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La  Esposa Abandonada
La Esposa Abandonada
Por: Maye Lyn
Capítulo 1: La noche de bodas

Obligado a casarse con ella por razones familiares, Alice Taylor una mujer a la que solo vio unos pocos años en su infancia, cuando Robert la vuelve a ver, solo sabe que a pesar de toda su belleza, la odia, la odia porque ella pudo negarse al matrimonio al igual que él lo hizo, pero ella quiso avanzar con aquello y él no tuvo otra opción más que casarse con ella, obedeciendo a la orden de sus padres, por el bien de los negocios y por una mejor estabilidad familiar en cuanto a relaciones.

Todo era un acuerdo entre familias, por el bien de las empresas, ambas partes salían ganando, sobre todo la familia Graham, que se veía muy beneficiada con la unión de los dos.

La celebración involucró a ambas familias, tanto la grande y poderosa Familia Taylor, como a la majestuosa e imponente familia Graham.

A aquella boda asistieron muchas figuras importantes, para presenciar la unión de esas dos grandes familias que ahora serían una sola, aumentando así las influencias que ya poseían.

Sin embargo, aunque la boda fue perfecta y todo fueron sonrisas, abrazos y más sonrisas, cuando estuvieron solos, Robert miró con desprecio a su nueva esposa. Y en aquella habitación de hotel, donde ambos pasarían la primera noche para luego partir a su luna de miel, Robert sacó toda la frustración que tenía por aquel compromiso y lo arrojó hacia su joven esposa de tan solo veinte años.

La más joven de las hermanas Taylor.

Alice.

—¡¿Crees que ahora voy a amarte solo porque lograste que nos casáramos?!—sus palabras la dejaron asombrada y sin respuesta. ¿Quién le diría que Robert Graham tendría un comportamiento como aquel?—¡¿Es lo que crees?!—arrojó con rabia.—Debes de ser bien estúpida para creer semejante tontería, Alice. ¡Jamás te amaría y tú me obligaste a esto! ¡Por tu culpa estamos casados!

Encogida en la cama, aún con su vestido blanco, ceñido a su cuerpo, Alice miró con los ojos llenos de lágrimas a su esposo.

Solo eran recién casados, pero ya todo cambiaba.

¿Por qué se comportaba de aquella manera en su primer encuentro juntos y a solas? ¿Era la forma en la que ese hombre siempre se comportaría?

¿Alguien pensaría que el apuesto y educado Robert, menor de dos hermanos y quien ahora llevaba el control de las empresas Graham, se comportaría de ese modo con su esposa?

—No fui yo quien te obligó.—dijo con voz temblorosa, ambos eran dos desconocidos. Alice era la menor de cinco hermanas, quienes ya estaban casadas con hombres igual de importantes que Robert Graham y solo hacía falta ella, logrando sus padres aquella unión con los Graham.

La última soltera de las Taylor.

Pero cuando Alice supo que él no quería casarse, rogó a sus padres para que anularan aquel compromiso, sin embargo, ellos no hicieron caso, alegando que nadie podría rechazarla y si cancelaban el compromiso por orden de los Graham, se vería como si ellos eran más fuertes e importantes que la familia Taylor. Por esa razón, a pesar de que Alice también se negó, el matrimonio tuvo que continuar.

Pero ahora, en aquella habitación, solo habían dos personas que no se amaban y que probablemente nunca lo harían, un esposo que señalaba con odio a su esposa y la culpaba por aquel matrimonio que él no deseaba, una esposa que nunca deseó aquel matrimonio e hizo lo posible para que no pasara.

—Desnúdate.—la miró sobre la cama y ante aquella orden, Alice Taylor no se movió.—¡Desnúdate! Eres mi esposa y vas hacer caso a lo que te ordeno. Tú querías esta unión, ahora te unirás a mí.

Cuando Alice bajó de la cama, levantó por un segundo la mirada hacia su esposo y solo vio un rostro frío y lleno de odio.

Un odio muy fuerte hacia ella.

Comenzó a bajar su vestido con manos temblorosas, hasta solo quedar en ropa interior frente a él.

Robert Graham bufó al ver todas las curvas en el cuerpo de su esposa y aquel sonido de desprecio ante su figura hizo que Alice se cubriera avergonzada, avergonzada de su peso, la forma de su cuerpo y desnudarse ante él

Las lágrimas cálidas no dejaban de mojar su rostro.

Le desagradó aquel abdomen poco plano, abultado, sus anchas caderas o sus redondeadas piernas.

Caminó hasta ella y la hizo bajar sus manos para él poder observarla mejor bajo la amarilla luz que había en el techo, alumbrándolos a los dos.

—No tienes que hacerlo.—siseó ella, deseando que él no la mirara de aquella forma porque dejaba muy claro que la menospreciaba, tanto a ella, como a su aspecto.—No tienes que hacer nada, estamos casados y ya está, Robert. No lo veas como una responsabilidad. Y más si me desprecias de ese modo. Podemos…no hacer nada.—sus palabras no eran una sugerencia, sino un ruego.

—¿Ahora sigues ordenándome qué hacer? Primero ordenas que nos casemos y ahora me ordenas que no tengamos sexo.—tomó su rostro con brusquedad y lo levantó hacia él, verla le molestaba y más la idea de que ella le ordenara cualquier cosa.—¿Qué más me vas a ordenar, mujer? ¿No te das cuenta que ahora que estamos casados tu dueño soy yo?—¿su dueño? Aquello le pareció muy bárbaro a Alice.—Aquí no tienes poder para decirme qué hacer. La grandiosa Alice Taylor no puede ordenarle nada a su esposo, ¿te queda claro?

—Robert, no es lo que intento, no intento decirte qué hacer.—dijo aún temblorosa. No es que pretendiera ordenarle, pero si él no la deseaba, ¿qué sentido tenía consumar el matrimonio? ¿Por qué hacerlo mientras ella lo despreciaba de esa manera?

—Te crees mejor que yo, lo veo en tus ojos.—la acusó.

—¡No es así! ¡No es así!

—¡No me levantes la voz!

—¡Pues escucha lo que te digo! También me negué a este matrimonio, yo no quería casarme contigo. ¡Amo a alguien más!—aquella confesión probablemente no fue la mejor idea, la expresión de Robert fue de un desagrado enorme.

Aquello fue lo peor que Alice pudo decir aquella noche.

Ante aquella confesión Robert retrocedió, alejándose de ella. Alice se apresuró a tomar su vestido e intentó correr al baño, pero Robert se puso en su camino.

No la dejó pasar.

—¿Quién es? ¿A quién amas?—Eso era algo que Alice no podía decir, pues se trataba del mejor amigo de Robert, Jared Sinclair. Pero era un amor en silencio, nunca confesado, no expresado, Alice jamás le había dicho nada a Jared, pues solo habían sido compañeros en la universidad y desde entonces ella estaba enamorada de él.

Quedó flechada en un tiempo récord, porque Jared era muy especial.

—No lo conoces.—mintió.—Déjame pasar al baño, por favor.

—Dime quién es, Alice Taylor. ¿A quién diablos amas? ¡Dilo!

—¡No lo conoces! ¡No sabes quien es!—exclamó con cansancio ya de aquella charla.

Él tomó sus brazos y la sacudió por ellos, logrando que el vestido resbalara de sus manos y Alice quedara nuevamente desnuda ante él.

—Ve a la cama.—la empujó hacia allí y ahora Robert comenzó a desnudarse. Con miedo, Alice miró a su esposo que se acercaba.

Se había preparado mentalmente para aquello, a la idea de estar casada con un hombre al que poco conocía y entregarse a él, sin amarlo, sin ninguno de los dos amarse, pero no se esperó que Robert Graham se mostrara enojado con ella y menos que aún con ese desprecio que mostraba, quisiera poseerla en aquella noche de bodas.

Ninguna preparación previa sirvió para aquel momento, Alice tenía mucho miedo, no quería estar con él y sabía, por la forma en la que su esposo actuaba, que iba a ser muy brusco con ella ante su primera vez.

—Robert…por favor.—dijo entre sollozos. Ya Robert estaba a su lado y se deshacía de la ropa interior de su esposa.—No estamos obligados a hacer esto.

Desnuda, comenzó a tocarla, el cuerpo de Alice no paraba de temblar, llena de miedo. Él la tendió sobre la cama y se colocó sobre ella, comenzó a acariciar su cabello, besó su cuello y sus hombros, más nunca besó o rozó sus labios, intentaba no toparse con su rostro o tan siquiera mirarla. Separó sus piernas, luego de humedecer su miembro comenzó a penetrarla, sin tener cuidado alguno, a pesar de que se percató de que ella era virgen, a pesar de notar que esa era la primera vez de Alice Taylor.

Aquella fue la peor noche para Alice Taylor, donde solo apaciguó el dolor, el desprecio y hasta el asco que empezaba a sentir hacia aquel hombre con la imagen de su amado en su mente, teniéndolo siempre presente para poder soportar aquello.

Allí se dio cuenta que ninguno de los dos podría amarse y que sin apenas conocerla, ya él la odiaba, creyendo que la razón de aquel matrimonio forzado era ella.

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