ELIZABETH REED—Lo siento… —contesté apenada—. Por mi culpa perderás tu trabajo y no tengo tanto dinero como para pagarte por defenderme. Sonrió divertido y enternecido. —Beth, créeme… no necesito el dinero. —Acarició mi mejilla lentamente sin apartar su mirada—. Por años me dediqué a trabajar y forjar mi pequeño imperio. Manejo una firma de abogados con sede en Dublín. Uno de los pilares más fuertes que sostienen a la familia Lynch. Mi oficio como maestro era por gusto y querer defenderte del idiota de Nathan es un acto de amor. Quiero demostrarte que soy capaz de protegerte. Me quedé sin aliento, mi corazón pareció ahogarse dentro de mi pecho y mis mejillas se sonrojaron.—¿Cantarías otra vez para mí? —preguntó dedicándome una mirada anhelante.Abrí la boca, pero no salió ni un solo sonido, era como si me hubiera quedado sin voz. Estaba muy nerviosa. —No soy cantante…—Tienes bonita voz, eres entonada… Supongo que eso lo heredaste de tu madre. Tal vez con la educación adecuada, po
ELIZABETH REEDLa nitroglicerina la conocía como una sustancia perfecta para explosivos y la llegué a ocupar en contadas ocasiones. Fue de las pocas cosas que recuerdo que mi padre me enseñó a usar, pero el día que encontré a mi tía desmayada en la casa, supe que esa sustancia podía funcionar para evitar que un corazón muriera.Mientras la veía en esa mullida cama de hospital, el doctor a mi lado recitaba el expediente de mi tía, como si estuviera orando. Al parecer llevaba años enferma de las coronarias, esas pequeñas arterías que abrazan al corazón y le suministran sangre. En su caso, estas eran más estrechas de lo normal, lo cual provocaba que llegara menos sangre y como consecuencia, pudiera haber algo que le llamaban «isquemia», prácticamente… el tejido moría. Ahora entendía sus motivos para alejarse de la vida de cazadora, iba más allá que solo convertirse en una buena ciudadana. Quería vivir. ¿Por qué no me lo había dicho antes? ¿Por qué se guardó el secreto? No podía hacerle
FINN LYNCH—¡Carajo! —gritó Evan con más fuerza y parecía que se quedaba sin aire. De pronto se detuvo en seco y volteó hacia mí con una mirada cargada de confusión y asco—. ¿Te follaste a mi hermanita?Se me cayó la mandíbula. No había pensado en ese punto.—¡¿Sabías que era mi hermana antes o después de manosearla?! —insistió aumentando su angustia.—Después… —contesté de inmediato, mientras retrocedía.—¡Entonces admites haber manoseado a esa pequeña y pura criatura! —exclamó viéndome con horror.—Evan, tómatelo con calma… —¡Claro! Es tan fácil decirlo para usted, señor abogado, pues se nota que mi hermana sabrá disparar, pero madurez mental le falta mucha —contestó ofendido. —Evan…—¡Dios! ¿Ahora cómo podré verla a la cara? ¿Cómo le diré: «Hola, pequeño engendro infernal, yo soy tu hermano, mucho gusto»?—En primera, se me hace mala idea que le digas engendro infernal.—¿Lo dices porque es mi hermana y debo tratarla bien, o porque es tu novia y te ofende que le diga así?—Por la
FINN LYNCH Esa noche Beth se quedó en mi casa. Estaba inquieta por su tía y le costó mucho conciliar el sueño. Me mantuve a su lado, recostado sobre la cama, acariciando su cabello hasta que, por fin, después de un gran bostezo, cayó dormida. De pronto sentí que una sombra oscura se posó sobre mí, erizando los vellos de mi nuca, haciéndome sentir como en una película de terror. Volteé lentamente y pude percibir que incluso mi cuello rechinó como bisagra oxidada. Entonces vi a Evan, con los brazos cruzados y una mirada entrecerrada cargada de desconfianza. —Te doy tres segundos para quitarle las manos de encima a mi hermana… —amenazó en un susurro. Me levanté de la cama con las manos en alto. —¿No crees innecesaria esta actitud de hermano celoso? Ella ya no es una niña, y ha pasado más de lo que te imaginas… Se cubrió los oídos e hizo un gesto de asco. —¿Crees que quiero saberlo? ¿Crees que no vi toda esa lencería en los cajones? ¡Eres un pervertido! Pobre de mi chaparrita. »
ELIZABETH REEDFinn me dejó justo en la puerta del hospital. Al parecer tenía que hacer algo con Evan, así que pasaría después por mí. Después de darle un beso en la mejilla, ya que Evan interpuso su mano cuando quise darle un beso en la boca. Salí del auto y me interné en los pasillos, ansiosa por ver a mi tía. Cuando entré a la habitación, me quedé petrificada. El lugar estaba solo, con las luces apagadas así como los monitores de signos vitales y, sobre la cama, su cuerpo cubierto por una sábana hasta la cabeza, con su mano colgando del borde. Fue como si un rayo me partiera por la mitad, mi alma había abandonado mi cuerpo y estaba en «shock». Me precipité hacia la cama, sintiendo las pesadas lágrimas rodar por mis mejillas. —¿Tía Enriqueta? —pregunté con voz temblorosa y recogí su mano que colgaba. ¿Por qué nadie me había avisado? ¡Por qué el hospital no me había llamado!De pronto sentí su mano tibia entre las mías y, curiosamente, más arrugada, no correspondía con alguien de s
ELIZABETH REED Me escurrí en la silla y guardé silencio hasta que escuché una puerta abriéndose. Si recordaba bien, era la puerta principal la que sonaba. Escuché un par de pasos, acompañado de otros más cansados y arrastrados, esos pertenecían a la anciana, pero los primero… ¿de quién eran? En ese momento la puerta de la habitación se abrió y el monstruo frente a mí se hizo a un lado. Luciendo un traje a la medida que lo hacía ver más refinado de lo que en verdad era, Nathan entró, ajustándose los guantes de piel y viéndome con desprecio. Suspiró con pesadez, como si tuviera el mínimo de remordimiento, pero no el suficiente para intentar cambiar las cosas. —¿Está es la forma en la que arreglarás todo? ¿Cubriendo un error con otro error? —pregunté tranquilamente. —En este momento el director debe de estar despidiendo al profesor Lynch y mandándolo de regreso a Irlanda. Ya que tú decidiste no hacer la denuncia y huiste de casa, no le veo sentido a que ese hombre se quede más tie
ELIZABETH REEDTodo ocurrió tan rápido. El clic de la funda lo alertó, pero ya era demasiado tarde. Cuando se quiso reincorporar, yo ya estaba blandiendo su propia arma contra él, clavándola a mitad de su pecho, sintiendo el crujir de su esternón al ser perforado. Retrocedió sorprendido, como si no pudiera creer lo que había pasado, mientras me veía aún reclinada sobre su cama maltrecha con el vestido por arriba de las caderas. Su lujuria fue su perdición. Me levanté de un brinco, con las esposas tintineando mientras colgaban de una de mis muñecas. Cuando estaba segura de mi victoria y decidí correr hacia la puerta, él ya estaba detrás de mí, tomándome por el cuello y lanzándome hacia el fondo de su habitación mientras su pecho sangraba con cada latido de su corazón. —¡Maldita perra! —exclamó con voz ahogada, acercándose lentamente hacia mí. El golpe y su grito alertó a su madre, y de inmediato se movilizó hacia la habitación. Retrocedí empujándome con los talones hasta que mi espa
FINN LYNCHDespués de ver sus caras pálidas, di media vuelta, directo hacia la puerta. Querían jugar como niños, yo les enseñaría como lo hacía un adulto. Al abrir la puerta me encontré con la cara sorprendida de Evan que había estado escuchando. —Estás enfermo. ¿Así quieres que te deje ser el novio de mi hermana? —¿Crees que en verdad necesito tu permiso, Evan? Créeme… Es mera cordialidad que escuché tu opinión y lo sabes —contesté divertido mientras Evan resoplaba y asentía con decepción—. Llama a Clark, quisiera una conversación privada con Nathan, y él es el indicado para convencer a ese muchacho.ϔELIZABETH REEDEra una situación extraña e incómoda. La mujer que me había salvado permanecía en una esquina, viéndome fijamente con atención, mientras yo estaba recostada en la cama de hospital, abrazándome a mí misma mientras las gotas del suero caían y en la puerta de la habitación se mantenían como un par de estatuas esos guardaespaldas. —¿Cómo se siente la mamita? —preguntó el d