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Capítulo 3: La esposa abandonada

Durante toda la luna de miel, Robert intentó saber el nombre del hombre que su esposa amaba, pero no hubo maneras de hacerla hablar, ella por más que él insistía, no le decía nada, se rehusaba a hablar.

A su regreso, la primera y única parada fue la nueva vivienda de Alice Taylor, la que le había asignado su esposo.

Para ella, que fuera una casa alejada de la ciudad no suponía un problema, pero cuando Robert dijo que de allí no podía salir a menos que él se lo ordenara, Alice se negó de forma rotunda, no se quedaría allí encerrada solo porque él así lo decía.

—¡Eres mi mujer! ¡Y si creíste que este matrimonio sería un cuento de hadas solo porque tú así lo decidiste, te equivocaste, Alice Taylor! Aquí empieza tu pesadilla. Me querías de esposo, ya me tienes. A ver cómo te sabe todo esto.

Llamó a sus padres para quejarse de los tratos de su esposo, considerando que era un abuso de su parte y que ella no tenía porqué aguantarlo, pero no hubo apoyo de parte de ellos.

No fue como ella se pensó, nada era como ella pensaba que sería.

—Es tu esposo ahora, Alice.—dijo su madre.—Eres toda una mujer. Debes de aprender a lidiar con los problemas que se te presenten de ahora en adelante en tu matrimonio, todo es un proceso y nada será color de rosas, pero eres una adulta. No olvides que son una pareja y él es mayor que tú. Solo sigue sus consejos, deja que él te dirija. Hazle caso a Robert, ahora es tu esposo y tú su mujer.—fueron las palabras de sus padres, desentendiéndose de la situación.

Dejando claro que eran problemas maritales y no había cavidad para terceros, solo era algo de ellos dos y sus padres no lo veían como algo tan grave.

Creían que su pequeña hija solo exageraba un poco.

En aquella casa enorme habían tres personas para el servicio, quienes serían las únicas compañías de ella y ya tenían órdenes estrictas de parte de Robert para que no tuvieran ningún acercamiento con ella.

—Robert…podemos hacer esto de otra manera, por favor.

—¿Qué otra manera? ¿Crees que hay otra manera? ¡Elegiste casarte conmigo! ¡Ahora te atienes a las consecuencias! No, no eres ya la poderosa Alice Taylor, ahora eres Alice, la esposa de Robert Graham. Alice Graham. ¿No te das cuenta? Ahora quien toma las riendas soy yo y aquí se hace lo que yo diga. De ahora en adelante, vivirás bajo mis sombras, intenta acostumbrarte o sufre en el transcurso.—el autoritario esposo dejó clara su posición ante todo eso, ella tenía que someterse a él o la iba a pasar muy mal, Robert no tenía pensado retroceder.

—¡No das chance ni para que nos llevemos bien!—le gritó cuando él se marchaba.—¡No intentas hacer las cosas bien, Robert!

Con tristeza, Alice vio que aún Robert la seguía rechazando y la culpaba por aquel matrimonio que ninguno de los dos quería. Ella no sabía qué hacer, pero vivir de esa manera no quería.

La abandonó en aquella casa y solo se marchó, no dijo más nada.

Las semanas transcurrían de manera muy lentas, Alice se sumía en aquella soledad, rodeada de frías y blanquecinas paredes que eran poco amigables y mientras las semanas pasaban, ella comprendió que estaba embarazada.

Se lo hizo saber a su esposo, pero eso no pareció importante.

Las náuseas, los malestares matutinos, todo era muy nuevo y repentino para la joven y su cuerpo inexperto que intentaba acostumbrarse a esos cambios que se avecinaban.

Alice fue siempre atendida en casa durante todo aquel embarazado, ni una sola vez acudió al hospital de manera normal, el doctor iba allí y le hacía los chequeos necesarios, porque Robert no permitía que fuera de otro modo y la palabra de Alice no parecía tener ningún tipo de valor para nadie.

Allí estaba abandonada, nadie parecía escucharla.

Cuando ya ella no veía sus pies de lo enorme que estaba su vientre, la única compañía que tenía era su bebé, pues los empleados evitaban dirigirle la palabra durante todos esos meses allí encerrada, donde solo salía al jardín para pasear, ver las flores, tomar aire fresco y caminar un poco.

Cuando Alice ya sentía que no recordaba el sonido de su voz o cómo empezar una charla, comenzó a hablarle a su vientre, a su bebé, lo recorría con sus manos mientras dejaba una capa fina de crema sobre su abultado vientre y le hablaba, también le cantaba, le contaba cómo había sido su niñez o lo agradable que fue la universidad junto a Jared, el momento más hermoso de su vida, el hombre al que seguía amando, a pesar de los meses sin verlo, a pesar de que estaba casada y embarazada de su esposo.

A pocas semanas de su parto, y estando todo ese tiempo abandonada por su esposo, él llegó aquella madrugada a la casa, sin que nadie lo esperara, sin avisar.

Abrió la puerta de su habitación y al encender las luces vio a aquella mujer acostada, que comenzaba abrir los ojos.

—¿Robert?—¿quién más podría ser? Ella no se explicaba qué hacía él allí. Hace meses que no sabía nada de él.

Pero Robert no podía apartar el rostro de su abultado vientre, era la primera vez que la veía en unos largo meses y no se imaginó que aquel embarazo estuviera tan avanzado, que Alice tuviera aquel aspecto.

—Alice, pero…estás enorme.—se sentó en la cama e intentó tocarla, pero ella no se lo permitió.—Solo quiero tocar tu vientre.—se subió a la cama y cuando vio los enormes pechos de ella notarse a través de aquella tela transparente, su boca quedó abierta, observó sus piernas desnudas y el deseo creció en él, haciendo que de manera rápida su pene se abultara.

¿Cómo es que deseaba a aquella mujer embarazada que no veía hace meses?

—Y yo no quiero que lo hagas. No toques mi vientre.—Alice observó el deseo en los ojos de su esposo, intentó tomar las sábanas para cubrirse, pero Robert no se lo permitió.—¿Crees que puedes abandonarnos aquí y luego venir como que nada ha pasado?—le reprochó.

No dejaría que él le pusiera un solo dedo encima.

—Sí, claro que puedo. Me ves luego de todos estos meses y es así como me recibes, debes de estar feliz de que al menos venga a visitarte. Quítate ya esa bata y déjame ver los cambios de tu cuerpo, tus pechos están hermosos. Permite que tu esposo los vea y alegra esa cara, muéstrate un poco más feliz.

—¿Feliz?—ella rió con burla.—¿Tiene que hacerme feliz verte? Y no pienses que me desnudaré, tengo sueño, déjame descansar.

—¡Tiene que hacerte feliz ver al padre de tu hijo, a tu esposo! ¡Claro que tiene que hacerte feliz! ¡Ya déjame ver de una m*****a vez tu cuerpo!—si ella se negaba, él se enojaba, porque no recibía muy bien una negativa de su parte, él no le agradaba ni un solo poco que ella quisiera dirigirlo, decirle qué hacer. Detestaba que ella le respondiera o intentara llevarle la contraria en alguna cosa.

Detestaba que Alice luciera como la gran Alice Taylor, aborrecía pensar que ella se creía más que él.

—¡Pues no me hace feliz! ¡Ni un poco! Me desagrada verte luego de la forma en la que me tratas desde que nos conocidos, además yo tampoco soy de tu agrado. ¡Vete! ¡Incluso la soledad es mejor que tu compañía! ¡Y no dejaré que me toques!

—¡Soy tu esposo!

Alice salió de la cama para huir de él, pero Robert era mucho más rápido, la tomó entre sus brazos con cuidado de no chocar con su vientre, comenzó a tirar de su pijama hasta dejarla desnuda y lo primero que sus manos tocaron fueron los llamativos y enormes pechos de Alice.

Realmente habían crecido mucho, su peso había aumentado considerablemente y esos senos no se quedaban atrás. El tamaño de ellos dejaba a Robert con la boca hecha agua, entra otros pensamientos más perversos que llegaban a su mente.

—¡Déjame! ¡No quiero que me toques! ¡No me toques, Robert! ¡No quiero! ¡No tienes derecho!

La giró de espalda a él y su mano se adueñó de su vagina.

—Alice—dijo en su oído, su voz se había vuelto gruesa por el deseo y el estar tocándola lo ponía más y más caliente.—Hace meses que no te toco, ¿vas a decir que no lo deseas?—una mano se movía en su pecho, mientras sus dedos la estimulaban y él besaba su cuello. Alice solo apretaba sus ojos con fuerza, deseando nada más que él se marchaba, que dejara de tocarla, pues no lo había deseado nunca y ahora no era la excepción.

Robert llevó aquella mano a su boca y humedeció sus dedos, regresándola a su vagina. Ella se movió con incomodidad, pero él no la liberaba.

Luego de estar tocándola, la llevó a cama y allí sacó su miembro, separó las piernas de ella y apreció su cuerpo desnudo, sus senos, el rostro sonrojado de ella y aquellas anchas caderas.

Alice cerró los ojos y solo se concentró en una única cosa, visualizando en su mente el rostro de Jared, recurriendo a los recuerdos con él mientras Robert se satisfacía con su cuerpo.

Aún Alice no conocía lo que era un orgasmo, pero Robert parecía disfrutar bastante cuando tomaba su cuerpo, a pesar de que decía que la despreciaba o que no le gustaban sus curvas o su peso.

Respiró profundo y luego le sujetó su cara, allí tirada sobre la cama, metió un dedo en su boca, dejándolo húmedo y luego pasándolo por los labios de ella. Su mirada no le gustaba y lo quieta que se quedaba siempre que él la hacía suya, como sin vida, sin calor, sin gracia.

—Pues hay mujeres que sí se alegraban de verme cada vez que entro a sus habitaciones o a sus camas. Que no te alegres tú, es algo que no me importa. Vine por cortesía, no porque realmente quisiera verte. Estaré aquí otra vez cuando mi hijo nazca.—soltó su rostro y arrojó la sábana sobre el cuerpo desnudo de ella, ya no quería verla. Estaba complacido, si el deseo otra vez la rechazaba.—Por fuera te ves apetecible, pero al final eres insípida, falta de gracia o sensualidad y lo que es peor, eres fría, tu cuerpo es como un témpano de hielo que no logra calentarme, ni aún con toda esa grasa. Alice, no eres una buena mujer.—y luego de aquellas duras palabras hacia su esposa, se marchó.

Así fue el encuentro de ellos dos luego de meses sin verse, pero Alice sentía alivio de que él no estuviera, porque realmente prefería estar sola, a estar en compañía de su esposo, Robert Graham. Odiaba que él se creyera dueño de su cuerpo y se sentía sucia cada vez que él la tomaba de aquella manera.

Sufrió al principio porque él la abandonaba allí, pero luego solo agradeció de que él no estuviera, ahora se alegraba de su ausencia y no se sentía mal por ser la esposa abandonada, lo agradecida.

Aquella noche, luego de esa discusión y después de que él la tomara sin delicadeza, a pesar de su avanzado embarazo, Alice no pudo volver a dormir. Debido a la exaltación de aquella pequeña discusión o el fuerte uso que Robert hizo del cuerpo del Alice, se sentía angustiada, también muy agotada, su vientre estaba inquieto y le dolía de manera horrible la espalda.

Comenzó a caminar de un lado a otro, sin lograr que el dolor mejorara, las horas solo iban pasando y con eso llegó la mañana.

Cuando ya Alice no pudo soportar el dolor, le pidió a una de las empleadas que llamara al doctor, dado que ella no se sentía bien y temía por la salud de su bebé, todo en su vientre era muy extraño, ella no quería que nada malo le pasara.

Cuando el doctor llegó, luego de revisarla, supo que aún no era tiempo para el nacimiento del bebé, pero algo no iba bien.

Algo estaba mal.

La dejó bajo observación y luego la voz de alerta hizo eco cuando Alice Taylor presentó una fiebre alta y muy repentina, teniendo que ser llevada al hospital.

Robert Graham fue avisado de que su esposa estaba ingresada en el hospital central, pero aquello poco le importó, sus hermanas acudieron para ver a Alice y su estado de salud, pero se encontraron con la sorpresa de que ella estaba siendo sometida a un parto prematuro a través de una cesárea, cuando desde el inicio se había pronosticado un parto normal.

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