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Se pasó la mano por la cara, se acarició la barba incipiente. No era la primera vez que iba a esa ciudad, pero siempre había llegado noche y en helicóptero. Tampoco se había quedado más de doce horas, y menos en un hotel. Nunca le había llamado la atención y aunque se dio cuenta de que era pintoresca, con las calles limpias era un tanto solitaria.
El auto se detuvo, y le dio al conductor las gracias con un billete de veinte dólares y uno de diez como propina. Enseguida el hombre sonriente le agradeció y le dio su tarjeta personal, no sin antes decirle que le llamara si alguna vez regresaba.
Edward, con un asentimiento de cabeza, abrió la puerta del auto y luego de bajarse y despedirse con un saludo militar, entró a la cafetería, entrecerró los ojos un poco para ajustarse a la oscuridad. Pues era un poco inusual, La música era un rock, que hacía retumbar las paredes, y que no tenía nada que ver con la decoración del lugar. Recordó que era la ciudad más cercana al campamento, y que ese contraste se debía a la visita frecuente de muchos soldados como él.
Tal vez después de estar setenta y cinco minutos en un taxi escuchando a Elvis, la música era un shock para sus oídos. Se dio cuenta de que quizá era el sitio más recurrente de la ciudad, porque la mayoría de las mesas estaban ocupadas. No solo con bebidas sino también con comida.
«¡¿Por qué diablos estaba tan oscuro a las dos de la tarde?!»
Se preguntó, al mismo tiempo que puso su espalda recta cuando sintió que el aire acondicionado le pegaba de frente en la cara, la sensación fue agradable. La comodidad de estar en una ciudad a veces para un hombre como él era gratificante.
Sintiendo las miradas de las personas a su alrededor, caminó con su petate en el hombro, con paso firme. Tan seguro de sí mismo, que muchas personas lo confundirían con la arrogancia. Hasta que llegó a una mesa vacía en una esquina, que había notado cuando escaneó de manera rápida aquella cafetería. Lo escogió ese precisamente, porque desde ahí tenía completa visibilidad, además de la discreción por estar un poco apartada.
Estaba cansado, hambriento y molesto. Pues había perdido su vuelo con destino a casa, por culpa de su amigo Vasile, quien hizo mucho ruido y lo persuadió para que lo ayudara a atender a las tres chicas que había llevado a su habitación la noche anterior para celebrar su despedida.
«Maldita noche», pensó sacudiendo los recuerdos de unas horas de excesos.
Cuerpos sudados entrelazos, ropa sobre los sofás. Botellas de whisky mal puestas sobre la mesa. Preservativos tirados en el suelo.
—¡Vamos, hombre! Cambia esa cara —le había dicho su amigo entre burlas—, que mejor que esto, para decirle hola a tu nueva vida de civil.
Aunque no se arrepentía de nada, para Edward no había nada más placentero que una cerveza bien fría, y el sexo de una mujer caliente, mojado y dispuesto con ganas de divertirse. Pero quería volver a casa y abrazar a su hija Kate, de cuatro años de edad. Después de un traumático divorcio, era el único lazo afectivo que quería conservar con las del sexo opuesto a largo plazo.
Dejó su mochila a un lado antes de sentarse. No pasó ni un minuto cuando una rubia alta con la camiseta del establecimiento. En la parte delantera decía bien grande la palabra: “Devórame” que le hacía resaltar sus grandes pechos. Hizo que se preguntara una vez más por qué el lugar estaba tan oscuro, pero lo único que se veía claro era aquel par de tetas tentándole.
—¿Qué puedo ofrecerte? —preguntó la recién llegada con voz melosa, mirándolo con curiosidad y golpeando sus labios con el lapicero.
Edward sacó de chaqueta de cuero, una caja de cigarros y se llevó un cigarrillo a la boca, sin encenderlo aún, entrecerró los ojos. Ya que la chica le indicó con la cabeza y una sonrisa que mirara el letrero detrás en su espalda que decía: “prohibido fumar”.
Él agitó la cabeza. Si algo había aprendido en su vida adulta era a interpretar bien el lenguaje corporal de las mujeres. Luego de rebuscar su encendedor en el bolsillo delantero, mostrándoselo y volviéndolo a guardar, le respondió mirándola de arriba a abajo, aprovechando la poca luz del lugar:
—Por ahora, solo una cerveza bien fría, cariño.
—También tenemos el plato del día —La listilla se ajustó los pechos, y luego puso una de sus manos sobre la mesa y se inclinó un poco hacia él. Usando una voz sensual, agregó: —Te aseguro que te encantará el postre.
Edward la miró sorprendido y soltó una carcajada. Ella pensaba decirle más, pero en ese momento un hombre llamó a la rubia para que lo atendiera.
—Ya sabes en donde estaré —le hizo un gesto militar con la mano, dio media vuelta y contoneó las caderas.
«¡Mujeres!»
Diez minutos después…
Edward estaba impaciente, pues desde hacía rato no veía a la chica y tampoco su cerveza. A eso tenía que sumarle que su estómago estaba rugiendo del hambre. Decidió ir a la barra, así que se levantó. Casi llegaba cuando de la nada se atravesó una mujer pequeña, con una bandeja de cerveza, y tropezó con él. Todo el líquido cayó sobre la chica.
—Lo siento —dijo Edward, pero no aguantaba la risa al verla toda empapada de cerveza.
Era lo más estúpido que le había sucedido con una chica en mucho tiempo, por no decir que desde su adolescencia. Realmente; Edward se burlaba de la situación y no de ella. Sin embargo; lo miró enarcando una ceja, y al ver que no paraba de reírse, sus ojos comenzaron a brillar de furia contenida.
—¿Qué es tan gracioso? —puso la bandeja a un lado y solo le quedaba una jarra de cerveza en la mano.
—Eh… —carraspeó un momento tratando de aguantar la risa, pero le fue imposible—. Te pido disculpas de nuevo, lo cierto es que no te vi.
—Pues, yo tampoco —y le vació la jarra de cerveza en su pecho—. Ahora ya puedes burlarte todo lo que quieras.
Ella le dio la espalda para marcharse, pero él fue más rápido, y la agarró del brazo.
—Oh, no pequeña gata salvaje. Tú no acabas de hacer esto y te irás meneando tu apretado trasero sin pagar las consecuencias.
•ஐ[★]ஐ•La chica se zafó de su agarre de manera rápida, su tamaño la ayudaba a ser escurridiza. Por primera vez en su vida agradeció ser de baja estatura. —Yo no tengo por qué pagarte absolutamente nada —le hizo un gesto altivo con la boca—. Al contrario; eres quien tiene que pagar por las cuatro cervezas que me has echado encima. Edward pensaba decirle algo, y la agarró de nuevo por el brazo. —¡¿Qué cojones está pasando aquí?! —se escuchó una voz firme.—Esta chica me ha echado encima la cerveza —Edward la soltó, y se señaló su chaqueta de cuero, la camiseta y sus jeans desgastados. —¡Tú te lo has buscado! —agitó la cabeza de un lado a otro, y tratando de soltarse de su agarre—. Además de que me echaste la bandeja encima, y no conforme con eso te burlaste de mí. —Ya dije que lo sentía, no te vi —argumentó Edward.—¡Basta! —dijo Henry, el dueño del lugar—. El señor es nuestro cliente, debemos ser cordiale
•ஐ[★]ஐ•Ella le tomó de la muñeca, y le hizo una mueca de autosuficiencia.—Crees que porque eres hombres tienes el control de todo, ¿verdad? —chasqueó los dientes— ¡Pobre chica! ¡Qué equivocada estás!—Vaya genio que tienes, solo te estoy aclarando que no pasará nada aquí —Edward contestó ladeando la cabeza, y luego la miró como si la estuviera analizando— Al menos, no por mi parte.—¿Y qué pasa si yo quiero que suceda? —cuestionó ella alzando la barbilla de manera retadora— ¿Qué pasa cuando una mujer dice lo que quiere? —negó con la cabeza— Cuando es segura de sí misma.Edward chasqueó los dientes, pretendía decir algo. Pero Alina le interrumpió alzando una mano.—Huirás, por qué te da miedo una mujer que sabe donde, como y cuando lo quiere —fue el turno de burlarse de él, sin saber que con ese gesto le estaba retando de manera descarada.Edward le dio una sonrisa ladeada, y se relamió los labios. Entrecer
•ஐ[★]ஐ•—Ahhh…Fue lo que escuchó por parte de ella, después de un gemido que denotaba placer. Al empalarse dentro de su sexo, sin ninguna piedad.—Lo siento, no pude contenerme —Edward se excusó de la boca para afuera, porque lo cierto era que le había encantado su receptividad.Se quedó por unos minutos inmóvil, disfrutando del calor de su sexo. Sentir un placer como ese, debía estar prohibido. Notó la manera en que su cuerpo comenzaba a humedecerse de sudor, por el esfuerzo de tratar de contenerse. Ya que su intención era que ella disfrutara. No entendió el porqué era importante tal cosa para él.—¡Uhmm! —exclamó Alina, removiendo un poco sus caderas.—¡Quédate quieta! —no le quedó otra opción que azotar una de sus caderas de nuevo.Quedó maravillado cuando la sintió bajar sus hombros y arquear más su espalda, levantando un poco más su firme trasero. Escondiendo su rostro en el espaldar del sofá. Su cuerp
•ஐ[★]ஐ•Tres años después…Alina apretó los labios en línea recta, señal de su disgusto.—No puedo creerlo, de verdad —movió la cabeza de un lado a otro—. Esto se me hace muy injusto, señor Nicholson.—Lo siento, señorita Clark. Usted está en todo su derecho de estar molesta, y mostrar su indignación —la voz de su jefe sonaba comprensiva, mientras la observaba con uno de sus brazos sobre el escritorio antiguo de madera pulida, y con el otro debajo de su barbilla—, pero lamentablemente no podemos hacer nada.—¿A qué se refiere? —preguntó incrédula— ¿Cómo que no podemos hacer nada?—Son órdenes de arriba —chasqueó los dientes y se levantó de su sillón de cuero, y caminó hasta el ventanal que iluminaba la amplia estancia, y dándole la espalda, agregó con tono de desaprobación: —Aunque tengamos buenas intenciones, tenemos que seguir una serie de protocolos, y uno de esos es que ambos tenemos un jefe a quien ren
•ஐ[★]ஐ•No supo cuanto tiempo se quedó dormida, pero por la posición del sol debía de ser pasado el medio día. Se pasó la mano por el rostro.«¡Joder! Voy a perder el ciclo del sueño», pensó.Había pasado cierto tiempo en el cual ella se despertaba pasada después de las tres de la tarde. Aunque era solo en verano, las primeras semanas de clases las pasaba como un zombi, durmiendo en clases.Se levantó, se dio una ducha, y decidió buscar algo que comer. Lamentablemente, no había nada, así que tendría que ir al supermercado un momento. Pero primero pasaría por casa de Helen, tenía que informarle lo que estaba pasando. Sobre todo porque el ingreso del alquiler de su apartamento, era importante para su familia.Entró por la cocina, y se encontró con que Richard y ella estaban conversando. Aunque el hombre trabaja para una empresa constructora, cuando tenían mucho trabajo le daban tres días seguidos de descanso.
INTRANQUILIDAD: •ஐ[★]ஐ•Edward, durante la reunión con la ministra de asuntos gubernamentales de la isla en donde se encontraban, miró siete veces su teléfono móvil. Estaba realmente preocupado por haber dejado a su hija con su asistente. Quién debía estar ahí con él y no haciéndole de niñera, pero mientras solventaba los permisos de salida de la niña no podía hacer más nada. Tuvo que salir de emergencia a la isla Caykes, ya que estaba sobre el día límite para exponer su propuesta de negocios al gobierno de ese lugar. Todo se le había complicado, pues tener a Kate con él bajo el mismo techo después de tres años de disputa legal con los padres de su exesposa, era su prioridad. En ese momento no tenía dudas, si tenía que perder un negocio, pues así sería.Había presentado todos sus diseños, la proyección económica y se encontraba debatiendo el porcentaje
VUELO PRIVADO: •ஐ[★]ஐ•Se había quedado dormida alrededor de las dos de la mañana, pues el día anterior había tomado una la siesta, que sumado a la ansiedad de su viaje inesperado, la dejaron la noche en vela. Lo cual le permitió tomar su portátil y hacer la planificación para trabajar con la niña, como no sabía cuanto tiempo iba a permanecer en el lugar, lo hizo por quince días. Agradeció que Charlotte le llamó muy temprano en la mañana y le informó que su vuelo al caribe sería a las tres de la tarde, puesto que tenían que esperar que al avión le hicieran su respectivo mantenimiento. Eso le daba un poco más de tiempo de dejar listo lo pendiente. Sin embargo, el chofer se apareció dos horas antes.«La ventaja de ser un vuelo privado», se dijo cuando se subió al vehículo. En silencio se dirigieron hasta el aeropuerto, y en el trayect
CARA A CARA: •ஐ[★]ஐ•Edward se sentía un tanto inquieto, la emoción que sintió cuando vio a Kate no tenía explicación. En el instante en que ella lo había visto, corrió a su encuentro. Sin importarle arrugar su costoso traje hecho a la medida, la tomó en sus brazos y la alzó. —¡Mi princesa, qué grande y que hermosa estás! A pesar de que solo habían pasado dos días de que él tuvo que irse de viaje, no pudo evitar expresarlo. Para Kate parecía ser lo mismo, porque lo abrazaba con fuerza. Mientras dejaba caer su pequeña cabeza en el hueco de su cuello, al mismo tiempo que caminaban hasta el auto.Kate miró a los lados, como si estuviera buscando a alguien.—¿Qué sucede, cariño? —quiso saber Edward.—Alina viene en el otro vehículo —intervino Charlotte—. No te preocupes, Kate. Ella estará con nosotros cuando lleguemos a casa.Edward miró a