POV. Maite.El ascensor tardaba demasiado en bajar. O tal vez no, pero mi desesperación hacía que cada segundo se sintiera eterno. Con el corazón latiéndome en la garganta, decidí no esperar más y me eché a correr por las escaleras. Subí como una loca, escalón tras escalón, con el aire ardiendo en mis pulmones. Javier me seguía de cerca, igual de agitado, pero completamente confundido por mi actitud frenética.Cuando por fin llegué frente a la puerta del apartamento de Leonardo, no me detuve a respirar. Golpeé la madera con los puños una y otra vez, con tanta fuerza que me ardían las manos. —¡Abre, maldita sea! — rugí, casi sin voz.La puerta se abrió de golpe y mi madre apareció en el umbral. Ni siquiera la miré. Si no que pasé de largo, empujándola mientras irrumpía en el departamento.—¡Leonardo! —grité, cruzando la sala —. Si dejaste que esa maldita de Marina les hiciera algo a mis hijos, juro por Dios que te mataré.El pánico me cegaba, mi respiración era un caos, y mis manos
POV. ArisMaite… Maite… Esa desgraciada no salía de mi cabeza. ¿Cómo se atrevió a abofetearme? ¿Cómo se atrevió?Habían pasado más de diez horas, pero el ardor de su mano seguía impreso en mi piel como una marca de fuego. Respiraba como un toro irritado, consumido por la rabia, y ni siquiera dos horas en mi gimnasio personal lograban calmarme.Llevaba rato entrenando con furia descontrolada, haciendo dominadas hasta que mis músculos ardieran, castigando mi cuerpo con la esperanza de que mi mente encontrara alivio. Pero nada.—Esta obsesión me está haciendo perder el norte —murmuré, soltando la barra con un suspiro brusco. Tomé una toalla y me sequé el sudor que me corría por la frente.—Aris, pareces otro hombre. Te veo y no puedo creer que seas el mismo de siempre —dijo Nikos al entrar sin previo aviso.No era normal que me viera pensativo. Lo sabía. Pero no iba a darle el gusto de admitirlo.—Dime que ya tienes la información que te pedí —exigí con voz firme, encaminándome hacia la
No dejaba de pensar en la llamada que había recibido de mi padre. En cómo su voz sonaba más serena, más fuerte y más animada de lo que la recordaba, como si, de repente, el peso de los años y las penurias se hubieran disipado.Me contó que ya no estaba en la celda de castigo donde tantas veces lo habían confinado, que ahora se encontraba en una más amplia, con comodidades que jamás habría imaginado: más espacio, mejor comida, incluso médicos que se preocupaban por él.Sentí que un nudo invisible se deshacía en mi pecho. Un peso desapareció de mis hombros y, sin poder contenerlo, rompí en llanto al teléfono.Me agradeció entre halagos que me parecían inmerecidos. Intenté preguntarle qué había pasado, pero él solo repetía lo mismo:—Gracias, mi querida hija.Yo no había hecho nada. Ni siquiera sabía dónde lo tenían ni qué había cambiado para que recibiera ese trato.—Aris… ¿qué se trae entre manos? —murmuré, incapaz de concentrarme en el guion que tenía abierto entre las manos.La tinta
Narrador omnisciente.Aris disfrutaba cada segundo del desconcierto de Javier, saboreando la manera en que él miraba la mano de Maite, esa que, hasta hace un instante, lo sostenía con fuerza… y que ahora lo había soltado.Maite, en cambio, estaba furiosa consigo misma. ¿Por qué demonios lo había hecho? No había ninguna razón, ningún motivo lógico. No lo había pensado, simplemente actuó, impulsiva, sin premeditación. Y ahora, ver la expresión herida de Javier la hacía sentir miserable. Él siempre había estado a su lado, y ponerlo en esa situación le parecía cruel.El aire estaba cargado de tensión. Aris y Javier se miraban con una intensidad salvaje, como si estuvieran a punto de lanzarse el uno sobre el otro, como dos bestias defendiendo su territorio.—¿Qué buscas aquí? —le espetó Maite a Aris, con la mandíbula tensa.Él, con esa despreocupación arrogante que hacía sentir a todos como unos completos idiotas, alzó una carpeta con naturalidad y sonrió.—Vine por varias razones, pero e
Narrador omnisciente.Maite intentó apartar a Gianna de Aris, pero la niña se aferró con más fuerza a él y comenzó a sollozar.—¡Déjame curarlo con mi abrazo!—suplicó entre lágrimas.Aris sintió un inusual calor en el pecho. Lejos de molestarle los llantos infantiles, le resultaba fascinante la idea de que fueran los propios niños quienes obligaran a Maite a ceder. Sonrió, envolviendo a Gianna en un abrazo protector y susurrándole: —Si tú quieres, puedo quedarme toda la noche… pero Maite no me dejará.La niña alzó el rostro con determinación y miró a su madre.—Mami, Aris debe quedarse porque está lastimado. No puede irse sin que le pidas perdón por pegarle.La sonrisa de Aris se ensanchó con un brillo triunfal. Maite apretó la mandíbula y alzó la mano en un amago de nuevo golpe, pero antes de que pudiera hacer algo, Gael se acercó con cautela desde su rincón apartado.—No debes abrazar a un extraño, Gianna—le advirtió con su pequeña pero solemne voz.Aris le sostuvo la mirada. En e
POV. Maite.Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Un calor traicionero se esparció por mi piel, y durante un segundo, uno estúpido y débil segundo, me quedé quieta. Solo sentí.Sentí la calidez de su piel, la firmeza de sus brazos, rodeándome con la facilidad de quien no teme que lo rechacen.Pero luego… la furia explotó en mi interior.Me giré bruscamente, liberándome de su agarre y empujándolo con ambas manos en el pecho.—¡Sal de aquí, tarado! —espeté en un susurro furioso, cuidando de no despertar a mis hijos.Aris ni siquiera intentó detenerme. Se quedó ahí, mirándome con esos ojos cínicos y divertidos, como si disfrutara de mi reacción.—No soy de los que duermen en sofás y quería decírtelo —dijo con una sonrisa ladeada—, pero cerraste la puerta con seguro. —¿Así que tu lógica retorcida te dijo que meterte en mi cama era la mejor opción?Se encogió de hombros, con una expresión despreocupada que me sacó de quicio.—Era la más cómoda.Apreté los dientes.—Voy a matarte.—Despu
POV. Maite¡Dios, qué noche había tenido! Apenas había pegado el ojo, con el sobresalto constante de que Aris volvería a entrar en cualquier momento. Tenía que estar alerta, y preparada para resistirme.Anoche casi cometía el error de caer en sus brazos de nuevo. Él había sido el único hombre en mi vida, pero no podía darle el poder de conocer ese detalle. No cuando estaba claro que lo único que quería era convertirme en su juego, en su amante.Tomé un sorbo de café, intentando disipar el nudo en mi garganta, y noté su chaqueta sobre la silla. Había olvidado devolvérsela después de la fiesta y, para colmo, su traje estaba manchado, ahora estaba tirado en mi baño. ¿Qué pretendía este hombre?Unos golpes en la puerta me hicieron dejar la taza sobre la mesa y abrir, con la sospecha de que, de seguro, era él quien volvería a fastidiar, pero era Javier quien estaba al otro lado, con el ceño fruncido y la mirada encendida.—Maite, ¿por qué me dijiste que ese hombre no significaba nada para
Narrador omnisciente.El sol abrasador del mediodía caía sobre la terraza del exclusivo café, donde Marina y sus amigas disfrutaban de sus bebidas heladas. Marina, con su característica actitud altiva, sostenía su vaso con elegancia, mientras las demás la escuchaban con atención y admiración.—Aris sigue siendo mío, solo está teniendo una rabieta —declaró, removiendo con pereza el hielo en su vaso con la pajilla dorada—. Ya saben cómo son los hombres, especialmente los que tienen carácter. Pero una mujer inteligente debe saber mantenerlos sujetos, como si fueran perros con collar.Sus amigas rieron con diversión, algunas asintiendo en aprobación. Marina sonrió con autosuficiencia y cruzó las piernas, inclinándose ligeramente hacia adelante para enfatizar su punto.—Aris está tan enfocado en mí, que solo necesito hacer una llamada y correrá de vuelta como un buen chico.Las demás intercambiaron miradas entre sí, algunas con duda, pero ninguna se atrevió a cuestionarla. En ese momento