En la televisión, estaban transmitiendo una entrevista de él junto a otra mujer, y ambos se encontraban muy cercanos.

Luego, Silvio, sin mostrar ninguna emoción, miró a Elena y le preguntó:

—¿No tienes nada que preguntarme?
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