NOBLES Y PLEBEYOS

Me tenso, mantengo la mirada al frente, las manos me tiemblan a los costados.

—Buenos días—saluda.

—Buenos días, Su Majestad—le devuelvo el saludo con la amabilidad más fingida que el mundo ha oído.

Suelta una risita entre dientes.

—Veo que no has superado lo que pasó anoche.

Debido a las cámaras no puedo hacer nada cuando roza un frío dedo contra mis labios, parte de mi labial se va en su dedo cuando lo retira.

—Yo tampoco, hace mucho que una mujer no me provocaba una erección con tan sólo mirarme.

Mi expresión ausente desaparece cuando se mete el dedo a la boca y lo chupa, trago saliva con una rara sensación en el estómago. Por suerte me repongo en el momento justo, la Reina aparece en una esquina junto a su dama de compañía; la monarca no parece molesta al ver a su hijo hablando con quien no debe. Al contrario, me sonríe de esa forma dulce que marea a todo Pangea, es claro que el Príncipe heredó la sonrisa de su madre.

—¡Señorita Kohana!—me saluda tomando el brazo de su hijo.

Hago la reverencia correspondiente.

—Majestad.

Sus inteligentes ojos me miran a mí y luego a su hijo, este parece entre aburrido y desinteresado.

—Querida, no lo hagas, eres como una hija para mí.

Antes que pueda siquiera pensar que decir ante eso, ella vuelve a hablar.

—¿Cariño, ya has hablado con Kohana? 

El Príncipe se zafa de su madre, nos fulmina a ambas.

—No, pero ayer la invité a conocer mis habitaciones, si te satisface escucharlo.

Confundida los miro a los dos, esa “invitación” no fue una invitación, más bien una exigencia bajo amenazas y despues un claro intento de violación. 

—Bien, lo siento, querida, mi hijo hablará contigo, yo debo irme a resolver algunos asuntos—se excusa y vuelve a desaparecer.

Vuelvo a mi postura, él no me presta atención, y pensativo no tarda en marcharse también.

Por la tarde ha terminado mi turno, por lo que decido ir a dar un paseo por los jardines, eso hacía con Emma cuando había el clima que a ella le agradaba. Me siento en la banca frente a los jardines de rosas que la Princesa sembró con sus propias manos cuando cumplió quince años; yo la vi hacerlo por televisión. Ahora sus rosales son magníficos, rosas que van desde las inocentes color blanco hasta las románticas color rojo. Durante el cumpleaños de la Princesa, este jardín se convierte en un lugar turístico y viene gente de todo Pangea para verla sembrar otro puñado de sus preciosas rosas. 

—Son hermosas, ¿a qué sí?

Un muchacho de mi edad asoma la cara entre los rosales.

—¿Jade? Disculpa, no te había visto, ¿cuándo llegaste? —tengo que sonreír, Jade es una persona especial para mí, el primer amigo que hice aquí.

Se pone en pie y sonriendo se me acerca, él es el chofer personal del Rey, por lo que casi nunca está en el palacio.

—Llegué hace dos días, el Rey canceló su viaje.

Pongo los ojos en blanco, claro, Zafiro no tendrá visita de su Majestad esta vez, como sucede desde hace quince años. Y eso que el zafiro es la piedra predilecta del Rey, por eso la ciudad espera un trato especial por parte de la Corona. Desde siempre las casas más importantes del reino han sido representadas por una piedra preciosa, y por ende las ciudades donde se ubican adoptan el nombre de la misma; esto sirve para unificar lazos entre nobles y gente común, o al menos fingir que es así. En realidad, la representación de la aristocracia por medio de piedras preciosas es una manera de marcar aún más la línea entre las distintas clases sociales.

Jade se sacude la tierra de la camisa y de los pantalones antes de sentarse en la misma banca que yo.

—¿Y qué te parece? 

—¿Qué cosa?

Ríe suavemente.

—Pues la próxima boda real, la del príncipe Gian.

Asombrada lo miro con ojos como platos. Él sacude la cabeza, sonriendo.

—¿No lo sabías? La Reina lo anunció hoy por la mañana, su hijo está comprometido. Sabes que dentro de poco cumplirá los veintidós y debe estar casado para ese entonces, eso sí quiere ser coronado a los veinticinco.

Abro y cierro la boca varias veces, pensando en lo que pasó anoche. ¿Si estaba comprometido, como se atrevió a intentar tocarme?

—Estaba en turno por la mañana—balbuceo, aún impactada por la repentina noticia—, no pude enterarme.

Asiente.

—Pues así pasó, no dijo el nombre de la prometida, pero la compadezco y la admiro, mira que aceptar casarse con el Príncipe. Debe ser muy valiente o muy tonta.

Estoy en total acuerdo, no me imagino quién será capaz de hacer tal cosa, sé que muchas damas lo pretendían y deseaban ferviente ser las próximas Reinas; pero quienes conocemos al verdadero Gian Creel, sabemos lo horrible que será la vida de aquella joven prometida. Estamos tan enfrascados en nuestra conversación que no vemos llegar a la joven mujer, no la notamos hasta que carraspea.

—Señorita Julissa—la saluda Jade poniéndose en pie.

La mujer hace un gesto vago, es muy atractiva y elegante; viste ropa formal y en ella luce sexi, además es la asistente personal del Príncipe, y su consentida. Julissa pertenece a la alta sociedad, pero su casa no es representada por ninguna piedra, joya o metal precioso; esto se debe a lo poco importante que es su familia entre los nobles, y como resultado, su apellido sólo logró volverla asistente del próximo Rey, nada más.

—Señorita Cianí, el Príncipe la solicita en su oficina.

No ignoro la mirada que me lanza Julissa, sé que ella no desea que vea a ese Príncipe, todos sabemos que Julissa es la amante de Gian Creel desde hace cinco años. Ella es dos años mayor que él, tal vez por eso soporta a tal hombre.

—Lo siento, mi turno empezará en diez minutos—miento con naturalidad.

Arquea una ceja con escepticismo; la falda ajustada de piel expone mucha piel y esa blusa también, además esos zapatos altos deben ser muy incómodos. 

—Es irrelevante, ahora acompáñeme.

Sin esperar mi respuesta da media vuelta y comienza a alejarse, me despido de Jade con un rápido abrazo y voy tras la mujer presumida.

—Veo que te has vuelto muy cercana al próximo Rey—comenta en tono casual.

“Cercana” no es la palabra correcta, yo he sido el juguete favorito del Príncipe desde que volvió a vivir en el palacio, hace aproximadamente 2 años. A Gian Creel siempre le ha gustado molestarme, retarme, fastidiarme y, sobre todo, intentar propasarse.

—No, no es así—respondo tajante.

La asistente personal del Príncipe se detiene frente a las puertas que dan a las oficinas del soberano. Sé que no soy del agrado de Julissa, cree que soy muy poca cosa para atraer la atención de alguien como ella.

—Es mejor así—se coloca su largo cabello color zanahoria sobre un hombro y me sonríe abiertamente—. Créeme, Veena Cianí, soy mayor que tú y sé de lo que hablo. El Príncipe no es alguien con quien te gustaría relacionarte, mucho menos jugar. Los Creel poseen el mundo, y mantenerse en la cima del poder es un logro que conlleva más que simple esfuerzo.

Tuerzo los labios con desagrado, así que esta mujer siempre ha sabido mi nombre real; aunque es información que debería permanecer en secreto debido a mi trabajo como agente. Además, no es necesario amenazarme, yo no pienso robarle a su Príncipe. No es como que me interese un hombre como él, un completo lujurioso cuya escandalosa vida intíma se comenta por doquier.

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