Era un invierno muy frio, nevaba y tu solo tenías tres años- cuenta Angélica mientras Laura la mira en silencio-era el invierno de 1951.
Angélica caminaba de un lado al otro por toda la sala, se mordía las uñas, a veces resoplaba, volvía a sentarse, y se paraba de nuevo, caminaba y se frotaba los brazos como dándose calor.
Ana tenía a la pequeña Laura sobre sus piernas, dormida, observaba el recorrido de su hermana en silencio y acariciaba la cabeza de su sobrina. Se estiraba un poco intentando que sus ojos llegaran a ver a algún médico, o enfermera.
El reloj sobre la puerta marcaba segundo a segundo con sus agujas muy lentamente, la habitación blanca, el olor a desinfectantes y medicamentos, los murmullos lejanos y los pasos sonoros de una joven Angélica, hacían la espera bastante tortuosa.
El reloj decía que ya llevaban esperando más de cuatro horas cuando entró el doctor y habló con Angélica, las palabras de este sonaban como dentro de una caja metálica para ella, sentía que su entorno se desdibujaba y una fuerza invisible le apretaba las sienes, y le ensordecía lentamente.
Con la boca abierta, la expresión endurecida y los ojos vidriosos caminó hacia su hermana y se sentó al lado de ella, Ana preguntó repetidas veces que le habían dicho, varios minutos después Angélica giró la cabeza hacia ella y con la voz entre cortada dijo: -Se murió, Phillip se murió.
Apoyó su cabeza en el hombro de Ana, que sin soltar a Laura la apretó contra ella. Angélica lloró, durante largo rato, Ana siguió inmóvil esperando que se calmara en silencio.
Semanas después de la muerte de su esposo Angélica se vio obligada a mudarse con la única familia que le quedaba, su hermana Ana, desde Washington a Kearneysville.
Sin trabajo, viuda con tan solo veintitrés años y una hija de tres, comenzó a buscar ocupación mientras sobrevivían las tres con el pequeño salario de maestra que, por suerte, tenía Ana.
-Me casé joven porque no quería estar sola de vieja- decía sentándose a la mesa y viendo a Laura comer. Ana mantuvo el silencio hasta que Laura terminó y fue a su cuarto a jugar.
-Nadie tiene el futuro comprado Angélica, ¿Cómo íbamos a imaginar algo tan horrible?
-Lo sé Ana, pero lo más difícil es ir explicándole a Laura todo ese cuento de que Dios necesitó a su papá y lo llamó. Phillip no se merecía esto, tenía veintisiete años, y una hija que no va a ver crecer. Dos días antes de que se cayera del tractor hablamos toda la noche de que Laura no debería seguir sola, planeábamos tener otro hijo, no estaba preparado para irse.
-¿Quién lo está a esa edad hermana?
-El odiaba el invierno, no quiero pensar que cuando uno se muere pueda estacionarse en el tiempo y tenga que pasar la eternidad en el invierno
-No digas esas cosas, no tenia porque ser castigado si era un hombre buenísimo Angélica
-Lo único que sé es que ahora estamos solas.
Angélica pasó semanas recorriendo tiendas, almacenes, consultando en casas particulares por si necesitaban empleadas domésticas, llegaba cada día con los pies hinchados, adoloridos, y sin novedades.
Ana le repetía que no tenía porque apurarse, que buscara con calma, le decía todo el tiempo que para ella era un placer tenerlas en su casa, pero Angélica se sentía culpable sin ayudar a su hermana.
Una calurosa tarde de verano, mientras Angélica y Ana tomaban jugo en el fondo de la casa, Laura corrió hacia el pequeño portón. Angélica fue hacia su hija casi corriendo y al llegar encontró a una mujer parada esperando.
Tenía botas amarillas, guantes, el pelo largo rubio recogido y un sombrero, la falda le llegaba a los tobillos y la camisa a cuadros suelta.
-Le señora aplaudía- dijo Laura
-Sí, ve con la tía Ana- Laura corrió hacia su tía sentándose en sus piernas y Angélica se acercó al portón con los ojos entrecerrados por el sol y preguntó a la extraña -¿Qué necesita?
-Mi nombre es Esther, vivo a pocos kilómetros, busco a una chica que se llama Angélica
-Soy yo
-¡Bien!, Sucede que hace pocos meses murió mi mamá, ella era mi socia y ahora no puedo con todo sola. Necesito a alguien que si bien no sepa mucho del tema pueda darme una mano aunque sea para atender a la gente, hacer los paquetes, mantener limpio, yo lo llamaría tareas varias. Comenté esto en la panadería, y el muchacho del mostrador me dijo que usted buscaba algo.
-Claro, si, ¿De qué “tema” da igual si yo sé o no?
-Plantas, flores, árboles, tengo un vivero, es el negocio familiar, mis padres siempre se dedicaron a esto, luego mamá y yo, ahora solo yo. Si usted quiere probar yo puedo pagarle un salario mínimo y porcentaje por ventas, sé que tiene una niña, la puede tener con usted si quiere, no hay muchos peligros, yo me encargaría de podar en todo caso. Los domingos y lunes no trabajamos, ¿Qué le parece?
-Perfecto- dijo Angélica con una gran sonrisa y estiró el brazo, Esther se quitó el guante y le dio la mano.
-Le dejo mi dirección, y la espero el martes a las nueve de la mañana
-Seguro que si
Laura, en el sanatorio con su anciana madre sonríe mientras la escucha
-Y así llegó tía Esther a nuestras vidas
-Sí, hija, vino a salvarnos la vida, gracias al vivero y a su apoyo estás aquí, vivas y viejas- le dice sonriendo
-Ella decía que era mi segunda mamá
-Recuerdo a Ana refunfuñando por eso siempre- comenta entre risas con los ojos mojados.
Angélica sola, parada frente al portón de madera suspira y se frota los brazos, traga saliva y bate las palmas. Esther viene pocos segundos después con una amplia sonrisa, las mismas botas, anchos pantalones desteñidos y otra camisa igual de suelta, le abre la puerta y la invita a pasar.Todo el jardín es el vivero, Angélica va caminando detrás de Esther y mira lo más detalladamente que puede cada rincón. La casa blanca, grande, con puertas de madera luce confortable, y muy antigua-En principio entiendo
Angélica sentada en la cama con las piernas cubiertas se acomoda los lentes, tiene la carpeta verde abierta y sobre estas, desparramadas todas las cartas que contenía, las junta y ordena, sigue buscando y abre nuevamente la carpeta.Con las manos un tanto temblorosas, un poco por sus años, otro poco por los nervios de no encontrar lo que buscaba, abre el cajón de su mesa de noche, ahí ve todas las píldoras que debe tomar a diario, recetas medicas, un par de lapiceras y una libretita, resopla y mete la mano más al fondo y al palpar lo que quería se le dibuja una gran sonrisa. Saca el teléfono móvil y lo pone
-Mira mami, lo que guardaste aquí, es el pusilánime, como le decía tía Esther- dice entre risas y lágrimas Laura dándole una foto donde salen Ana vestida de novia con un hombre alto de bigote y traje oscuro.Era la primavera de 1952. Angélica llevaba unos meses trabajando con Esther, se habían convertido en buenas amigas, la mayoría del tiempo iba sola, pero algunas veces llevaba a Laura que se entretenía mucho ayudando a su madre y hablando con tía Esther.Llovía, hacía calor, y Angélica entró empapada al vivero. Esther la envolvió con una manta y la hizo entrar:
El domingo a la mañana los rayos de sol entran por la ventana y golpean los ojos de Angélica haciéndola despertar. Esther sigue durmiendo mientras ella se levanta, busca su ropa en el suelo, se viste y sube a mirar a Laura que también se encuentra dormida.Va hacia la cocina y comienza a hervir leche, pasa café y escucha pasos, no voltea a mirar, porque sabe que es Esther y esto hace que sus manos tiemblen y la respiración se entre corte-Buenos días ¿Laura aún no despierta?-No- responde con la voz m&aacu
Angélica sigue mirando fotos con Laura en su dormitorio, Laura encuentra una donde sale su padre justamente frente al tractor y se la enseña a su mamá-¿El era mi padre verdad?-Sí, Phillip, ese fue su primer día, ¿Quién iba a pensar que esa cosa iba a terminar con él?-¿Alguna vez lo echaste de menos?-Siempre, toda la vida, ese fue el segundo día que lo vi así de feliz
Angélica se mira en el espejo del baño, se acomoda los anteojos, se acaricia las mejillas arrugadas, se recoge el cabello cano y se hace una especie de rodete, abre un bolsito que está sobre el lavabo y saca un lápiz labial color mate.Se pinta los labios, acentúa, se mira y sonríe-Pensar que tenías una boca que enloqueció a más de un hombre, y llegó a matar a una mujer, mírate ahora, nadie te creería Se mira las manos pecosas, marcadas por los años, las uñas cortas pin
Angélica siguió trabajando en el vivero día a día, cumpliendo con su labor de una forma disciplinada, aprendiendo de Esther, y hasta disfrutando de un trabajo que en principio solo aceptó por necesidad.Laura ya no iba al vivero, su tía la cuidaba a ella y a su hijastro, ya sin trabajar en la escuela, Ana se había convertido en la ama de casa perfecta, la esposa sumisa y callada que Harold había moldeado.Había sido un sábado muy movido, lleno de clientes, ventas, y algunos arreglos para que proveedores vinieran en lugar de que Esther debiera ir cada tanto tiempo a hacer compras. Un sábado agotador.
Las primaveras pasaron, llegaron veranos, las distintas fases lunares fueron testigos de tan mudos como Angélica al dejar la cama de Esther. Los años para Laura llegaron a nueve. Los años nuevos no lograron cambios en la mente de Angélica, ni en su comportamiento. El vivero siguió creciendo y ese otoño a Laura se le ocurrió preparar una fiesta sorpresa para el cumpleaños de tía Ana.Esther las ayudó. Adornaron todo en silencio, Omar, el hijo de Harold, con casi once años, ya era para Laura