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Cap. 4 Actitudes reprochables

“Y cuando un hombre te diga:

—No eres tú… Bueno, si eres tú…

Sabes que debes salir corriendo”

La fiesta era por demás esplendorosa y la reina esperaba el momento en que debía estar a solas con su flamante esposo, porque solo allí sería la reina en toda la dimensión de la palabra.  Tenía para ese menester preparado un exquisito vino que encandilaba los sentidos, además del perfume que fue expresamente preparado por hechiceros de su reino para encantar los sentidos del rey.

Edward llegó en esos momentos y al ver a su flamante esposa esperándolo...

—Señor, mi corazón no aguanta por unirse a su persona.

—Astrid…

Ella se acercó con dos copas de vino y le dio una a él.

—Mi tierra se caracteriza por preparar los mejores vinos afrodisiacos del mundo—bebió un poco ella—los vinos de mi tierra pueden encender fuegos íntimos…

Edward probó y en verdad tenía un sabor dulce y al final un toque fuerte, que le quemó las entrañas.

—Edward, seremos uno en breve y yo te demostraré—se abría su bata—todo lo que te puedo hacerte sentir en un momento de pasión.

Ella acarició su rostro, Edward percibió su perfume y lo mareó un poco, sus sentidos comenzaron a ser cautivados por la bella Astrid que se valió de todo para cautivar al rey de Vraelon.

Decir que ser la reina de Vraelon era glorioso fuera del palacio, podía serlo, pero dentro de la alcoba era todo diferente. Edward era muy… Indiferente con la reina, que hacía de todo para poder cautivarlo…

—Deseo bailar para ti, esposo mío.

Movía sus caderas al son de la música de forma gloriosa, podía sentirse el hombre más afortunado del mundo: una reina hermosa y dispuesta a darle todo el placer; sin embargo, en verdad, aunque se esforzara en verla como una diosa del sexo e hiciera de todo con ella, pasado el momento solo quedaba un vacío tedioso.

—Mi señor, ¿se siente complacido?

—La verdad…

Ella fijó sus ojos azules sobre él.

—¿Algún problema señor?

—Eres una buena esposa—se levantó.

—Pero…

—En verdad te esfuerzas mucho.

Astrid sintió una punzada en su corazón y se levantó.

—¡Qué he hecho de malo!

—No eres tú… Bueno, si eres tú…

Eso la indignó y le dijo molesta.

—Parece que sus expectativas son demasiado altas.

Silencio y ella estalló en iras.

—Pero las mías también, señor, y déjeme decirle que no las ha llenado como se debe.

Eso molestó a Edward que le dijo:

—Escucha, únicamente haz lo que debes y dame un heredero y luego en paz.

La dejó gritando enfurecida y al salir al pasillo vio a su abuela mirándolo censor.

—Lo que haces es poner en riesgo tu corona—le dijo—una reina en malos términos puede ser peligroso.

—Intento esforzarme y no…

Su abuela lo acarició:

—Hijo, sé que tomaste el trono muy pronto, pero debes pensar con cautela, hay muchos que ambicionan el trono y pueden valerse de todo hasta de acercarse a tu reina para hacerte daño.

Edward dijo dolido.

—No puedo confiar en nadie…

—En nadie, excepto en mí, yo te puse en el trono y yo cuido de ti.

Sin embargo, el mal clima entre los reyes era notorio. La reina hacía fiestas privadas con su corte o con las visitas del palacio y Edward era el virtual ausente de esos eventos.

Hasta que fueron los días del cumpleaños del rey Edward y líderes de muchos lados acudieron a rendirle tributo y las fiestas se extendieron por días.

La vida de los pobres

La vida entonces para la gente del Vraelon se puso movida, pues acudían a los eventos muchos turistas y el mesón estaba lleno y el trabajo abundaba.

Acsa hacía pan y luego iba por verduras y legumbres para los que se quedaban en el mesón. Había desfiles, torneos y muchos eventos para distracción de los visitantes.

Cuando salía hacia la huerta vio a Ilena recibiendo unas monedas de parte de uno de los turistas, se las metía en el escote, lo que daba a entender que la joven hacía sus propios negocios. Ilena se dio cuenta de la presencia de Acsa y fue tras ella.

—¡Acsa!—la llamó—¡Acsa te ordeno que te detengas!

—Necesitamos ingredientes para la comida—dijo ella.

—Sé que me viste…

—¿Te vi haciendo qué?

—Es justo que me gane unos pesos, pero si mi madre se entera de esto, te juro que le echaré la culpa a tu primo.

Acsa la miró sorprendida.

—¿Quieres culpar a mi primo de tu desvergüenza?

—Solo te advierto…

Se iba muy sobrada y Acsa, meneó la cabeza y continuó con su labor. Hasta que Hilda le ordenó que fueran al río a traer trucha fresca y ella tuvo que ir con su primo a pescar.

Lo que pasó en el río

Los nobles iban hacia el río a refrescarse y el Rey les indicaba su hazaña con la Huldra.

—Esta criatura salió de la nada y me atacó, su fuerza era como la de 10 hombres.

La reina paseaba con su corte por las inmediaciones y escuchó que Edward dijo:

—En este río vi a una

Ninfa, la criatura más hermosa y delicada que mis ojos hayan visto.

Ella hizo un gesto de enfado y pidió a su mayordomo.

—Consigue veneno.

—¿Señora?

—¡Hazlo!

Edward miraba con ensoñación el río evocando el momento en que vio esos ojos y comentó.

—Daría la mitad de mi trono por volver a ver a esa hermosa y delicada criatura de nuevo.

La reina se plantó frente a él.

—¿Osas soñar con un mito que con tu reina?

—Astrid, llegaste.

—Es el colmo de la osadía, suspirar por una cosa que por tu reina.

El mayordomo se acercó con el frasco y ella se lo arrebató.

—¿Pero qué harías si mato a tu Ninfa?

Abrió el frasco y lanzó el veneno en el río.

—¡Qué haces!

El contenido se fue esparciendo por el río y él se metió al agua para intentar contenerlo.

—¡Envenenaste nuestro río!

—Maté un mito—se retiraba ella molesta.

Acsa estaba ayudando a su primo con la pesca cuando vio emerger varios pescados panza arriba.

—¡Mira! ¿Qué sucede?

Gerald entonces le dijo a su prima:

—El agua, algo pasa con ella…

Acsa se desesperó al ver a más peces salir del agua.

—Tenemos que hacer algo…

Gerald recordó su magia y extendió sus manos al río y dijo:

—Noble río, te han herido, pero por el poder del Espíritu que vive en mí, os pido que sanes.

Acsa cerró sus ojos y lo ayudó en su pedido y de repente el agua a su alrededor comenzó a bullir y una onda fuerte y poderosa se extendió por todo el río.

Edward estaba metido hasta la cintura, observando con profunda tristeza la devastación y su consejero, dando avisos de que el río estaba envenenado.

 En ese momento una onda lo traspasó con tal fuerza que estremeció su ser y lo dejó impactado, nunca había sentido tal poder y cuando se dio cuenta, los peces volvían a la vida.

Rob estaba atónito y le preguntó.

—¿Qué hiciste?

—Yo no hice nada…

Rob se acercó a beber del agua y la encontró de mejor sabor y le dijo:

—Está buena…

Todos celebraron el momento al que llamaron favor de los dioses.

Cuando llegó al palacio estaba más lleno de preguntas que dé respuestas y esa extraña sensación que lo inundó no salía de él. Su abuela preocupada fue a su encuentro en ese momento.

—¿Es cierto que la reina envenenó el río?

—Sí…

—Es lamentable, llamaré a mis consejeros para ver la forma de cómo purificar el río.

—No es necesario…—dijo él—el río volvió a su nivel.

La mujer lo miró desconcertada y preguntó.

—¿Cómo es eso de que volvió?

—No lo sé abuela, solo sé que algo como una fuerza se sintió en el río y este quedó limpió.

—¿Limpio?

—Limpio.

Eso no le gustó, pero no dio a entender nada y entonces Edward molestó fue al trono.

—La reina desafió mi autoridad y eso no lo permito, voy a imponerle una sanción por su desobediencia—entonces ordenó a su consejero—Vilda decidle a la reina que deseo verla inmediatamente.

Vilda entonces le dijo a su majestad.

—Las aguas agitadas no traen paz.

—Dile que venga y que todos presencien mi castigo.

Vilda fue a los aposentos de la reina, en donde ella estaba reunida con todas las reinas y damas de importancia que la entretenían. Cuando le dijeron el requerimiento del Rey.

—Su majestad desea verla en el trono, señora.

Astrid, que estaba dolida por todo lo pasado, le respondió.

—Ahora no tengo ánimo, así que dígale a su majestad que luego iré.

Vilda que sabía que se avecinaban tormentas, le dijo:

—La buena esposa obedece a su marido.

Ella lo miró con ira contenida y le dijo al sabio.

—No soy una buena esposa entonces.

Se negó a ir ante el rey y cuando le comunicaron a Edward su rebeldía.

—Dígale que es una orden real, la quiero aquí y ahora.

Ella se mantuvo firme en su decisión.

—Dígale al rey que hoy no deseo exhibirme ante sus amigos.

—Señora… Por el bien de vuestra majestad…

—¡No pienso ir!—rotunda.

Vientos oscuros se avecinaban sobre la reina de Vraelon.

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