ELIZABETH REEDLos ojos de mi tía se abrieron tanto que creí que se le saldrían y su rostro enrojeció de la rabia. Tenía razón, yo estaba aquí por necesidad, por mi bebé, y acataría sus órdenes con tal de no perderlo, pero si por sus estupideces, mi bebé sufría, ella sufriría mil veces más. No descansaría hasta arrancarle la cabeza y clavarla en una lanza fuera de esta casa. ¡Ellos no eran mi familia! ¡Ella no era mi tía! —¿Beth? ¡Mi niña! —exclamó mi abuelo rompiendo con la tensión. Era lo único «lindo» dentro de esta casa—. No quise hacerte traer hasta acá, no quería que te esforzaras. —A mi «tía» le pareció importante venir a acompañarte —contesté fingiendo que no había pasado nada y lo estreché con cariño. ¿No había escuchado nuestra discusión? Supuse que su pérdida de oído por su edad me había salvado. —Ven, te quiero presentar a alguien muy importante… —dijo con ternura, tomándome de la mano y llevándome hacia la mesa en el jardín. Dos hombres, ambos trajeados, ambos cargado
ELIZABETH REEDDe pronto unas risas interrumpieron al abuelo y a mí, provenían del recibidor. Lo acompañé para ver lo que ocurría y entonces la impresión me paralizó y me dio náuseas. Mi tía Estela y Finn parecían haber llegado de algún lugar, ella vestía casual, adquiriendo un aspecto más juvenil y colgaba del brazo de ese pelirrojo mientras se le derretía en coquetería. —Regresaron… —dijo mi abuelo alegre—. Parece que pasaron una gran velada.¿Gran velada? ¿Qué velada? ¿Habían salido juntos? ¿Por qué? ¿Negocios o… placer?—Fue encantador, este hombre es todo un caballero —respondió Estela apoyando ambas manos en el pecho de Finn.—Le agradezco los halagos —contestó Finn viéndola con infinita atención y una sonrisa seductora. ¡¿Qué estaba pasando?! Creo que iba a vomitar.—Ya te dije, tutéame… creo que será necesario si deseamos que esto continúe —agregó mi tía y yo no hice más que sonreír, pero no de gusto, era esa clase de sonrisa que resulta de la frustración y la indignación.
ELIZABETH REED¿A qué se refería mi abuelo? ¿Qué era lo que no me agradaba? ¿No me agradaba Estela? ¿No me agradaba vivir aquí? ¿No me agradaba cantar? ¿No me agradaba que el hombre que me juró amor eterno se folle a mi tía? ¡Dios! ¡Qué retorcido y enfermo! ¡Finn, eres un puerco! ¡Ojalá mis pensamientos te alcancen y te retumben en el cerebro! ¡Cerdo ingrato!—No quiero cometer los mismos errores que cometí con tu madre… —agregó mi abuelo alejándome de mis pensamientos—. La ahuyenté queriendo controlarla. Desde que era niña la sacaba del jardín mientras corría descalza bajo la lluvia, para que se pusiera zapatos y tomara el té con su institutriz. Desde ese momento tuve que detenerme y dejarla ser libre. Dejar que atrapara la lluvia con la lengua, que ensuciara sus vestidos con barro, que corriera descalza y que… fuera feliz. »Elizabeth… No sabes cómo me ha torturado cada uno de mis errores. Cada noche pienso en todo lo que tuve que hacer para que ella… —Su labio tembló y agachó la mi
ELIZABETH REED—¿Necesita algo más, señorita Williams? —preguntó Mauro. Aún no me acostumbraba a que me llamaran así.—Agua… ¿Puedes traerme un vaso con agua? —inquirí sintiendo mi garganta seca.—Claro… No tardo —contestó y de inmediato abandonó mi habitación. Me planté frente a la puerta, posé ambas manos en la madera y temí que la ausencia de mi guardián fuera considerada una invitación para Finn. Bajé la mano hacia el pomo y, con el corazón agitado y lleno de dudas, puse el seguro justo antes de que alguien intentara abrir desde el otro lado. —¿Beth…? —preguntó Finn en un susurro—. Déjame entrar… Tenemos que hablar. Retrocedí como si temiera que fuera a tirar la puerta. Me abracé a mí misma y seguí alejándome, herida, traicionada, llena de rabia y sintiéndome incapaz de resistirme si insistía en verme. ¿Qué quería saber? ¡Absolutamente nada! No quería estar con el hombre de mi tía. No sabía cuáles eran sus intenciones, pero… acercarse a ella de esa manera me lastimó. ¿Qué podía
ELIZABETH REEDCuando apenas mi trasero iba a tocar el asiento, Finn y Estela entraron al comedor. No me imagino la cara que puse, pues mi abuelo se apresuró a explicarme.—La fiesta de anoche terminó demasiado tarde y nuestro nuevo abogado de la familia tuvo que quedarse a dormir. —Aunque su voz sonaba dulce, cada palabra se clavó en mi corazón y de inmediato me puse a pensar: ¿En qué habitación pasó la noche? ¿Tenía que preguntarlo? ¡Era obvio!Me levanté de inmediato. —Creo que no tengo hambre… —contesté con media sonrisa.—Pero… Beth… —Los ojos de mi abuelo se llenaron de sorpresa y tristeza—. Hice que prepararan esos rollos de hojaldre con salchicha que tanto te gustan.Me quedé congelada en cuanto la sirvienta dejó la charola, demasiado cara y elegante para un platillo tan común y callejero. Sentí todas las miradas encima de mí, incluida la de Finn, que parecía de nuevo insensible y apático. —Bien… Me llevaré un par —contesté tomando algunos en mi plato y regresando a mi habita
ELIZABETH REED—No eras un fantasma… —dije en un susurro, caminando por el despacho de mi abuelo, viendo esa propaganda de bienes raíces sobre su escritorio. Mi oportunidad para salir de esta mansión y alejarme de Estela—. Estabas en ese club, escuchaste mi canción. —Beth… —Finn intentó acercarse y detener mi andar, pero no permití que me pusiera ni un solo dedo encima.—Nathan me secuestró…—Lo sé —contestó apoyando ambos puños en el escritorio.—Estela me compró…—También lo sé. —Levantó su mirada hacia mí, rompiéndome el corazón. ¿Era capaz de besar a la mujer que había pagado por mí para esclavizarme?—¿Sentiste algo cuando me escuchaste cantar? —pregunté con curiosidad, del otro lado del escritorio—. Algo de lo que entoné… ¿tocó tu corazón?—Beth, me tocó hasta el alma. Por eso estoy aquí, para liberarte… —Me agarró por la muñeca como si tuviera miedo de que me alejara aún más.—¿Por qué parece que solo quieres estar con mi tía? Supongo que, una mujer madura, que sabe lo que qui
ELIZABETH REEDLa puerta se abrió y Mauro entró furioso, como una fuerza de la naturaleza. Se enfureció al ver mi semblante taciturno y apagado, acusando con la mirada a Finn, sabiendo que él era el motivo de mi cambio de humor. —Señorita Williams, ¿se encuentra bien? —preguntó colocándose entre Finn y yo. —Sí, Mauro… Todo bien —contesté aún con la voz rota.—¡Oye, Mauro! No es para tanto —dijo Evan recargado en la puerta—. El licenciado solo estaba hablando con la futura abogada. Eso es todo… ¿cierto?—Te pusiste como obstáculo en la puerta cuando mi responsabilidad es cuidar a la señorita Williams —respondió Mauro furioso—. Mis órdenes son exactas y precisas. No me importa si eres el nieto del señor Williams o se trata del abogado de la señora Estela. La próxima vez no dudaré en hacer lo que tenga que hacer para quitarlos del camino. —Me siento cansada… —le dije a Mauro, posando mi mano en su hombro—. Necesito ir a mi habitación. Cuando volteó hacia mí, sentí que el despacho dab
ELIZABETH REED—Espero que no estés perdiendo la paciencia, mi niña —dijo mi abuelo mientras tomábamos el té en la biblioteca—. La compra del «chalet» está a punto de concluir, pero antes de que vayamos, necesito dejar mis cosas en orden.—¿Tus cosas en orden? —pregunté confundida. Dejó su taza de té sobre la mesita y se inclinó para tomar mi mano entre las suyas.—Todo lo que conseguí con el paso de los años, estaba pensado que se quedara en manos de mis hijas. Estela y Marion heredarían todo, era mi manera de dejarlas protegidas cuando yo ya no estuviera. Bueno, las cosas dieron un giro terrible y todo lo que tenía estaba destinado a terminar en manos de Estela, pero… ahora que veo que