FINN LYNCH—Solo tuve que prestarle más atención a Estela para notar la ambición en su mirada —dijo la señora Reed con aflicción—. Para ella, Beth podía ser la continuación de… «Melody», así que intervine y me quedé con la niña, alejándola de la explotación a la que su tía materna quería someterla, de la misma forma que sometió a su propia hermana. —Tenemos que ir por Beth —intervino Evan, provocando una sonrisa relajada en Enriqueta.—Beth saldrá sola de esto… Es cuestión de horas para que escape de esa mansión y regrese a nosotros. No necesita de ningún héroe, es una cazadora —agregó orgullosa, pero ahora la que comenzó a reír a carcajadas fue la anciana.—Esa niña no hará nada… Se quedará en esa jaula de oro por su bien —dijo aún divertida. —Beth no es interesada, no querrá el dinero o…—¡Todos somos interesados en esta vida! Incluso ella… aunque lo que quiera no sea el dinero —agregó la mujer levantándose de la lápida de su hijo—. Esa niña está preñada y delicada.Sus palabras n
FINN LYNCHAntes de salir de la ciudad, había dejado todo listo. Nathan había admitido que las acusaciones contra mí eran mentira, alumnas pagadas, chantajeadas, corrompidas. Y después de nuestra «peculiar convivencia», tenía una única misión para mantener su vida. Pediría hacer una rueda de prensa donde admitiría que el director de la universidad e incluso Melanie, eran culpables de todo, así como el secuestro de Beth, pero lo que vi en las noticias me alteró internamente.—Es lamentable la triste noticia. Nathan Brooke, el hijo más pequeño de la familia Brooke ha sido encontrado muerto en su departamento cerca del campus donde estudiaba. La policía declara que fue un homicidio, y la abogada Melanie Hudson ha decidido tomar el caso —dijo la reportera delante del edificio donde vivía Nathan, a su lado, Melanie veía a la cámara con hostilidad, como si supiera que la estaba viendo.—Nathan Brooke tuvo recientes conflictos con personas del campus. Ya tenemos una lista de sospechosos y no
ELIZABETH REEDLa primera presentación había llegado y me rehusaba a salir a cantar, no quería que la gente supiera de mi existencia, mucho menos que pertenecía a la familia Williams. Escuché los gritos de mi tía, lejanos y molestos, mientras mi mirada se escabullía entre las cortinas, viendo a toda esa gente reunida, esperando. El lugar era enorme y muy bonito, era un club adaptado para conciertos, pero este no era mi sueño ni lo que quería justo en este momento.—¡Creí que teníamos un acuerdo! ¡Tu maestro dijo que estabas lista! —gritó Estela manoteando.Entonces, como un espectro moviéndose entre la gente, con elegancia y frialdad, vi a Finn. Su gesto parecía tallado en piedra y sus ojos revoloteaban en cada persona en el lugar. Me aferré a la cortina, quise correr hacia él, pero intentarlo acabaría con mi bebé. Sin esperar a ser presentada, salí al escenario, me planté frente al micrófono notando que nadie me hacía caso, y comencé a cantar anhelo, súplica y ruego. Los ojos se me
ELIZABETH REEDLos ojos de mi tía se abrieron tanto que creí que se le saldrían y su rostro enrojeció de la rabia. Tenía razón, yo estaba aquí por necesidad, por mi bebé, y acataría sus órdenes con tal de no perderlo, pero si por sus estupideces, mi bebé sufría, ella sufriría mil veces más. No descansaría hasta arrancarle la cabeza y clavarla en una lanza fuera de esta casa. ¡Ellos no eran mi familia! ¡Ella no era mi tía! —¿Beth? ¡Mi niña! —exclamó mi abuelo rompiendo con la tensión. Era lo único «lindo» dentro de esta casa—. No quise hacerte traer hasta acá, no quería que te esforzaras. —A mi «tía» le pareció importante venir a acompañarte —contesté fingiendo que no había pasado nada y lo estreché con cariño. ¿No había escuchado nuestra discusión? Supuse que su pérdida de oído por su edad me había salvado. —Ven, te quiero presentar a alguien muy importante… —dijo con ternura, tomándome de la mano y llevándome hacia la mesa en el jardín. Dos hombres, ambos trajeados, ambos cargado
ELIZABETH REEDDe pronto unas risas interrumpieron al abuelo y a mí, provenían del recibidor. Lo acompañé para ver lo que ocurría y entonces la impresión me paralizó y me dio náuseas. Mi tía Estela y Finn parecían haber llegado de algún lugar, ella vestía casual, adquiriendo un aspecto más juvenil y colgaba del brazo de ese pelirrojo mientras se le derretía en coquetería. —Regresaron… —dijo mi abuelo alegre—. Parece que pasaron una gran velada.¿Gran velada? ¿Qué velada? ¿Habían salido juntos? ¿Por qué? ¿Negocios o… placer?—Fue encantador, este hombre es todo un caballero —respondió Estela apoyando ambas manos en el pecho de Finn.—Le agradezco los halagos —contestó Finn viéndola con infinita atención y una sonrisa seductora. ¡¿Qué estaba pasando?! Creo que iba a vomitar.—Ya te dije, tutéame… creo que será necesario si deseamos que esto continúe —agregó mi tía y yo no hice más que sonreír, pero no de gusto, era esa clase de sonrisa que resulta de la frustración y la indignación.
ELIZABETH REED¿A qué se refería mi abuelo? ¿Qué era lo que no me agradaba? ¿No me agradaba Estela? ¿No me agradaba vivir aquí? ¿No me agradaba cantar? ¿No me agradaba que el hombre que me juró amor eterno se folle a mi tía? ¡Dios! ¡Qué retorcido y enfermo! ¡Finn, eres un puerco! ¡Ojalá mis pensamientos te alcancen y te retumben en el cerebro! ¡Cerdo ingrato!—No quiero cometer los mismos errores que cometí con tu madre… —agregó mi abuelo alejándome de mis pensamientos—. La ahuyenté queriendo controlarla. Desde que era niña la sacaba del jardín mientras corría descalza bajo la lluvia, para que se pusiera zapatos y tomara el té con su institutriz. Desde ese momento tuve que detenerme y dejarla ser libre. Dejar que atrapara la lluvia con la lengua, que ensuciara sus vestidos con barro, que corriera descalza y que… fuera feliz. »Elizabeth… No sabes cómo me ha torturado cada uno de mis errores. Cada noche pienso en todo lo que tuve que hacer para que ella… —Su labio tembló y agachó la mi
ELIZABETH REED—¿Necesita algo más, señorita Williams? —preguntó Mauro. Aún no me acostumbraba a que me llamaran así.—Agua… ¿Puedes traerme un vaso con agua? —inquirí sintiendo mi garganta seca.—Claro… No tardo —contestó y de inmediato abandonó mi habitación. Me planté frente a la puerta, posé ambas manos en la madera y temí que la ausencia de mi guardián fuera considerada una invitación para Finn. Bajé la mano hacia el pomo y, con el corazón agitado y lleno de dudas, puse el seguro justo antes de que alguien intentara abrir desde el otro lado. —¿Beth…? —preguntó Finn en un susurro—. Déjame entrar… Tenemos que hablar. Retrocedí como si temiera que fuera a tirar la puerta. Me abracé a mí misma y seguí alejándome, herida, traicionada, llena de rabia y sintiéndome incapaz de resistirme si insistía en verme. ¿Qué quería saber? ¡Absolutamente nada! No quería estar con el hombre de mi tía. No sabía cuáles eran sus intenciones, pero… acercarse a ella de esa manera me lastimó. ¿Qué podía
ELIZABETH REEDCuando apenas mi trasero iba a tocar el asiento, Finn y Estela entraron al comedor. No me imagino la cara que puse, pues mi abuelo se apresuró a explicarme.—La fiesta de anoche terminó demasiado tarde y nuestro nuevo abogado de la familia tuvo que quedarse a dormir. —Aunque su voz sonaba dulce, cada palabra se clavó en mi corazón y de inmediato me puse a pensar: ¿En qué habitación pasó la noche? ¿Tenía que preguntarlo? ¡Era obvio!Me levanté de inmediato. —Creo que no tengo hambre… —contesté con media sonrisa.—Pero… Beth… —Los ojos de mi abuelo se llenaron de sorpresa y tristeza—. Hice que prepararan esos rollos de hojaldre con salchicha que tanto te gustan.Me quedé congelada en cuanto la sirvienta dejó la charola, demasiado cara y elegante para un platillo tan común y callejero. Sentí todas las miradas encima de mí, incluida la de Finn, que parecía de nuevo insensible y apático. —Bien… Me llevaré un par —contesté tomando algunos en mi plato y regresando a mi habita