El atentado contra los hermanos Creel fue hace tres semanas, hoy estoy esperando hablar con Emma; la Reina me ha prometido que hoy me dejara hablar con ella, por fin. El comportamiento de la Silvana Creel para conmigo me asusta, es demasiado amable y atenta, antes apenas me miraba y estoy segura que ni mi nombre sabía; pero sé que toda su actual amabilidad se debe a que salvé a su hijo, a su adorado primogénito.
Pensar en él me hace apretar las manos en puños, menudo idiota, mira que abandonar a su herida hermana menor en pleno caos. Sí ese chico no la hubiera encontrado..., pero ahora ella está bien, aunque sigue en Diamante; no puede volver a casa por ahora, es arriesgado y más peligroso de lo que la Reina le ha dicho. Para todo el mundo Emma fue rescatada del atentado y está a salvo en el palacio, herida y grave, pero segura.
Mi puerta se abre y entra Fanny.
—Hola—saludo.
Como respuesta sonríe, o quizá es más una mueca. No ha llevado bien la muerte de Perla, la impresión no llegó hasta que nos encontrábamos volando sobre el continente Laurasia, entonces ella perdió la compostura y comenzó a llorar de manera descontrolada. El Príncipe harto, le gritó que se callara y dejando de lado su herida, la abofeteó con la mano llena de sangre, luego él y yo nos enfrascamos en una discusión; terminé de gritarle hasta que llegó la camilla y él desapareció con los paramédicos tras las puertas de sus habitaciones. Lo último que vi fueron sus ojos llenos de rabia, ardiendo como brasas; incluso intentó bajarse de la camilla para darme una paliza, supongo. Apuesto que me detesta profundamente porque sabe que de mí no puede esperar más que groserías y un mal trato, yo lo conozco mucho más de lo que le gustaría.
Fanny se sienta conmigo, hombro con hombro.
—¿Y bien? —pregunto, me ha estado evitando desde que llegamos, debe tener una razón poderosa para venir a verme.
—El Príncipe, hoy ha vuelto a desayunar en el comedor—dice y la dejo seguir, aunque aquello no tiene nada que ver conmigo—. Se notaban tensos, el Rey no habló con él en contrario a su costumbre, la Reina ni lo miró, y él parecía molesto.
Suelto un bostezo fingido.
—Él siempre está de mal humor, eso no es nuevo. Y no han hablado sobre Emma, supongo—dos semanas han pasado y parece que no les importa en lo más mínimo lo que ha sido de su Princesa. Diamante está muy lejos y sigue siendo peligroso para ella estar allí; un poco de interés por parte de su familia no estaría nada mal.
Fanny niega.
—Ni una palabra. Pero vengo por otra cosa. Kohana, estoy sorprendida—intrigada la miro, ella me devuelve la misma mirada—. No sé qué pasa entre el Príncipe y tú, pero me ha mandado a llamarte. Dice... dice que te espera en sus habitaciones.
—¿Qué?
Estrecha los ojos y levanta una mano, me muestra su muñeca.
—Es una orden, como ves—su voz está tintada en resentimiento.
—Lo lamento.
Se encoge de hombros.
—Yo lo lamento por ti, seguramente ahora que ya está restablecido quiere castigarte por haberme defendido en el avión.
Tuerzo los labios en una media sonrisa.
—¿Por gritarle, ofenderlo, humillarlo, decirle cosas impensables?
Baja la mirada.
—¿Es mi culpa?
—No, hubiera encontrado otra oportunidad para decirle todo eso, de todas formas. Era inevitable.
Me levanto y salgo. Nunca he entrado en las habitaciones del Príncipe, al personal nos está estrictamente prohibido poner un pie dentro, solamente las chicas que él mismo mete saben que hay allí, a la fuerza o por voluntad; lo que sé claramente es que ninguna sale satisfecha. ¿Cuándo fue la última vez que Emma entró aquí?, me pregunto con el puño cerca de la puerta, ¿hace diez años? De súbito ésta se abre sin que yo haga nada.
—¿Qué diablos haces ahí? —me suelta bruscamente, su voz es helada y ofensiva, como siempre. Gian Creel tiene el don de hacer sonar a desprecio todo lo que dice.
Dejo caer la mano y frunzo la frente.
—Usted mismo me ha mandado a llamar, ¿o no? —levanto una ceja, mi tono es amargo, pero lejos de ser cómo el suyo.
Arruga esa nariz perfecta, igual a la de Emma; pero al contrario de su hermana, parece como si le desagradara mi presencia.
—¿Y no se te ha ocurrido tocar?
—Estaba a punto de hacerlo—me cruzo de brazos en actitud desafiante—. ¿Y usted cómo supo que ya estaba aquí?
Esa expresión asqueada se desvanece, y por un segundo parece confundido.
—Eso no te importa, tonta—declara volviendo a ser el mismo.
Aprieto la mandíbula, si no fuera porque seguro me despedirían, no dudaría en partirle aquel dulce rostro. Pero me reprimo por Emma, quiero verla volver sana, quiero que cuando regrese a casa me vea darle la bienvenida.
—¿Qué quiere de mí? —inquiero.
Una sonrisa pervertida cruza su boca, y noto que ya no mira mi rostro, sino otras partes de mi cuerp. Retrocedo, reprendiéndome por no llevar ropa adecuada.
Lentamente vuelve a mirarme a la cara, pero ahora un fuego abrasador ha vuelto sus ojos verdes más oscuros de lo normal. Del corte en su frente a causa del atentado, sólo queda una pequeña cicatriz rosada en proceso de curación; Fanny tiene razón, el príncipe Creel ya está restablecido, y puede que en serio piense castigarme.
—¿Y esta ropa? —está apoyado en el umbral, la mitad de su cuerpo se inclina en mi dirección. Chasquea la lengua—. Shorts que parecen más a ropa interior, camiseta ajustada y… ningún sujetador.
Inmediatamente me llevo las manos al pecho mientras lo fulmino con la peor mirada que poseo. Sólo a mí se me ocurre presentarme en la habitación del pervertido Príncipe con mi ropa para dormir, y no hace falta que le pregunte cómo supo lo de mi sujetador, siendo el monstruo que es...
—Es medianoche, duermo con esta ropa.
—Dormir desnudas es una tierna costumbre de las mujeres, pero esto es...— alza las cejas—. ¿Y por qué no estabas dormida?
Soy consciente que no son horas para andar por ahí, y esa es la única razón por la que aún no he echado a correr, alguien podría oírme. Pero tampoco ignoro la excitación que emana de él, es muy obvia en los pantalones de su pijama.
—La Reina llamará a la Princesa dentro de poco, donde está ella es de día—explico—. Me ha dicho que dejará que hablemos un rato.
Y así sabré cómo fue que abandonaste a tu única hermana en el caos, agrego para mí misma. Porque a mí nadie me saca de la cabeza que Gian Creel huyó como un cobarde sin preocuparse siquiera por Emma.
Asiente despacio y se hace a un lado, creo ver cruzar un destello de preocupación en sus ojos.
—Entra—ordena bruscamente. Quizá sólo imaginé esa preocupación—. Te he mandado a traer porque quiero que conozcas mis habitaciones.
Hago un gesto de auténtica contrariedad.
—Disculpe, pero no soy una sirvienta. Pertenezco al Servicio secreto y soy Primera doncella de su hermana, por si lo ha olvidado.
—Y a mí me importa un carajo lo que seas, entra o me olvidaré de lo que has hecho por mí y te trataré...—se calla de golpe y yo entrecierro los ojos. Menudo idiota es este.
Aunque no me queda de otra que hacer lo que dice, porque sus palabras han sido una clara amenaza, la más clara que me han dicho. Rechino los dientes al tiempo que entro de mala gana, detrás de mí escucho la puerta cerrarse con seguro, aprieto las manos en puños. Mi primera impresión de su habitación es que todo es absolutamente cegador, y tengo que parpadear varias veces antes de acostumbrarme a lo que veo; tanto las paredes como cada mueble son blancos, todo en distintas tonalidades: unas más oscuras, otras más claras, pero, al fin y al cabo, todo es blanco. Todo blanco, menos los marcos de las puertas y la estructura de una enorme cama, estos son de un negro intenso, al igual que los marcos de los cuadros que cuelgan por doquier. Del alto techo cuelga un candelabro rojo oscuro, el cual combina perfectamente con la gigantesca alfombra. No sé si este lugar es bello, deprimente o doloroso para cualquier par de ojos. Pensándolo bien, creo que es enfermo el contraste de los colores, el rojo oscuro sobre el blanco hace pensar en sangre, y el negro con el blanco, es depresivo.
—Son dos habitaciones, en esta duermo; la otra está en la puerta de la derecha; en la izquierda hay un comedor y junto a ella hay una sala de estar. Cada habitación tiene un baño, la otra tiene un balcón.
Cierro la boca de golpe y volteo a verlo. El Príncipe no se ha movido, sigue junto a la puerta, mirándome con fastidio. Se comporta como si estuviera haciéndome un favor.
—¿Por qué me dice todo esto? —estrecho los ojos—. No crea que seré su sirvienta personal, antes verá mi renuncia.
De repente hay una mirada pensativa en sus ojos.
—Tu pijama combina con la alfombra y el candelabro, aunque ese cabello color granate tuyo también—comenta como si yo no acabara de decir nada—. Quizá un poco de azul oscuro haga juego con tus ojos.
Me veo obligada a retroceder cuando él comienza a acercarse. Sus dedos van a su camiseta.
—Soy un ser miserable, terrible y cruel. Un monstruo, como dice Emma.
Mis piernas chocan contra la cama, estoy acorralada. Automáticamente mis dedos van a mi pierna, pero ahí no hay más que piel, ningún arma.
—¿Estás desarmada? —la camiseta cae al suelo. Los pantalones vacilan en sus caderas. No me dejara marchar— ¡Ay, Kohana! A partir de poco siempre estarás vulnerable ante mí, incluso esa poca ropa que llevas ahora no será admitida. No podrás huir o renunciar, podré hacer lo que quiera contigo y nada podrás hacer.
—Eso jamás, nunca me tocará. Usted no—soy fuerte y él aún está herido, puedo salir ilesa si tenemos que pelear. Eso quiero creer.
En dos largas zancadas corta la distancia entre los dos y tomándome de las caderas me arroja a la cama, luego trepa sobre mi cuerpo, aplasta mis piernas y ambas manos; todo lo hace en un segundo que ni tiempo he tenido para sorprenderme, lo he subestimado.
—¿Nunca? —niega sonriendo—. Hace mucho que deseaba tenerte así, dónde debiste estar desde que te vi, pero eres terca y salvaje. De hecho, pensaba preguntarte si eres virgen, pero es obvio que sí, me he asegurado que nadie se te acerque, yo seré el primero y único.
Aterrada como estoy, esbozo una sonrisa cínica poco creíble.
—¿Virgen, yo? No.
La excitación se mezcla con la furia provocada por mis palabras, y en un instante me separa las piernas con las suyas, se cuela entre ellas y empuja las caderas con rudeza; como consecuencia, siento entre las piernas algo que me llena de pánico.
—¿Quieres comprobar quién dice la verdad y quién miente? —vuelve a empujar.
—¡Suélteme! —exijo a voz en cuello al tiempo que trato de quitármelo de encima.
Para mi sorpresa, se retira, y yo me quedo en la cama respirando agitada. El Príncipe recoge su camiseta y abre la puerta.
—Ya puedes irte—dice con calma, sin una pizca de la locura que hasta hace poco lo invadía—. Y, Kohana, anda con cuidado. Esa noche seré yo quien tome tu virginidad, esa y todas las noches de tu vida, no se te ocurra olvidarlo.
No me pasa por la cabeza preguntar qué quiere decir o qué significa todo aquello, sino que salto de la cama y salgo de ahí a todo correr. No me detengo hasta que llego a mi propia habitación y cierro la puerta con pestillo.
Me tenso, mantengo la mirada al frente, las manos me tiemblan a los costados. —Buenos días—saluda. —Buenos días, Su Majestad—le devuelvo el saludo con la amabilidad más fingida que el mundo ha oído. Suelta una risita entre dientes. —Veo que no has superado lo que pasó anoche. Debido a las cámaras no puedo hacer nada cuando roza un frío dedo contra mis labios, parte de mi labial se va en su dedo cuando lo retira. —Yo tampoco, hace mucho que una mujer no me provocaba una erección con tan sólo mirarme. Mi expresión ausente desaparece cuando se mete el dedo a la boca y lo chupa, trago saliva con una rara sensación en el estómago. Por suerte me repongo en el momento justo, la Reina aparece en una esquina junto a su dama de compañía; la monarca no parece molesta al ver a su hijo hablando con quien no debe. Al contrario, me sonríe de esa forma dulce que marea a todo Pangea, es claro que el Príncipe heredó la sonrisa de su madre.
—¿Quién es él?La brusquedad de su pregunta me deja pasmada, literalmente acabo de entrar y ya me está exigiendo respuestas. Julissa le hace una reverencia y sale cerrando bien la puerta, bastante sensata.No me muevo, prefiero estar lejos de él y cerca de la salida.—¿En qué me necesita?—Responde, te hice una pregunta.Me muerdo el labio.—¿Quién es? —insiste—. Has estado hablando más de media hora con él, parecían muy amistosos.¿Me espiaba desde su ventana? Como no, menudo pervertido.—Es el chofer del Rey, se llama Jade. Somos amigos...De sus labios brota una risita.—¿Jade? ¿Igual que la capital de ese país al oeste de Gondwana? No sé en qué momento o a que idiota se le ocurrió la magnífica idea de nombrar pa&i
Después de una noche inquieta en su mayoría, conseguí algunas horas de sueño profundo, y eso me ha servido para enfriar mi cabeza y pensar con claridad. Cuando los rayos del sol cruzan la delgada cortina, me levanto de la cama y comienzo a ponerme el uniforme que corresponde a los agentes. Tal vez sí soy persuasiva logre comunicarme mejor con el Príncipe, y hacerle desistir de tal tontería. 10 minutos despues, estoy parada en la puerta de la casa de empleados, mirando la enorme estructura que es el palacio De Silvanus, antiguo nombre de la familia real, perdido en la tercera guerra con la muerte del Rey Éric, y tras la cual, su esposa Esis cambió el apellido real De Silvanus por el suyo, Creel. Sólo pensar en mudarme a ese enorme edificio como esposa del actual Príncipe, me provoca un vértigo desagradable y tengo que sujetarme a la pared para no caer. El palacio De Silvanus es tan antiguo como hermoso, cuando era niña jamás creí que trabajaría ahí, con personajes tan i
Como me ordenó la Reina, hablo con Emma, la dejo preguntarse quién será su cuñada hasta que obligo a mi boca a decir que seré yo. El perfume me asfixia, la cercanía de la mujer me inquieta mientras balbuceo como una muchacha enamorada y me finjo alegre, pero, aun así, Emma tarda largos minutos en tomarme en serio. Y cuando no logro convencerla de mi jovialidad, la Reina me arrebata el teléfono y me despide con una mirada cruel. En mi habitación por la noche, enciendo mi pequeño televisor y me veo a mí misma en cada canal; yo con el sencillo vestido plata que usé en el décimo octavo cumpleaños de la Princesa, sonriéndole al Príncipe en una foto fuera de contexto, ¿por qué no ponen la mueca de fastidio que le dirigí después? Empequeñezco al ver mi nombre y datos privados aflorar para todo Pangea, incluso mis tres profesiones saltan como corchos sin ningún pudor, se supone que la última era estrictamente confidencial. Los conductores de to
La pesada puerta se cierra a mis espaldas, el miedo me invade y mi valor se esfuma. Me abrazo a mí misma para no echar todo a perder. Gian Creel se acerca y sus brazos me rodean desde atrás. Huelo su aliento alcohólico, ha bebido mucho. Tal vez fue un error obligarlo a beber esa primera copa.—Es hora—ronronea con el mentón en mi hombro—, hora de consumar nuestro matrimonio.La enorme habitación está semi oscura, veo la forma de la cama y los contornos de los cuadros, pero todo lo demás está en penumbras. Desde que se anunció que yo sería su esposa, he temido la llegada de este día, la esperada consumación de nuestro matrimonio. Después de esta noche, ya no habrá duda, seré la esposa de Gian Creel en toda la extensión de la palabra.—Te quito yo ese vestido, o lo haces tú—insiste sonando ansioso.&mdash
Cuando vuelvo a abrir los ojos, veo que ya ha amanecido, no me importa y decido seguir durmiendo. No sueño nada, o al menos al despertar no recuerdo nada. La próxima vez que abro los ojos ya ha vuelto a oscurecer, y ya no puedo dormir otra vez, de mala gana me levanto y todo el dolor regresa, recordándome porqué estoy así. Me duele la entrepierna y me siento como si hubiera hecho cien sentadillas. Voy al baño y lleno la bañera con agua caliente, mientras se llena me saco el vestido blanco y lo arrojo al rincón más lejano. El agua humeante se derrama al sumergirme, escuece y quema un poco. Pero todo esto es por la seguridad de Emma y la de mi familia, me recuerdo lavándome muy bien. Salgo de la bañera cuando llega el alba y vuelvo a mi habitación cubierta con una simple bata blanco hueso, y el vestido de novia en la mano. En el extremo opuesto a la gran cama matrimonial veo una modesta chimenea de esas que sólo ves en casas lujosas, parece que alguien entró mientras me duchab
Sin quitarle los ojos de encima veo como chupa un cubo de hielo bajo mis fríos ojos, termina de masticar tres cubos y luego bebe un buen trago de vino directo de la botella. Se lame los labios, quita la mano de mi vientre y acaricia mis piernas desnudas de arriba a abajo, tiemblo. Abro la boca para decir que no puedo aceptar un juramento de esa naturaleza, sin embargo, las palabras mueren y en su lugar lanzo un grito involuntario; entre mis piernas el Príncipe asoma la cabeza, me ha besado la cara interna del muslo. Temblorosa veo como tira de mi ropa interior con los dientes, quiero cerrar las piernas, pero mi cuerpo no obedece. Y mis manos no hacen nada cuando deshace el nudo de mi bata dejando a la vista mi cuerpo casi desnudo.—Un bonito conjunto rojo, hace buena combinación con tu cabello.A continuación, sus manos van a mis caderas, la tela se desliza por mi piel y se hace trizas en sus manos.—Quitar esto es demasia
No sé en qué momento me he quedado dormida, sólo que un terrible grito me hace levantarme de un salto y llevarme una mano al pecho. De inmediato mis ojos caen en la puerta que conecta mi habitación con la del Príncipe, del otro lado no solamente se escuchan gritos, sino también llantos. Antes de darme cuenta giro el picaporte con desesperación, pero no se abre. Madeimoselle Gill grita pidiendo ayuda y yo estoy encerrada, sin poder ayudarla; sé perfectamente lo que sucede al otro lado, yo misma viví eso. Intento abrir la puerta que da al comedor, pero tampoco se abre, mientras tanto la chica solloza entre súplicas y la cama cruje violentamente en la otra habitación. Desesperada pateo la gruesa madera, pero cuando veo que no funciona, le doy con el puño. —¡Déjela, no la toque! —grito sobre los llantos de Madeimoselle Gill. No hay menor vacilación, los gritos no cesan y tampoco él se detiene. Mi puño ha comenzado a sangrar, sin embargo, no me detengo, sigo golpeado y gr