Laura luce cansada, las distintas internaciones voluntarias de su madre la agotan, sigue tratándola como una veinteañera a sus casi setenta.
Angélica espera con ansias la visita de su hija. Con ochenta y nueve años ha vivido en tantos lugares diferentes que este nuevo sanatorio es una casa más para ella.
Sentada mira por la ventana y se muerde las uñas, Laura, cargando varias bolsas entra con la respiración agitada, y el seño fruncido, le base la frente y toma asiento frente a ella.
-Mamá, ya te dije que Richard y yo no tenemos problemas con que vivas con nosotros
-Laura, me canso de repetir que no quiero vivir con ustedes, siempre me las arregle para no ser una molestia, Richard ha sido bueno conmigo, pero ustedes necesitan tiempo solos
-Estuvimos solos toda la vida, hablas como si nos hubiéramos casado ayer
Angélica resopla y va mirando los bolsos que Laura le va entregando
-Mami, hay algo que me llamó la atención, esta vez dejaste esta carpeta verde en la casa, te la traje con el resto de tus cosas.
-¿La leíste?- le pregunta casi gritando Angélica, y toma la carpeta rápidamente quitándosela de un tirón a su hija.
-Un poco, son muchas cartas, ¿Por qué nunca me hablaste de eso?
Angélica abraza su carpeta y vuelve a mirar por la ventana, se le humedecen los ojos y niega con la cabeza, Laura le acaricia el brazo y el silencio invade el entorno por unos cuantos segundos
-Ella tenía razón, Esther, siempre tuvo razón.
-¿Por qué no confiaste en mi? Hay tantas cosas que puedo entender luego de leer solamente un poco de lo que tiene esa carpeta.
-Eras muy chiquita
-Dejé de ser chiquita hace muchísimos años, cumplo setenta años en noviembre mamá, tuviste la vida entera para decírmelo.
-Podría darte miles de razones para mi silencio, pero Esther tenía razón, sentir lo que sentía me daba vergüenza, veo tus ojos y siento que siempre lo hubieras entendido, pero tenía tanto miedo- dice entre sollozos Angélica.
Laura le quita lentamente la carpeta de las manos y saca una hoja, mira a los lados, no ve a nadie cerca de la habitación, Angélica sigue sollozando y mirando por la ventana mientras Laura le lee:
“Querida Angélica:
Como te lo prometí, aquí te estoy escribiendo, cada día que pasa me duele más tu negativa, los sesenta son años hermosos, a nadie le importa si amas a un hombre, a una mujer o a una persona que no es de tu raza, los hippies son gente buena, divertida, abierta, aman mi trabajo, nuestro trabajo, adoran a la naturaleza.
El vivero era mi vida hasta que llegaste, ahora mi vida eres tú. No te lo voy a negar, sigo enamorada de mi vivero, las plantas y las flores me llenan de alegría, limpiar la tierra de mis uñas y sentir el aroma de los jazmines a la mañana me hacen sentir muy viva, pero verte desnuda, despeinada, y dormida en mi cama, es el paraíso.
No pierdo las esperanzas de que un día reacciones y me digas: -Esther, vamos a decírselo al mundo, no me importa nada de lo que piensen, seamos como los hippies, seamos felices - , pero cada día lo veo más difícil.
Hoy como cada sábado, te escribo, en las buenas y en las malas
Te amo
Esther”
-Todas las que vi dicen: “Hoy como cada sábado”, es obvio que era una por semana, siempre dijiste que la tía Esther era tu mejor amiga.
-Y lo era
-Aquí dice mucho más que eso- Señala la carta Angélica
-¿Richard no es tu marido?
-Por supuesto
-¿No es tu mejor amigo?- Laura responde afirmando con la cabeza, guarda la carta dentro de la carpeta y se la devuelve a Angélica –Yo no quería que el mundo te mirara mal por mi culpa
-¿Estabas enamorada?- Angélica se encoge de hombros, sigue mirando por la ventana a la nada, aprieta los labios y un par de lágrimas recorren su anciano rostro, Laura le acaricia el cabello diciéndole- Sabes bien que me mirarían mal por mi misma en todo caso mami.
Angélica se quita las lágrimas con sus manos, camina hacia la cama, deja la carpeta sobre la mesa de noche y la acaricia, se sienta en la cama y cubre sus piernas con la manta. Laura va hacia ella, sentándose a su lado y tomándole la mano.
-Bueno mami, tengo que irme, Richard me espera, sabe que estoy aquí contigo.
-¿Le comentaste algo?
-nada
-Me da igual si lo haces o no, ya no importa, hoy el mundo es tan diferente
-Sí, todo para todas hubiera sido muy distinto en esta época, para ustedes dos, para la tía Ana, incluso para mí.
-Tu tía Ana, quizá hubiera sido lo mismo para ella.
-¿Y qué hay de ti?
- Debí haber sido más valiente
- Quizá también yo, tal vez hoy no hubiera sucedido lo que me sucedió.
- O era nuestro destino mi chiquita
Laura le besa la frente a su madre y se levanta, esta le toma la mano y ella vuelve a sentarse
-¿Quieres que te cuente?
Era un invierno muy frio, nevaba y tu solo tenías tres años- cuenta Angélica mientras Laura la mira en silencio-era el invierno de 1951.Angélica caminaba de un lado al otro por toda la sala, se mordía las uñas, a veces resoplaba, volvía a sentarse, y se paraba de nuevo, caminaba y se frotaba los brazos como dándose calor.Ana tenía a la pequeña Laura sobre sus piernas, dormida, observaba el recorrido de su hermana en silencio y acariciaba la cabeza de su sobrina. Se estiraba un poco intentando que sus ojos llegaran a ver a algún médico, o enfermera.
Angélica sola, parada frente al portón de madera suspira y se frota los brazos, traga saliva y bate las palmas. Esther viene pocos segundos después con una amplia sonrisa, las mismas botas, anchos pantalones desteñidos y otra camisa igual de suelta, le abre la puerta y la invita a pasar.Todo el jardín es el vivero, Angélica va caminando detrás de Esther y mira lo más detalladamente que puede cada rincón. La casa blanca, grande, con puertas de madera luce confortable, y muy antigua-En principio entiendo
Angélica sentada en la cama con las piernas cubiertas se acomoda los lentes, tiene la carpeta verde abierta y sobre estas, desparramadas todas las cartas que contenía, las junta y ordena, sigue buscando y abre nuevamente la carpeta.Con las manos un tanto temblorosas, un poco por sus años, otro poco por los nervios de no encontrar lo que buscaba, abre el cajón de su mesa de noche, ahí ve todas las píldoras que debe tomar a diario, recetas medicas, un par de lapiceras y una libretita, resopla y mete la mano más al fondo y al palpar lo que quería se le dibuja una gran sonrisa. Saca el teléfono móvil y lo pone
-Mira mami, lo que guardaste aquí, es el pusilánime, como le decía tía Esther- dice entre risas y lágrimas Laura dándole una foto donde salen Ana vestida de novia con un hombre alto de bigote y traje oscuro.Era la primavera de 1952. Angélica llevaba unos meses trabajando con Esther, se habían convertido en buenas amigas, la mayoría del tiempo iba sola, pero algunas veces llevaba a Laura que se entretenía mucho ayudando a su madre y hablando con tía Esther.Llovía, hacía calor, y Angélica entró empapada al vivero. Esther la envolvió con una manta y la hizo entrar:
El domingo a la mañana los rayos de sol entran por la ventana y golpean los ojos de Angélica haciéndola despertar. Esther sigue durmiendo mientras ella se levanta, busca su ropa en el suelo, se viste y sube a mirar a Laura que también se encuentra dormida.Va hacia la cocina y comienza a hervir leche, pasa café y escucha pasos, no voltea a mirar, porque sabe que es Esther y esto hace que sus manos tiemblen y la respiración se entre corte-Buenos días ¿Laura aún no despierta?-No- responde con la voz m&aacu
Angélica sigue mirando fotos con Laura en su dormitorio, Laura encuentra una donde sale su padre justamente frente al tractor y se la enseña a su mamá-¿El era mi padre verdad?-Sí, Phillip, ese fue su primer día, ¿Quién iba a pensar que esa cosa iba a terminar con él?-¿Alguna vez lo echaste de menos?-Siempre, toda la vida, ese fue el segundo día que lo vi así de feliz
Angélica se mira en el espejo del baño, se acomoda los anteojos, se acaricia las mejillas arrugadas, se recoge el cabello cano y se hace una especie de rodete, abre un bolsito que está sobre el lavabo y saca un lápiz labial color mate.Se pinta los labios, acentúa, se mira y sonríe-Pensar que tenías una boca que enloqueció a más de un hombre, y llegó a matar a una mujer, mírate ahora, nadie te creería Se mira las manos pecosas, marcadas por los años, las uñas cortas pin
Angélica siguió trabajando en el vivero día a día, cumpliendo con su labor de una forma disciplinada, aprendiendo de Esther, y hasta disfrutando de un trabajo que en principio solo aceptó por necesidad.Laura ya no iba al vivero, su tía la cuidaba a ella y a su hijastro, ya sin trabajar en la escuela, Ana se había convertido en la ama de casa perfecta, la esposa sumisa y callada que Harold había moldeado.Había sido un sábado muy movido, lleno de clientes, ventas, y algunos arreglos para que proveedores vinieran en lugar de que Esther debiera ir cada tanto tiempo a hacer compras. Un sábado agotador.