Luego de fotocopiar todo el contenido del cofre, Laura fue a visitar a su madre con las cartas originales dentro de una carpeta amarilla.
Angélica está sentada en la cama con su teléfono móvil en la mano y sonriendo, al ver a Laura entrar la invita moviendo la mano a que pase y esta se sienta a su lado
-Es divertidísimo, mira hija, tengo una muñeca, le puse tu nombre, le puedo cambiar el cabello, el calzado, la ropa es como una muñeca normal pero dentro del teléfono - comenta entre risas
-Sí, mami lo he vi
La carta que Angélica le entregó a Esther ese martes, fue la peor que ella pudo recibir.Junto a su siempre esperada respuesta, Angélica le agregó la tarjeta de invitación a su boda. Esther acostada en su cama boca arriba, con la tarjeta en entre sus manos, la miró sin parar de repetir “ocho de abril de mil novecientos sesenta y siete” en voz baja. Y así pasó más de una hora esa noche, hasta que Tania le gritó que le abriera desde el portón.Bajó, la hizo pasar y le puso l
Angélica, sentada al lado de Clementine, espera la llegada de Laura, que si bien llevaba varios días sin visitarlas, se había comunicado con ellas, y confirmado su asistencia.Las chicas vestidas de payaso reparten bocadillos y bebidas. Laura llega y se sienta junto a Clementine-Hola, ¿es temprano verdad?-Sí, vengo tragando como un kilo de estas croquetas de pollo mientras llega la hora- comenta entre risas Angélic
Laura camina lentamente con el cofre de madera entre las manos, un gran bolso colgando de su hombro y la mirada fija hacia adelante.Atraviesa el cementerio, y se para frente a la tumba de Angélica.-Mami, vengo a despedirme, no sé cuando pueda volver a visitarte, dejo Washington, compré la antigua casa de tía Ana y me mudo a donde fue mi hogar durante la parte más importante de mi vida, en Kearneysville.Abre el bolso y saca la carpeta verde, la deja sobre la tumba y hace lo mismo con la otra carpeta que contiene las respuestas de A
Laura luce cansada, las distintas internaciones voluntarias de su madre la agotan, sigue tratándola como una veinteañera a sus casi setenta. Angélica espera con ansias la visita de su hija. Con ochenta y nueve años ha vivido en tantos lugares diferentes que este nuevo sanatorio es una casa más para ella. Sentada mira por la ventana y se muerde las uñas, Laura, cargando varias bolsas entra con la respiración agitada, y el seño fruncido, le base la frente y toma asiento frente a ella. -Mamá, ya te dije que Richard y yo no tenemos problemas con que vivas con nosotros<
Era un invierno muy frio, nevaba y tu solo tenías tres años- cuenta Angélica mientras Laura la mira en silencio-era el invierno de 1951.Angélica caminaba de un lado al otro por toda la sala, se mordía las uñas, a veces resoplaba, volvía a sentarse, y se paraba de nuevo, caminaba y se frotaba los brazos como dándose calor.Ana tenía a la pequeña Laura sobre sus piernas, dormida, observaba el recorrido de su hermana en silencio y acariciaba la cabeza de su sobrina. Se estiraba un poco intentando que sus ojos llegaran a ver a algún médico, o enfermera.
Angélica sola, parada frente al portón de madera suspira y se frota los brazos, traga saliva y bate las palmas. Esther viene pocos segundos después con una amplia sonrisa, las mismas botas, anchos pantalones desteñidos y otra camisa igual de suelta, le abre la puerta y la invita a pasar.Todo el jardín es el vivero, Angélica va caminando detrás de Esther y mira lo más detalladamente que puede cada rincón. La casa blanca, grande, con puertas de madera luce confortable, y muy antigua-En principio entiendo
Angélica sentada en la cama con las piernas cubiertas se acomoda los lentes, tiene la carpeta verde abierta y sobre estas, desparramadas todas las cartas que contenía, las junta y ordena, sigue buscando y abre nuevamente la carpeta.Con las manos un tanto temblorosas, un poco por sus años, otro poco por los nervios de no encontrar lo que buscaba, abre el cajón de su mesa de noche, ahí ve todas las píldoras que debe tomar a diario, recetas medicas, un par de lapiceras y una libretita, resopla y mete la mano más al fondo y al palpar lo que quería se le dibuja una gran sonrisa. Saca el teléfono móvil y lo pone
-Mira mami, lo que guardaste aquí, es el pusilánime, como le decía tía Esther- dice entre risas y lágrimas Laura dándole una foto donde salen Ana vestida de novia con un hombre alto de bigote y traje oscuro.Era la primavera de 1952. Angélica llevaba unos meses trabajando con Esther, se habían convertido en buenas amigas, la mayoría del tiempo iba sola, pero algunas veces llevaba a Laura que se entretenía mucho ayudando a su madre y hablando con tía Esther.Llovía, hacía calor, y Angélica entró empapada al vivero. Esther la envolvió con una manta y la hizo entrar: