ELIZABETH REED—Pero para eso necesito que aceptes levantar una denuncia formal… —me pidió Finn con una mirada cargada de intensidad.—¿Tiene sentido si no culminó el acto? —pregunté con pesimismo—. ¿Qué harán? ¿Cárcel preventiva y una fianza elevada que su familia pagará sin chistar? Lo único que lograríamos es que a ti te despidan y a mí me expulsen. Es el protegido del director y su familia es lo equivalente a la familia Lynch en Irlanda, prácticamente son intocables. Si esperas que más víctimas alcen la voz, de una vez te digo que no pasará. —¿Qué propones? ¿Qué dejemos que se salga con la suya y vuelva a atacar o a atemorizar a otra mujer? ¿Crees que lo que te hizo no merece un castigo? —preguntó molesto, cruzado de brazos. —Yo no dije eso —contesté guiñándole un ojo—. Claro que tendrá su merecido castigo. —¿Qué insinúas, Beth? —Sus ojos se entrecerraron con desconfianza, haciendo que mi sonrisa se hiciera más grande—. ¡Beth!—¡¿Qué?! ¡No he afirmado nada! —exclamé divertida,
BETH REED Mis brazos rodearon su cuello y sus manos me sostuvieron contra su cuerpo. El calor aumentó y una cascada de sensaciones nuevas me atormentó. Mi vientre palpitaba y un hormigueo entre mis piernas erizaba mi piel. Sus labios descendieron hacia mi cuello y, de manera casi instantánea, eché mi cabeza hacia atrás, exponiéndome. Me sentía vulnerable, débil, mi alma se sometía ante él y mi cuerpo suplicaba por sus caricias. De pronto me apresó contra la pared y, mientras sus manos buscaban el borde de mi blusa, su pierna se colocó entre las mías, abriéndolas, rozando su muslo en mi centro, provocando que mi respiración se volviera entrecortada. —Finn… —pronuncié su nombre mientras mi corazón me subía por la garganta. Presionó sus manos contra la pared, pegó su frente a la mía y abrió sus ojos lentamente, como los de un depredador hambriento frente a su presa. Su boca entreabierta exhalaba su aliento cálido y seductor. —Si te quedas… No podré contenerme más… —dijo adolorido
FINN LYNCH Abrí los ojos con dificultad, parecía que mis párpados estaban pegados. Cuando volteé hacia la ventana, la luna me saludó, incluso podría decir que se sonrojó en cuanto descubrió al bello ángel dormitando a mi lado. Beth se encontraba profundamente dormida, con sus cabellos dorados desperdigados por la almohada, con esa actitud inocente y pura que adquiría al dormir, siempre abrazada a mi almohada, esta vez con la espalda completamente descubierta y la sábana enredada en sus caderas que se habían vuelto mi perdición. Recorrí suavemente la sábana hasta cubrirla, besé su frente y enredé mis dedos entre sus cabellos. Me quedó claro que tenía un ángel en la cama, pero no sabía si yo lo había seducido o ella a mí. De pronto el timbre sonó y me levanté con cuidado de no despertarla, apenas me puse los pantalones cuando vi esa mancha carmín en las sábanas. Sentí un retortijón. Por un momento me sentí como una clase de monstruo. ¿Cómo era posible que ella nunca hubiera tenido
ELIZABETH REED —¿Qué se supone que crees que estás haciendo? —preguntó mi tía, quien me había esperado en la oscuridad de la sala, elevando su voz en cuanto cerré la puerta detrás de mí, encendiendo la pequeña lámpara sobre la mesita auxiliar a su lado. Mientras yo estaba estática, con los pies clavados en el piso, ella se levantó y se asomó por la ventana, descubriendo el auto de Finn alejándose. En completo silencio giró hacia mí, sus ojos de águila me inspeccionaron de pies a cabeza. Se me plantó delante y metió sus dedos entre mis cabellos. —Tienes la cabeza mojada… Secaste las puntas, pero tu cuero cabelludo sigue húmedo. ¿Qué me hacía creer que podría engañar a una cazadora con mayor experiencia? Apreté los labios, escogiendo mejor mis palabras. No podía equivocarme. —¿Dónde estabas? —preguntó. —Trabajando… —¿Tan tarde? —El dinero de la caja no cuadraba… Entrecerró los ojos con desconfianza. Había contestado lo suficientemente rápido para que no tuviera excusas y me t
FINN LYNCHDeslicé suavemente sus bragas hasta que cayeron hasta sus tobillos y con sus hermosas piernas colgando sobre mis brazos, encontré consuelo a mi erección entrando en ella, resbalando en su humedad. No supe si era el sabor de lo prohibido al poseerla dentro del salón o esos suaves espasmos con los que me apresaba dentro de ella, pero estaba seguro de que estaba disfrutándolo tanto o más que yo. La recosté sobre el escritorio y la cubrí con mi cuerpo, mis gruñidos resonaron en su oído, mientras ella tuvo que morder mi hombro para contener sus gemidos, esforzándose por ser una buena niña y seguir las órdenes de su profesor. Cuando su cuerpo colapsó, yo no pude contenerme más, derramando mi calor dentro de ella, dejando mi semilla en su vientre. Era mía, mi mujer, mi amante, mi compañera… mi todo. Era ella, la que había estado esperando, la criatura que había venido a convencerme de que mi soledad se había acabado. Me apoyé sobre mis manos y la vi, temblorosa y con las mejill
FINN LYNCH—Tu hielo —dijo Beth en cuanto regresó, metiéndole la mano a Evan en un vaso grande de frappé. La mandíbula de mi hermano se desencajó y sus ojos se abrieron hasta casi desorbitarlos, pasando su mirada entre su mano dentro del vaso con café y la cara llena de satisfacción de Beth, buscando las palabras correctas para comenzar a despotricar contra ella.—Eres tan jodidamente odiosa… —siseó luchando contra su sorpresa, pero al notar que la sonrisa de Beth se hacía más grande, perdió la paciencia y pellizcó su nariz, aferrándose a ella. —¡«Oie»! —exclamó Beth con voz gangosa y también lo tomó por la nariz en un intento para obligarlo a soltarla.En verdad parecían dos niños pequeños, peleando y viéndose con odio. —Basta… Suficiente… —Me acerqué a ese par de rubios y los tomé por las muñecas, invitándolos pacíficamente a soltar sus narices—. Suéltense de una vez. —¿«Qué adás di do la duelto»? ¡¿«Demandadme»?! —refunfuñó Evan con la misma voz gangosa. Sin saber qué más hace
ELIZABETH REED—Lo siento… —contesté apenada—. Por mi culpa perderás tu trabajo y no tengo tanto dinero como para pagarte por defenderme. Sonrió divertido y enternecido. —Beth, créeme… no necesito el dinero. —Acarició mi mejilla lentamente sin apartar su mirada—. Por años me dediqué a trabajar y forjar mi pequeño imperio. Manejo una firma de abogados con sede en Dublín. Uno de los pilares más fuertes que sostienen a la familia Lynch. Mi oficio como maestro era por gusto y querer defenderte del idiota de Nathan es un acto de amor. Quiero demostrarte que soy capaz de protegerte. Me quedé sin aliento, mi corazón pareció ahogarse dentro de mi pecho y mis mejillas se sonrojaron.—¿Cantarías otra vez para mí? —preguntó dedicándome una mirada anhelante.Abrí la boca, pero no salió ni un solo sonido, era como si me hubiera quedado sin voz. Estaba muy nerviosa. —No soy cantante…—Tienes bonita voz, eres entonada… Supongo que eso lo heredaste de tu madre. Tal vez con la educación adecuada, po
ELIZABETH REEDLa nitroglicerina la conocía como una sustancia perfecta para explosivos y la llegué a ocupar en contadas ocasiones. Fue de las pocas cosas que recuerdo que mi padre me enseñó a usar, pero el día que encontré a mi tía desmayada en la casa, supe que esa sustancia podía funcionar para evitar que un corazón muriera.Mientras la veía en esa mullida cama de hospital, el doctor a mi lado recitaba el expediente de mi tía, como si estuviera orando. Al parecer llevaba años enferma de las coronarias, esas pequeñas arterías que abrazan al corazón y le suministran sangre. En su caso, estas eran más estrechas de lo normal, lo cual provocaba que llegara menos sangre y como consecuencia, pudiera haber algo que le llamaban «isquemia», prácticamente… el tejido moría. Ahora entendía sus motivos para alejarse de la vida de cazadora, iba más allá que solo convertirse en una buena ciudadana. Quería vivir. ¿Por qué no me lo había dicho antes? ¿Por qué se guardó el secreto? No podía hacerle