La joven Ekatherine Lizabetha Kerloff paseaba tranquila por los jardines de la mansión Kingston mientras leía la carta de su amado Edrick, soñaba con el día que el volvería de aquella guerra sin sentido y al fin, podría pedir su mano en matrimonio.
- Milady ‒escucha decir a una de las sirvientas, dobla la carta y la devuelve al sobre, se gira a verla.
- ¿Sí? ‒la joven parecía haber recorrido todo el lugar hasta encontrarla.
- Su padre la llama ‒Ekatherine asiente, camina hacia la mansión, esperaba no le saliera de nuevo con el tema del matrimonio arreglado, porque ella no pensaba casarse igual que su madre, eso le había costado un distanciamiento con ella a nivel emocional, toda su vida, ella y su hermana habían sido criadas por institutrices, y ante la incapacidad de darle un hijo varón a su padre, su madre había optado por rendirse, y la entendía, no debía ser fácil después de tantos abortos, pero eso debió crear un lazo más fuerte con ambas, aunque agradecía que al menos a Jelena si le prestara atención.
- Padre ‒dice nada más entrar en el despacho, mira muy mal al hombre que esta con él, el Vizconde de Landre era uno de los peores hombres entre todos los candidatos a esposos, era bien sabido que gustaba de emborracharse hasta perder la consciencia, además de lascivo y violento.
- El Vizconde ha venido de visita ‒su padre le sonríe, rueda los ojos.
- Un gusto Vizconde –hace una reverencia usando nada más la cabeza, no puede evitar la cara de asco al ver como la mira–, pero sea a lo que mi padre lo haya llamado, la respuesta es no –dice de manera tajante pero segura–, este tema ya lo había tocado con él, así que sin importar que le prometiera, no sucederá –sonríe con inocencia, podía ver la rabia centellar en los ojos de su padre.
- Si fuera su marido, la tendría bien domesticada –se pone de pie molesto.
- Eso no podría ser ni en sus mejores sueños, porque antes de casarme con usted, me habría envenenado –le mira con burla, alza su mano, actúa rápido y patea su espinilla, lo ve quejarse de dolor, sonríe con suficiencia y tras lanzarle a su padre una mirada de reproche, sale de ahí molesta.
Sube las escaleras hasta el pequeño cuarto de té de su madre, ahí estaban ellas 2, se deja caer en una silla.
- ¿Ha pasado algo con nuestro padre y su visita? –Jelena podía ver la rabia contenida de su hermana mayor, para nadie era un secreto que ella no deseaba casarse con nadie, bueno, sólo había un hombre: Edrick Pemberton.
- Ha querido que me case con el monstruo del Vizconde Landre, el muy bestia ha dicho que si fuese su esposa, me tendría domesticada, ¿cree que soy un perro o algo similar? Como si eso no fuese suficiente, ha tenido el atrevimiento de levantarme la mano –Jelena cubre su boca por la sorpresa, incluso su madre parecía no dar crédito a lo que su hija mayor decía, aunque por los rumores, bien podría ser así–, pero antes de que me pegara, lo hice yo dándole un puntapié que jamás olvidara, a ver si eso le enseña a tratar a una dama ‒sonríe con orgullo, su madre niega, esto daría mucho de qué hablar.
- Hermana, no debes hacerle eso a papá, él sólo busca que estemos bien de nuevo –entendía a su hermana, pero debía ver por el bien de la familia.
- Oh no Jelena, no pienso pagar por los errores de mi padre, él hizo todo este desmadre con la fortuna de la familia, que él lo arregle, no pienso sacrificar mi felicidad porque al señor se le ocurrieron un par de buenos negocios –se pone de pie, caminaba molesta con los brazos en la cintura–, además, todavía producen los campos, tomará tiempo levantarse pero no es imposible, que a nuestros queridos padres les importe más el que dirán que nuestra felicidad, me tiene sin cuidado, estoy bastante acostumbrada a que hablen de mí –sentencia antes de salir, entra a su habitación y tras cerrar con llave la puerta, se echa en la cama, saca la carta y vuelve a leerla–. Por favor no tardes mi amor –suspira abrazando la carta a su pecho.
Durante muchos años habían sido amigos, él era su confidente y paño de lágrimas, conforme paso el tiempo y crecieron, es que se dieron cuenta que se amaban, él era el hombre perfecto, amable, bondadoso, simpático, gracioso e inteligente, además de guapo, muchas de las jóvenes suspiraban por él, y debía admitir que se veía aún más guapo en su uniforme, algunas lo llamaban el príncipe, y era ella quien tenía su corazón.
Cierra los ojos e imagina el día que vuelvan a verse, el enorme abrazo que le dará y quizás le deje robarle un beso, hablarán con su padre y si se niega al matrimonio, irán dónde un padre y se casaran sin más, ella no temía dejar su título atrás ni todo lo que eso conllevaba, ella sólo deseaba ser feliz, lastima que la vida quería otra cosa para ella.
Ekatherine:Lo único que me mantenía de animo era la carta de mi querido Edrick, soñaba con el momento de su regreso, y aunque tenía un poco de miedo, estaba lista para ver las listas de las bajas que colocarían en la plaza, sabía que su nombre no estaría ahí, le había pedido a Dios que lo cuidase en todo momento, y él nunca me había quedado mal.Por la mañana me levanté más temprano que de costumbre, sabía bien que las listas no serían colocadas hasta después de las 10 de la mañana, pero eso no me había permitido dormir bien así que, por mi salud mental, iría de paseo a caballo.Cuando me doy cuenta la hora que es, comienzo el viaje hasta el pueblo, Gallego, mi caballo, mi fiel amigo; sortea cada obstáculo con maestría, nada más llegar bajo dando un salto, él era tan inteligente que camino hasta el abrevadero para tomar un poco de agua.Sin importarme las buenas costumbres, me abro paso entre la gente, escucho que me maldicen pero poco me importan, necesito cerciorarme que no está en
Ekatherine:Odiaba a tipos como él, podía ver sus intenciones a mil kilómetros, es por eso que aborrecía a los hombres de la alta sociedad, eran banales, poco inteligentes y se centraban en ellos mismos como si fuesen Dios o un ser perfecto al cual debían servirle, en todo caso, que buscasen una criada en lugar de una esposa. Me negaba de manera rotunda a esa vida, y sabía que con Edrick no la tendría, éramos iguales y era eso lo que me gustaba de él, yo era su igual.Tras dejar a Gallego con una buena paca, cepillado y listo para la siguiente aventura, vuelvo a la mansión y me dirijo al cuarto para bañarme, me cambio y bajo a desayunar, lo bueno de haber crecido con las criadas, es que había forjado un lazo con ellas, así que la cocinera me mimaba y sin importar la hora, me tenía listo el desayuno o cualquier comida que me hubiese saltado.- Mis favoritos ‒susurro al ver los panqueques con fresa y miel, me siento y comienzo a comer feliz, eso hasta que mi padre llega, dejo el tenedor
Ambrose:Todos habían parecido enmudecer tras la entrada de la joven Ekatherine, nunca habría imaginado el impacto que ella tenía en esta sociedad, pero mi atención se había volcado en su padre, Lord Kingston. Era un hombre bastante corriente y según sabía, el título lo había heredado gracias al matrimonio con la única hija de los Kingston, y eso lo había logrado gracias al trabajo de su padre, Iván Petrov Kerloff, un hombre visionario que había comprado unas tierras muertas y en poco tiempo las había hecho prosperar volviéndose un hombre muy rico e influyente, eso hasta que Dimitrio Ivanov Kerloff lo había echado a perder en juegos de apuestas y negocios no tan inteligentes. Podía notar lo desesperado que estaba por recuperar su antigua posición, no dejaba de deshacerse en halagos y cumplidos a mi persona. Siendo sincero, no estaba interesado en el matrimonio, me gustaba la libertad y lo que podía hacer con eso, no tenía que ser un ejemplo porque sería muy raro llegar a la corona, en
Ambrose:Tras el rechazo de mi amistad, me había propuesto convencer a la joven Kerloff de volverse mi amiga, y esa determinación aumentaba con cada rechazo, quizás es que estaba bastante acostumbrado a salirme con la mía que mi ego no soportaba sus rotundas negativas.- Acepte este collar como muestra de mi interés sincero por usted ‒le sonrío lo más inocente posible, estábamos en una celebración dominical, ella me mira con ira contenida.- Ya le dije que me deje en paz, y llévese su horrible collar ‒se da la vuelta y va donde su madre, veo que le dice algo, es probable que la este regañando por su forma de comportarse conmigo, era gracioso ver que no sólo le molestaba el resto de las personas, también lo hacían sus padres, ¿podía culparla? Para nada, yo mismo era reacio a relacionarme con mis padres.- Debes detenerte Ambrose, las personas creen que de verdad estas enamorado de ella, incluso sienten lástima por ti ‒dice Joseph, era extraño llamarlo por su nombre en lugar de su apell
Ekatherine: Si alguna vez había existido un hombre tan insistente e imbécil, ese debía ser el Duque de Ainsworth, había causado una gran conmoción cuando supieron sobre la propuesta, y como si ese evento no hubiese sido suficiente para él, había mandado a adornar la mansión Kingston con rosas rojas, se había presentado diciendo esas tonterías que los hombres suelen decirle a las mujeres. - Una flor para otra flor, aunque cada rosa palidece ante su belleza ‒había tenido que encontrar paciencia de quien sabe dónde, una que se acabo cuando mencionó que no encontraría hombre más romántico que él. - ¿Eso cree? ‒le sonrío con falsedad, me acerco a las rosas y comienzo a tirarlas todas, su cara de sorpresa era única‒, pues sepa usted caballero, que los hay, y mejor que las ridiculeces que dice y los actos originales que hace ‒le arrojo un ramo antes de entrar a la mansión hecha una furia, no había salido de mi habitación hasta el día siguiente, es más, para evitar a ese hombre, no habí
Ambrose: - No termino de entender si de verdad la amas o estás obsesionado con ella ya que ninguna mujer te había dicho que no antes –susurra Ramsey viéndome con atención, me encojo de hombros mientras miro mi vaso de whisky. - Quizás ambos –susurro bajo, no sabía cómo se sentía el amor, nunca antes me había interesado nada de lo que otros tenían. - Ten cuidado o podrías salir muy mal parado –asiento mientras doy un trago, seguía ideando planes, métodos que dieran resultados, pero cada cosa parecía molestarla más que la anterior. - Adelante –alzo la vista cuando la puerta suena, veo entrar al mayordomo. - Su alteza, lo busca Lady Kerloff –alzo la ceja sorprendido, y al parecer no era el único ya que Ramsey hasta se puso derecho. - Hazla pasar –dejo el vaso en la mesita, me pongo de pie arreglándome la ropa, Ramsey se ríe por lo bajo. Pongo mi mejor sonrisa, la cual desaparece cuando entra, luces pálida y parece que ha llorado por días, como si alguien hubiese muerto. - Lamento l
Ekatherine: La semana paso en un abrir y cerrar de ojos, por primera vez en mucho tiempo pude ver a mi madre feliz y orgullosa de mí, que tristeza que sintiera eso cuando yo me sentía morir, me había importado bien poco los preparativos, el ajuar de novia o los votos, recitaría los que el sacerdote me dijera y listo. - Tan hermosa ‒dice mi padre con emoción, bien podría ser negro este vestido y me daría igual. - Sí, hermosa como una muñeca sin vida, una muñeca vendida al mejor postor, ¿no padre?, ¿esto refleja tus sueños? ‒me giro a verlo molesta‒, sólo te diré una cosa padre, si llegases a vender algo de lo que nos pertenece a Jelena o a mí, juro por lo que más amo, que te mandaré a arrestar, en cuanto tenga a mi primer hijo, dejarás por escrito que todo eso es suyo y que su albacea soy yo, así cuando Jelena se recupere y decida casarse, tendrá un patrimonio para ella y sus hijos, y si no lo haces padre, haré que mi familia política te destruya, y yo no juego con ello ‒puedo ver co
Ambrose: Por suerte uno de los invitados era un doctor, de lo contrario, habría tardado más y seguro me habría dado algo por la preocupación. - Tranquilo alteza, ella está bien, algo cansada y por lo que pude ver, famélica, déjela dormir y por la mañana que desayune bien, poco a poco irá recobrando su salud –me sonríe, asiento y lo acompaño a la puerta, vuelvo donde ella y me acomodo a su lado, suponía que esto era normal, la boda había sido planeada en muy poco tiempo, además, ella había guardado luto durante una semana tras el fallecimiento de aquel joven, no era algo que me gustara pero era parte de su pasado, algo que debía aplaudir era el hecho de haberme dicho la verdad, porque del resto me encargaría yo, estaba seguro que ella llegaría a quererme, por ahora era lo mínimo que ambicionaba, que me amara era demasiado. Me quedo viendo su respiración acompasada, no sé en qué punto me quedo dormido junto a ella, lo que me despierta no es el sol si no un suave movimiento, al abrir l