Baile

Ekatherine:

Odiaba a tipos como él, podía ver sus intenciones a mil kilómetros, es por eso que aborrecía a los hombres de la alta sociedad, eran banales, poco inteligentes y se centraban en ellos mismos como si fuesen Dios o un ser perfecto al cual debían servirle, en todo caso, que buscasen una criada en lugar de una esposa. Me negaba de manera rotunda a esa vida, y sabía que con Edrick no la tendría, éramos iguales y era eso lo que me gustaba de él, yo era su igual.

Tras dejar a Gallego con una buena paca, cepillado y listo para la siguiente aventura, vuelvo a la mansión y me dirijo al cuarto para bañarme, me cambio y bajo a desayunar, lo bueno de haber crecido con las criadas, es que había forjado un lazo con ellas, así que la cocinera me mimaba y sin importar la hora, me tenía listo el desayuno o cualquier comida que me hubiese saltado.

- Mis favoritos ‒susurro al ver los panqueques con fresa y miel, me siento y comienzo a comer feliz, eso hasta que mi padre llega, dejo el tenedor y lo veo con fijeza esperando a que suelte todo lo que se guardó de ayer.

- Es una suerte que no aceptásemos la propuesta del vizconde Landre ‒lo miro con sorpresa, parpadeo un par de veces intentando buscar la trampa en aquellas palabras, pero parece sincero.

- ¿De verdad? ‒pregunto dubitativa, mi padre asiente y sonríe en respuesta.

- Él no vale nada, por suerte para nosotros, ha llegado de Italia el duque de Ainsworth, ese hombre si que nos conviene, guapo, rico y con un alto estatus, esta emparentado con el rey de Inglaterra, creo que es el cuarto o quinto en la línea de sucesión, ¿te imaginas eso? ‒lo miro con cara de pocos amigos, suspiro, debí suponer que algo así pasaría.

- Me importa un comino quien sea, no me voy a casar, y no puedes obligarme, yo no hice esos malos negocios a pesar de que muchos te dijeron que no, es tu problema, arréglalo de la misma manera en que te metiste en él ‒me pongo de pie y tomando mi plato, salgo del comedor con destino al cuarto de Jelena, ella era muy enfermiza y casi no salía, lo que era una pena.

Llamo a la puerta y tras escuchar un pase, entro y la encuentro en cama, luce pálida y ojerosa, señal de que no pasó buena noche.

- Tengo revuelto el estómago, ¿le pedirás a Olivia que me preparé su remedio especial? ‒me mira atenta, asiento dejando mi plato en la mesita de noche, salgo para informarle a la mujer de la petición de mi hermana, creo que ella era la más cercana a nosotras, casi como una segunda madre, o en mi caso, la primera.

- Que bueno verte Lizabetha ‒suspiro rogando al cielo por paciencia, mi madre me llamaba por mi segundo nombre cuando algo que hacía no le gustaba o parecía, o sea, casi siempre, entendía que no se amaran debido a la situación de ese momento, pero qué culpa tenía de haber nacido primero y que Jelena naciera cuando al menos, se soportaban, ninguna, pero hacerle ver eso era una tarea titánica.

- Al grano madre, sé que lo último que sientes al verme, es algo bueno, ¿ahora qué hice? ‒la miro con una falsa sonrisa inocente, ella me mira mal, no había mujer más correcta que ella.

- Te he dicho que no salgas a caballo como si fueses una pueblerina, por eso las damas hablan de ti, ten un poco de respeto por esta familia, por eso nadie te toma en serio y tienes tantos problemas ‒la miro con cara de importarme bien poco, esas mujeres tan sofisticadas, eran las peores chismosas de todos los tiempos, se mostraban ante los demás como damas perfectas y amigables, pero si alguna de esas distinguidas damas no estaba presente, el resto se encargaba de destruirla, la mayoría de mis peleas había sido por defender a mis padres, pero claro, yo era una malagradecida buscapleitos.

- Madre, no voy a dejar de hacer lo que más me gusta sólo por lo que unas viejas cotillas sin nada más que hacer digan sobre mí, más preocupada deberías estar de lo mucho que les gusta hablar de ti, ¿sabes qué esa es la razón de mis peleas con esas distinguidas damas? Pues entérate de lo que dicen de ti madre antes de decirme lo que dicen de mí, que eso ya me lo sé de memoria, ¿crees que me importa? No, ellas están amargadas y yo no, lo único que no soporto es esa m*****a etiqueta, soy una mujer libre y así mismo, me casaré con quien se me dé la gana, y si queréis desconocerme, adelante, hacedlo, poco me importa este maldito título y todas las obligaciones que tengo por su culpa ‒me giro y camino a mi habitación, creo que era adoptada o algo por el estilo, por eso mi madre no me quiere y mi padre busca un papanatas para casarme con él y salvarlo de la ruina, pero no le iba a dar el gusto.

No había salido de mi habitación en todo el día, había decidido pintar, el día era precioso y desde mi ventana se podían ver los cultivos, un toque en mi puerta me saca de ese trance.

- Te has perdido la comida mi niña, así que te traje un poco ‒susurra Olivia con cariño, le sonrío y me acerco a la bandeja, se veía buenísimo.

- Ojalá hubieses sido mi madre, habría sido muy feliz ‒le sonrío con amor, su mirada era tan suave, algunas veces me cuestionaba si en realidad Lady Kingston era mi madre y no me había acogido porque le resultaba imposible embarazarse, pero luego había tenido a Jelena y pues era tarde para deshacerse de mí, habría sido una historia increíble si no fuese idéntica a mi abuela paterna, mi padre solía decir que tenía su carácter, quizás por eso me gustaba pasar más tiempo con ella, era una mujer libre de prejuicios, inteligente e independiente que no se sometía a mi abuelo, a ese hombre le parecía perfecto aquello, siendo un hombre de campo, poco le importaba que su mujer no fuese la típica dama, por eso Edrick era mi hombre ideal, me amaba por quien era y no por lo que era.

- No repitas eso, si vuestra madre te escucha, seguro me corre ‒me mira seria, río bajo.

- Primero me echa a mí antes que a ti ‒ella niega riendo, comienzo a comer mientras me prepara mi ropa, hoy había un pequeño baile en casa de la señora McKenzie, esa mujer era de las pocas que no cotilleaban de otras, era muy interesante hablar con ella y me gustaba su forma de ser, así que jamás dejaba de asistir a sus reuniones.

Tras terminar de comer reviso el vestido, era de mi color favorito, rojo granate, a mi madre le molestaba muchísimo ya que solía decir que no era un color para una señorita decente, claro, pero enseñar el escote hasta el ombligo sí, seguro.

Cerca de las 4 tomo un baño para comenzar a arreglarme, era seguro que me acompañaría mi padre, mi madre solía quedarse con Jelena para cuidarla.

- Estas preciosa mi niña ‒susurra Olivia tras terminar de arreglarme el cabello.

- Bueno, el mérito también es tuyo, gracias nana ‒la abrazo suave y cuando llaman a la puerta, se que es hora de irme, tomo mis guantes y pelliza antes de salir. Ignoro lo mejor que puedo la insulsa plática de mi padre acerca del nuevo Duque, era algo que no me interesaba, seguro era como el resto de la nobleza: idiotas egocéntricos y sobre todo, mujeriegos.

Para hacer soportable el viaje en carruaje, había imaginado que Edrick llegaba a la reunión y bailábamos toda la noche, después de eso me declaraba su amor frente a todos y le pedía a mi padre mi mano en matrimonio, sonreía divertida al imaginar la cara de indignación que tendría por haber rechazado al Duque, y su ira al ver cómo nos escapábamos al pueblo más cercano para podernos casar, creo que no sería tan malo hacer eso, seguro mi madre se la pasaría orando para que Dios perdonase aquella deshonra tan grande, sé que Lena y Olivia estarían felices por mí, suspiro, la voz del cochero indicando que estábamos por llegar me saco de mi trance, me acomodo la pelliza y los guantes, una vez que el carruaje se detiene, el cochero abre la puerta para que mi padre baje y este me ayuda a bajar, rodeo su brazo y caminamos a la entrada, dónde el mayordomo anuncia nuestra llegada, una criada toma mi pelliza y el abrigo de mi padre antes de entrar en el gran salón, mi padre me deja para hablar con el resto de los hombres y no me queda de otra que unirme a las cotillas.

- Ha sido horrible ‒susurraba Lady Bramson secándose las lágrimas, por comentarios había podido entender que había pasado, según se rumoraba el joven Harry Lennon estaba cortejándola, todos sabían que el hombre no tenía ni en que caerse muerto, así que intentaba escalar por todos los medios, y Lady Bramson, siendo un poco mayor para ser considerada una joven casadera, había sido el blanco fácil de ese sinvergüenza que lo único que tenía, era una labia increíble‒, de pronto ha desaparecido y reaparece casado con la señora Lucile, la viuda del comerciante Beckett ‒comienza a llorar secándose las lágrimas con su pañuelo.

- No llore Lady Bramson ‒todas se giran a verme, no podían ocultar sus caras de fastidio, las ignoro y me acerco a ella‒, ahora le duele y es comprensible, pero vea el lado positivo de todo esto, se ha librado de una sabandija chupa dinero ‒me observa con sorpresa­­­­­‒, era muy claro desde el principio que deseaba su dinero, pero para eso tenía que pedir permiso a vuestros padres y esperar el consentimiento de estos porque usted es una señorita de casa, ¿verdad? ‒ella asiente de acuerdo‒, en cambio, la señora Beckett no, es una mujer libre con una buena fortuna, ella no necesita la aprobación de sus padres para el matrimonio, por lo que es un blanco más fácil, la diferencia esta en que ella es una mujer que ha vivido y no creo que se deje manipular tan fácil como una señorita de su posición ‒podía ver que no sabía si sentirse halagada u ofendida‒, un día agradecerá que ese caballero hubiese salido de su vida, cuando sea amada y respetada por el hombre ideal, sabrá que fue lo mejor que le pudo haber pasado ‒susurro suave mientras le sonrío‒, así que lloré en su casa y aquí disfrute, nunca sabe si encontrará el amor en algún rincón ‒le guiño un ojo, por primera vez no estaba recibiendo miradas de reproche, todas parecían de acuerdo, les sonríe antes de alejarme hacia la señora McKenzie.

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