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Capítulo treinta

—Solo lo haré si Len no interfiere —se cruza de brazos.

Volteo a ver al pelirrojo quien alza una ceja sin una pizca de humor —No.

Laia levanta sus manos y niega irónica —Precisamente lo que pensé —me da la espalda —no tengo nada más que hacer aquí.

—No. Si que tienes —pateo su espalda haciendo que esta caiga de lleno al piso de madera con un sonido ensordecedor —¿esto es suficiente?

Te estás metiendo en problemas a posta, no hagas nada raro, de lo contrario empezarán a sospechar de ti.

La vieja de un brinco está nuevamente de pie y con sus ojos rojos a más no poder, mueve su cuello de un lado a otro y deja salir sus garras —Me las vas a pagar, mocosa.

Un calor intenso me recorre la espal

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