La casa estaba más silenciosa que nunca, como si el eco de mis pasos fuera lo único que quedaba después de lo que habíamos vivido. Enrico no estaba. No lo había visto desde la mañana, cuando se había ido con la misma expresión que siempre llevaba: impasible, distante, como si no le importara lo que pasaba a su alrededor. O, tal vez, como si no le importara yo.
Me encontraba en una de las habitaciones de la mansión, recorriendo la biblioteca. Mi mente, llena de preguntas, no encontraba descanso. ¿Quién era realmente Enrico? A veces, en su mirada, podía ver un atisbo de vulnerabilidad, de algo roto que no quería que nadie viera. Pero otras veces, era un hombre tan despiadado que me costaba recordar que una vez fue capaz de acercarse a mí, de decirme que todo estaba bien, de hacerme creer que el amor era algo más que un mito.
No podía ignorar lo que había visto la noche anterior. Mientras él se vestía, había notado algo en su espalda. Una cicatriz grande, fea, como si algo o alguien hubiera dejado una marca en su piel, algo que había estado allí durante mucho tiempo. Era la marca de un pasado que no quería revelar. Y, sin embargo, había algo en su expresión cuando me vio mirarla. Como si me desafiara a preguntar, pero también me advirtiera que no debía hacerlo.
Había que entender, o al menos aceptarlo: la mafia no deja de existir, no desaparece, no se olvida. Y si Enrico tenía un pasado lleno de sombras, esas sombras también me rodeaban a mí. El matrimonio, por más que me doliera admitirlo, no era lo que yo pensaba que sería. Y él, con su aura de misterio y poder, tampoco lo era. La situación se estaba tornando más complicada de lo que imaginé. Algo se ocultaba en su mirada, algo que no quería compartir. Y yo, atrapada en su mundo, no podía hacer más que seguir la corriente. O morir en el intento.
Pasaron unas horas antes de que decidiera investigar. Había cosas que no podía ignorar. Cosas que necesitaba entender para tomar decisiones. Pero la duda, esa maldita duda, no me dejaba tranquila. ¿Sería capaz de descubrir algo que cambiara todo entre nosotros?
Mis manos temblaron ligeramente mientras abría uno de los cajones de su escritorio. Estaba sola. Y esa era mi oportunidad. Sabía que no debía invadir su espacio, pero la curiosidad me estaba matando. ¿Qué tan oscuro era el pasado de Enrico? ¿Qué secretos no quería que descubriera?
Me detuve cuando encontré un sobre negro, con el nombre de mi familia escrito en él. Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué demonios era esto? No tenía tiempo para dudar. Abrí el sobre con manos temblorosas, y lo que encontré dentro me dejó sin aliento.
Una fotografía en blanco y negro, amarillenta con el paso del tiempo. En ella, una figura familiar se encontraba al lado de Enrico. Mi padre. ¿Cómo era posible? ¿Por qué estaba mi padre en una fotografía con él? Y, lo más inquietante de todo, ¿por qué ninguno de los dos parecía sonreír? Sus rostros eran duros, serios, casi como si estuvieran atrapados en algo más grande que ellos. El peso de la mafia, tal vez.
—Sofía... —la voz de Enrico me hizo saltar, y el sobre se me resbaló de las manos, cayendo al suelo. Me giré rápidamente, encontrándolo en la puerta de la habitación. Su mirada era impenetrable, como siempre, pero algo en su postura me hizo sentir como si hubiera estado observando todo el tiempo.
—¿Qué estás haciendo? —su tono no era el de un hombre enfadado, pero había algo en él que me hizo tragar saliva. La intimidación estaba allí, clara, como un vicio que él no podía evitar.
Mi mente se agitó, pero logré mantener la calma. No podía dejar que supiera lo que acababa de descubrir.
—Solo estaba mirando —mentí, recogiendo el sobre del suelo, sin poder mirarlo a los ojos. Sabía que no me creería. No tenía sentido tratar de ocultar lo que ya había visto.
Pero Enrico no reaccionó de inmediato. Su mirada se fijó en la fotografía que todavía sostenía en las manos. Algo cambió en su rostro. Un destello de emoción pasó fugazmente por sus ojos, pero desapareció tan rápido que me hizo preguntarme si lo había imaginado.
—Ese es un asunto que no te concierne —dijo con voz baja, casi susurrante, mientras avanzaba hacia mí. Sentí la tensión en el aire. Podía ver que la situación se estaba tornando peligrosa, pero no sabía cómo salir de ella sin que todo se desmoronara.
—Mi familia no tiene nada que ver con esto —dije, intentando recuperar el control. Mis palabras sonaron vacías, incluso para mí. La verdad era que mi familia sí tenía algo que ver con la mafia, con Enrico. Y había algo en esa fotografía que me decía que el futuro de mi familia y el suyo ya estaban entrelazados mucho antes de que yo llegara a su vida.
Su mirada era tan intensa que me costaba respirar. Estaba cerca, demasiado cerca, y su proximidad me hacía sentir como si mi cuerpo fuera incapaz de tomar decisiones por sí mismo. Mi mente gritaba que debía apartarme, pero mi corazón no podía.
—No te engañes —susurró, tomando la fotografía de mis manos con una suavidad que no concordaba con el peligro que había en su tono. Se la guardó en el bolsillo con un movimiento brusco, como si lo que había hecho fuera algo completamente normal—. No eres solo una esposa. Eres parte de algo mucho más grande. Y ahora, debes entender que no hay vuelta atrás.
El silencio se instaló entre nosotros, pesado y denso. Quería decir algo, pero las palabras se me atoraban en la garganta. Él me estaba dejando claro que ya no había forma de escapar de su mundo. No solo porque estuviera casada con él, sino porque, de alguna manera, también era una prisionera de su destino.
No sabía si eso me aterraba o si me excitaba.
La tensión no terminó ahí. Un golpe a la puerta interrumpió lo que parecía ser una conversación suspendida en el aire. Me giré, y vi a uno de los hombres de Enrico, un tal Luca, entrar rápidamente. Su rostro estaba tenso, y algo en sus ojos me dijo que las cosas no iban bien.
—Tenemos un problema —dijo Luca, mirando a Enrico. Las palabras estaban cargadas de peligro, y mi instinto me dijo que algo importante estaba por suceder. Enrico no dudó ni un segundo. Se acercó a mí, y en un gesto que no esperaba, me tomó de la mano con firmeza.
—Vas a venir conmigo —ordenó. No había espacio para preguntas.
El miedo se apoderó de mí por un segundo. ¿Qué estaba pasando? ¿A dónde me llevaba?
—¿Qué está pasando? —pregunté, intentando recuperar el control, aunque sabía que ya no podía controlarlo todo.
Enrico no respondió. Solo me miró, y en su mirada vi algo que no podía negar. Algo protector, pero también posesivo. Algo que no había visto nunca antes en él.
Mi corazón latía con fuerza mientras me dejaba arrastrar, sabiendo que no había vuelta atrás.
El peligro ya estaba aquí. Y tal vez, solo tal vez, había algo más que desconfianza en sus ojos. Algo que aún no quería admitir, pero que empezaba a sospechar.
Cuando estábamos a punto de salir de la biblioteca, Enrico se detuvo un segundo. Me miró de reojo, como si dudara por un instante si decir lo que estaba en su mente. Finalmente, lo hizo.
—No confíes en nadie, Sofía. —Su voz era grave, más baja que un susurro—. Ni siquiera en los muertos.
Me sacó de la mansión sin decir una sola palabra. Solo se presentó en la puerta de mi habitación con esa expresión de mármol que tan bien sabe llevar, como si le hubieran enseñado a nacer sin emociones. Enrico Moretti, mi esposo por contrato y por condena, no era el tipo de hombre que explicaba sus acciones. Las ejecutaba, y si tenías suerte, te enterabas después.Ni siquiera tuve tiempo de cambiarme. Solo tomé un abrigo, mis botas y ese bolso que llevo a todas partes —no por costumbre, sino porque me da una falsa sensación de control. Como si tener mis cosas cerca pudiera darme un poquito de poder frente a este gigante que maneja mi vida.Subimos al auto negro. Él al volante, por supuesto. A su lado, yo. Como una prisionera bien vestida.Durante los primeros diez minutos, el silencio entre nosotros fue tan espeso que podría haberse cortado con un cuchillo. Él conducía como si su vida dependiera de llegar a algún lugar antes de que se cerrara una puerta invisible. Tenso. Con la mandíb
La casa parecía demasiado tranquila.Ese tipo de tranquilidad que esconde secretos bajo las alfombras y fantasmas en los marcos de las puertas.Una cabaña rústica, perdida en medio de la nada, con las ventanas polvorientas y los muebles cubiertos por sábanas blancas que ondulaban como espectros al paso del viento.Apenas crucé la entrada, una punzada de incomodidad se instaló en mi pecho.No era miedo.Era algo más sutil, más traicionero.Como cuando entras a una habitación donde sabes que alguien estuvo llorando, aunque no lo veas. O cuando hueles perfume en una camiseta que no es tuya.—
Me quedé congelada frente al ventanal, apenas respirando.La figura seguía allí, inmóvil entre los árboles, como parte del paisaje. Pero yo sabía que no era una ilusión óptica. No era un truco de la luz o una rama mal colocada. Era alguien. Alguien que me miraba con la tranquilidad escalofriante de quien no tiene prisa… porque ya te tiene.Una brisa suave recorrió mi nuca, deslizándose bajo la camisa. Me estremecí.La casa estaba sellada, lejos de todo. O eso me había dicho Enrico.Pero entonces, ¿por qué sentía que estábamos rodeados?Me giré despacio, buscando cualquier indicio de que no estaba perdien
El amanecer se coló por las ventanas con la sutileza de un ladrón. Esa luz tenue que debería haber traído consuelo solo sirvió para iluminar mi insomnio. Llevaba toda la noche despierta, envuelta en una manta que no abrigaba nada. Solo me quedaba el calor residual de las preguntas sin respuesta y el maldito eco de su voz en mi cabeza.“No tienes idea del fuego que estás tocando”, había dicho Enrico.Y tenía razón.Porque ardía.Ardía por dentro. De rabia. De miedo. De esa atracción inexplicable que me hervía bajo la piel cada vez que él estaba cerca.Y como si el uni
La caligrafía de mi padre baila ante mis ojos, tinta negra y apurada, como si cada palabra le pesara más que la anterior. La hoja está arrugada en las esquinas, manchada en un borde con lo que no quiero saber si es café... o sangre seca. La carta no tiene saludo, solo una fecha: tres días antes de que lo encontraran muerto en su oficina, con la pistola en la mano y la reputación en ruinas."Sofía, si estás leyendo esto, entonces el precio fue más alto del que imaginé. No me queda tiempo, pero debes saber que la libertad que siempre quise para ti tiene un costo. Hay deudas de sangre que no se pueden borrar, traiciones que aún respiran en esta casa. Tienes que ser fuerte, incluso cuando yo no pueda protegerte. Enrico sabe más de lo que dice. Él también es part
Lo encontré de nuevo, allí, en el fondo del cajón, tan palpable como las palabras que mi padre me dejó. Pero esta vez no era solo una carta. No era solo el eco de una historia que me había sido contada en fragmentos. Esta vez, había algo más. Algo mucho más cerca de lo que temía encontrar.La segunda carta era una misiva de palabras incompletas, como si algo más grande se estuviera cocinando, y había sido detenido, interrumpido, borrado. Pero aún así, allí estaba: la última voluntad de un hombre que nunca imaginé que traicionaría sus promesas.Cuando la dejé sobre la mesa, frente a Enrico, vi el cambio inmediato en su rostro. Algo oscuro se desplomó sobre él, algo tan imponente que sentí que la
Soy Sofía Moretti. Mi vida antes de esa llamada telefónica, antes de que el mundo que creía conocer se derrumbara, era… simple. Dentro de los límites de este mundo en el que estaba atrapada, claro está.Crecí rodeada de lujo, sí. Los salones del castillo, las joyas, la ropa, los autos, todo eso. Pero también había un silencio. Uno pesado, asfixiante, que te dejaba claro que no importaba lo que tuvieras, tu libertad estaba siempre en juego. Porque si eres la esposa del jefe, el mundo tiene una manera muy cruel de recordarte que, aunque vivas rodeada de opulencia, jamás serás libre. No tienes voz. No tienes voto. Solo debes cumplir con tu papel, ser la esposa perfecta del capo, la mujer que sonríe mientras los demás luchan y se matan por lo que él manda.Lorenzo Moretti era un hombre que imponía respeto, miedo, admiración. Era el líder de la mafia italiana, el hombre que todos temían y que, de alguna manera, me había elegido a mí como su esposa. A veces me preguntaba si había sido una e
Es extraño cómo los días pueden transformarse en siglos cuando el miedo y la incertidumbre se entrelazan en cada uno de ellos. Hoy, por ejemplo, debería haber sido el día más feliz de mi vida. Era el día que tantas mujeres soñaban con vivir, pero no para mí. Mi boda, el supuesto inicio de un nuevo capítulo, no era más que una condena disfrazada de celebración.El vestido de novia estaba puesto sobre mi cuerpo como una coraza, una tela blanca que, aunque hermosa, me oprimía. El reflejo en el espejo me mostró una mujer que ya no se reconocía, alguien que apenas podía mirar de frente a la persona que estaba a punto de convertirse en su esposo. No sentía emoción alguna al ver mi imagen, solo una profunda desconexión de todo lo que había conocido antes.No había flores, ni música alegre, ni sonrisas cómplices. Sólo había un vacío, una frialdad palpable en el aire. Los asistentes miraban, observaban, pero no sentían. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de lo que estaba a punto de suce