ELIZABETH REED —¿Qué se supone que crees que estás haciendo? —preguntó mi tía, quien me había esperado en la oscuridad de la sala, elevando su voz en cuanto cerré la puerta detrás de mí, encendiendo la pequeña lámpara sobre la mesita auxiliar a su lado. Mientras yo estaba estática, con los pies clavados en el piso, ella se levantó y se asomó por la ventana, descubriendo el auto de Finn alejándose. En completo silencio giró hacia mí, sus ojos de águila me inspeccionaron de pies a cabeza. Se me plantó delante y metió sus dedos entre mis cabellos. —Tienes la cabeza mojada… Secaste las puntas, pero tu cuero cabelludo sigue húmedo. ¿Qué me hacía creer que podría engañar a una cazadora con mayor experiencia? Apreté los labios, escogiendo mejor mis palabras. No podía equivocarme. —¿Dónde estabas? —preguntó. —Trabajando… —¿Tan tarde? —El dinero de la caja no cuadraba… Entrecerró los ojos con desconfianza. Había contestado lo suficientemente rápido para que no tuviera excusas y me t
FINN LYNCHDeslicé suavemente sus bragas hasta que cayeron hasta sus tobillos y con sus hermosas piernas colgando sobre mis brazos, encontré consuelo a mi erección entrando en ella, resbalando en su humedad. No supe si era el sabor de lo prohibido al poseerla dentro del salón o esos suaves espasmos con los que me apresaba dentro de ella, pero estaba seguro de que estaba disfrutándolo tanto o más que yo. La recosté sobre el escritorio y la cubrí con mi cuerpo, mis gruñidos resonaron en su oído, mientras ella tuvo que morder mi hombro para contener sus gemidos, esforzándose por ser una buena niña y seguir las órdenes de su profesor. Cuando su cuerpo colapsó, yo no pude contenerme más, derramando mi calor dentro de ella, dejando mi semilla en su vientre. Era mía, mi mujer, mi amante, mi compañera… mi todo. Era ella, la que había estado esperando, la criatura que había venido a convencerme de que mi soledad se había acabado. Me apoyé sobre mis manos y la vi, temblorosa y con las mejill
FINN LYNCH—Tu hielo —dijo Beth en cuanto regresó, metiéndole la mano a Evan en un vaso grande de frappé. La mandíbula de mi hermano se desencajó y sus ojos se abrieron hasta casi desorbitarlos, pasando su mirada entre su mano dentro del vaso con café y la cara llena de satisfacción de Beth, buscando las palabras correctas para comenzar a despotricar contra ella.—Eres tan jodidamente odiosa… —siseó luchando contra su sorpresa, pero al notar que la sonrisa de Beth se hacía más grande, perdió la paciencia y pellizcó su nariz, aferrándose a ella. —¡«Oie»! —exclamó Beth con voz gangosa y también lo tomó por la nariz en un intento para obligarlo a soltarla.En verdad parecían dos niños pequeños, peleando y viéndose con odio. —Basta… Suficiente… —Me acerqué a ese par de rubios y los tomé por las muñecas, invitándolos pacíficamente a soltar sus narices—. Suéltense de una vez. —¿«Qué adás di do la duelto»? ¡¿«Demandadme»?! —refunfuñó Evan con la misma voz gangosa. Sin saber qué más hace
ELIZABETH REED—Lo siento… —contesté apenada—. Por mi culpa perderás tu trabajo y no tengo tanto dinero como para pagarte por defenderme. Sonrió divertido y enternecido. —Beth, créeme… no necesito el dinero. —Acarició mi mejilla lentamente sin apartar su mirada—. Por años me dediqué a trabajar y forjar mi pequeño imperio. Manejo una firma de abogados con sede en Dublín. Uno de los pilares más fuertes que sostienen a la familia Lynch. Mi oficio como maestro era por gusto y querer defenderte del idiota de Nathan es un acto de amor. Quiero demostrarte que soy capaz de protegerte. Me quedé sin aliento, mi corazón pareció ahogarse dentro de mi pecho y mis mejillas se sonrojaron.—¿Cantarías otra vez para mí? —preguntó dedicándome una mirada anhelante.Abrí la boca, pero no salió ni un solo sonido, era como si me hubiera quedado sin voz. Estaba muy nerviosa. —No soy cantante…—Tienes bonita voz, eres entonada… Supongo que eso lo heredaste de tu madre. Tal vez con la educación adecuada, po
ELIZABETH REEDLa nitroglicerina la conocía como una sustancia perfecta para explosivos y la llegué a ocupar en contadas ocasiones. Fue de las pocas cosas que recuerdo que mi padre me enseñó a usar, pero el día que encontré a mi tía desmayada en la casa, supe que esa sustancia podía funcionar para evitar que un corazón muriera.Mientras la veía en esa mullida cama de hospital, el doctor a mi lado recitaba el expediente de mi tía, como si estuviera orando. Al parecer llevaba años enferma de las coronarias, esas pequeñas arterías que abrazan al corazón y le suministran sangre. En su caso, estas eran más estrechas de lo normal, lo cual provocaba que llegara menos sangre y como consecuencia, pudiera haber algo que le llamaban «isquemia», prácticamente… el tejido moría. Ahora entendía sus motivos para alejarse de la vida de cazadora, iba más allá que solo convertirse en una buena ciudadana. Quería vivir. ¿Por qué no me lo había dicho antes? ¿Por qué se guardó el secreto? No podía hacerle
FINN LYNCH—¡Carajo! —gritó Evan con más fuerza y parecía que se quedaba sin aire. De pronto se detuvo en seco y volteó hacia mí con una mirada cargada de confusión y asco—. ¿Te follaste a mi hermanita?Se me cayó la mandíbula. No había pensado en ese punto.—¡¿Sabías que era mi hermana antes o después de manosearla?! —insistió aumentando su angustia.—Después… —contesté de inmediato, mientras retrocedía.—¡Entonces admites haber manoseado a esa pequeña y pura criatura! —exclamó viéndome con horror.—Evan, tómatelo con calma… —¡Claro! Es tan fácil decirlo para usted, señor abogado, pues se nota que mi hermana sabrá disparar, pero madurez mental le falta mucha —contestó ofendido. —Evan…—¡Dios! ¿Ahora cómo podré verla a la cara? ¿Cómo le diré: «Hola, pequeño engendro infernal, yo soy tu hermano, mucho gusto»?—En primera, se me hace mala idea que le digas engendro infernal.—¿Lo dices porque es mi hermana y debo tratarla bien, o porque es tu novia y te ofende que le diga así?—Por la
FINN LYNCH Esa noche Beth se quedó en mi casa. Estaba inquieta por su tía y le costó mucho conciliar el sueño. Me mantuve a su lado, recostado sobre la cama, acariciando su cabello hasta que, por fin, después de un gran bostezo, cayó dormida. De pronto sentí que una sombra oscura se posó sobre mí, erizando los vellos de mi nuca, haciéndome sentir como en una película de terror. Volteé lentamente y pude percibir que incluso mi cuello rechinó como bisagra oxidada. Entonces vi a Evan, con los brazos cruzados y una mirada entrecerrada cargada de desconfianza. —Te doy tres segundos para quitarle las manos de encima a mi hermana… —amenazó en un susurro. Me levanté de la cama con las manos en alto. —¿No crees innecesaria esta actitud de hermano celoso? Ella ya no es una niña, y ha pasado más de lo que te imaginas… Se cubrió los oídos e hizo un gesto de asco. —¿Crees que quiero saberlo? ¿Crees que no vi toda esa lencería en los cajones? ¡Eres un pervertido! Pobre de mi chaparrita. »
ELIZABETH REEDFinn me dejó justo en la puerta del hospital. Al parecer tenía que hacer algo con Evan, así que pasaría después por mí. Después de darle un beso en la mejilla, ya que Evan interpuso su mano cuando quise darle un beso en la boca. Salí del auto y me interné en los pasillos, ansiosa por ver a mi tía. Cuando entré a la habitación, me quedé petrificada. El lugar estaba solo, con las luces apagadas así como los monitores de signos vitales y, sobre la cama, su cuerpo cubierto por una sábana hasta la cabeza, con su mano colgando del borde. Fue como si un rayo me partiera por la mitad, mi alma había abandonado mi cuerpo y estaba en «shock». Me precipité hacia la cama, sintiendo las pesadas lágrimas rodar por mis mejillas. —¿Tía Enriqueta? —pregunté con voz temblorosa y recogí su mano que colgaba. ¿Por qué nadie me había avisado? ¡Por qué el hospital no me había llamado!De pronto sentí su mano tibia entre las mías y, curiosamente, más arrugada, no correspondía con alguien de s