VEINTISEIS

Observo desde las alturas la densidad frondosa del bosque que parece envolver la casa en la que me encuentro. Estoy perdida analizando la naturaleza viva de las altas copas de pinares que parecen danzar con el viento otoñal.

Ha pasado dos días desde que Kail lanzo cierta luz a mi incesante incertidumbre sobre la rareza que parece gobernar en este lugar.

Desde que se dio esa corta conversación, no he visto a ninguno de los hombres de esta casa volver a irrumpir en mi habitación o reclamar mi compañía de una forma sutil y esto comienza a pasarme factura.

Mi única compañía hasta ahora es la atenta mujer de belleza sabia que se mantiene pasible en su mullido sillón, dándole forma a ese diminuto jersey de lana verde oscuro.

Siento el peso de su mirada cada dos por tres, pero como Kail, ella parece saber cuando no irrumpir esta pequeña burbuja que amenaza con aislarme de todo y todos.

Mis uñas se arrastran sobre la piel de mis brazos, esos que mantengo enrollados y presionados bajo mis pech
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