Es extraño cómo los días pueden transformarse en siglos cuando el miedo y la incertidumbre se entrelazan en cada uno de ellos. Hoy, por ejemplo, debería haber sido el día más feliz de mi vida. Era el día que tantas mujeres soñaban con vivir, pero no para mí. Mi boda, el supuesto inicio de un nuevo capítulo, no era más que una condena disfrazada de celebración.
El vestido de novia estaba puesto sobre mi cuerpo como una coraza, una tela blanca que, aunque hermosa, me oprimía. El reflejo en el espejo me mostró una mujer que ya no se reconocía, alguien que apenas podía mirar de frente a la persona que estaba a punto de convertirse en su esposo. No sentía emoción alguna al ver mi imagen, solo una profunda desconexión de todo lo que había conocido antes.
No había flores, ni música alegre, ni sonrisas cómplices. Sólo había un vacío, una frialdad palpable en el aire. Los asistentes miraban, observaban, pero no sentían. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de lo que estaba a punto de suceder. ¿Cómo podrían saberlo? Nadie más que Enrico y yo sabíamos lo que significaba realmente este día. El anillo que recibiría, el mismo que me marcaría para siempre, era un símbolo de traición, no de amor. Y sin embargo, aquí estaba, atrapada en la jaula dorada que había sido mi vida desde la muerte de Lorenzo.
El sacerdote recitaba las palabras, y yo sentía cómo mi mente se nublaba, cómo cada sí que pronunciaba me acercaba más a algo que no quería. Cuando mi mano fue tomada por Enrico, no pude evitar un escalofrío. Su toque era firme, controlado, tan distante como su mirada. En ese instante, sentí cómo el peso de lo que estaba por venir caía sobre mí, y lo odié.
"Te casaste con él, Sofía", me repetí en mi cabeza una y otra vez, pero las palabras se desvanecían sin sentido, como si nunca las hubiera dicho.
La ceremonia transcurrió sin sorpresas. Apenas un par de horas después, ya me encontraba en el coche, rumbo a una nueva vida, una vida con Enrico. Él a mi lado, en silencio, su rostro impasible como siempre. Ninguna palabra de consuelo, ninguna promesa de que las cosas mejorarían. Sólo el ruido del motor y el sonido del viento chocando contra las ventanas. Enrico me había dado su ultimátum, y yo, sin opción, lo había aceptado.
La casa, la misma mansión que Lorenzo había dejado atrás, se sentía aún más vacía sin él. Las paredes que antes vibraban con la energía de su presencia, ahora eran testigos mudos de una historia rota. Enrico y yo estábamos atrapados en una mentira, pero la diferencia entre él y yo era clara: mientras yo tenía miedo, él tenía control.
La primera noche que pasamos juntos, como marido y mujer, no fue nada como lo había soñado. No hubo caricias, no hubo pasión. Sólo un frío insoportable que llenaba la habitación. Enrico se acostó en su lado de la cama, sin ni siquiera mirarme, y me quedé allí, mirando al techo, esperando que el tiempo pasara más rápido. La soledad que sentí en ese momento fue aún más profunda que la que había experimentado en los días previos a la boda.
Al día siguiente, Enrico apenas me dirigió la palabra. Pasó el día en su despacho, y yo, como una sombra, me deslicé por la mansión, sin saber qué hacer, sin saber cómo adaptarme a este nuevo mundo en el que ahora vivía. Había perdido a Lorenzo, había perdido el control de mi vida, y ahora, todo estaba en manos de Enrico. Pero ¿quién era él? ¿Qué quería de mí?
La respuesta nunca fue clara, pero una cosa estaba segura: él no me quería, al menos no de la manera en la que yo había soñado ser deseada alguna vez. A veces me encontraba a mí misma mirándolo desde lejos, tratando de entenderlo, tratando de buscar alguna chispa de humanidad en esos ojos fríos y calculadores. Pero no había nada. Nada más que la máquina imparable que lo había convertido en el hombre que era ahora.
El tiempo pasó y, a pesar de estar viviendo bajo el mismo techo, nuestra relación se mantenía completamente distante. Enrico me ignoraba en la mayoría de las ocasiones. Él se ocupaba de los negocios, y yo me ocupaba de no hacer nada que pudiera molestarle. La mafia, por supuesto, no se detenía, y los ecos de la muerte de Lorenzo seguían reverberando, sacudiendo las bases de todo lo que conocíamos. Los clanes rivales comenzaban a mover piezas, y las tensiones se estaban acumulando de una manera que ni siquiera Enrico podía controlar.
Fue en una de esas largas noches, mientras yo caminaba de un lado a otro, tratando de encontrar algún sentido a todo, cuando Enrico decidió romper el silencio.
—Sofía, ven aquí —dijo desde su escritorio, sin mirarme.
Mi corazón dio un vuelco, pero lo hice. No podía hacer otra cosa. Me acerqué lentamente, sin saber qué esperar. Cuando me detuve frente a él, él levantó la vista por primera vez en horas. Sus ojos eran oscuros, tensos, y había algo en su mirada que me hizo estremecerme. Sabía que algo importante estaba por salir de su boca, algo que cambiaría las reglas del juego entre nosotros.
—Tu esposo no murió por un simple asesinato —comenzó, y mi estómago dio un vuelco. Sus palabras fueron como una descarga eléctrica. —La muerte de Lorenzo fue planeada. Fue una traición interna.
Mi mente se congeló. Las palabras flotaron en el aire, pesadas, como si estuvieran desmoronando todo lo que creía saber sobre la mafia y sobre mi esposo.
—¿Qué estás diciendo? —mi voz salió temblorosa, casi inaudible. —¿Quién lo traicionó?
Enrico se levantó de su silla y comenzó a caminar hacia la ventana, con las manos atrás, como si estuviera considerando cómo contarme algo aún más doloroso.
—No te conviene saberlo. Pero si quieres sobrevivir en este mundo, Sofía, necesitas entender que nadie, ni siquiera Lorenzo, estaba libre de enemigos. El hombre que confíes podría ser el primero en apuñalarte por la espalda.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Las palabras de Enrico eran claras: nada en mi vida era lo que parecía ser. Todo lo que había creído sobre el amor, sobre la lealtad, había sido una mentira. La mafia no solo te quitaba la vida, te quitaba la dignidad, el alma misma.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, me encontré mirando mi mano, la que ahora lucía el anillo de la traición. Un simple anillo de oro, pero que representaba todo lo que había perdido. El amor que nunca tuve, la vida que nunca viviría, y el futuro incierto que me esperaba junto a un hombre que no quería nada de mí.
Mi respiración se aceleró, y la ansiedad me envolvió. Intenté acercarme a Enrico en el silencio de la noche, pero él me rechazó sin miramientos.
—No lo hagas, Sofía —dijo con frialdad, sin mover un músculo.
Y así, me quedé sola. De nuevo. La soledad era mi única compañía en este mundo de sombras.
No había nada en la oscuridad de la habitación que pudiera consolarme. La cama, enorme y fría, parecía un pozo sin fondo. El aire estaba cargado de una tensión palpable, una tensión que no solo provenía de la guerra inminente entre los clanes mafiosos, sino de la batalla interna que libraba en mi mente.
Estaba atrapada en un matrimonio que no había elegido. No era solo una jaula dorada, sino una celda, una prisión emocional de la que no podía escapar. Enrico estaba tan cerca y, sin embargo, tan distante. Cada vez que intentaba acercarme a él, cada vez que intentaba ver algo más allá de su fachada de hielo, él me rechazaba con una frialdad que me cortaba el aliento.
No había consuelo, no había comprensión. El anillo que brillaba en mi dedo me recordaba a cada instante que no era libre, que mi vida ya no era mía. Y lo peor de todo era que el hombre que llevaba mi vida en sus manos ni siquiera parecía preocuparse por ella.
El sonido de sus pasos resonó por el pasillo, y mi corazón dio un vuelco. Enrico, como siempre, se movía con una quietud peligrosa, como si no tuviera prisa por nada, como si todo estuviera bajo su control. Su sombra apareció en el umbral de la puerta, y una vez más, me encontré con sus ojos, esos ojos oscuros que no transmitían emoción alguna.
—Sofía —dijo, con la voz grave que tanto me helaba—. Te he dicho que te quedes en la mansión. La situación es peligrosa.
Estaba agotada, tanto física como emocionalmente. La tensión que respiraba en cada rincón de la mansión me estaba asfixiando. Todos sabían que Lorenzo había muerto, pero nadie sabía por qué. Nadie parecía tener una respuesta, solo preguntas sin fin. Y aunque mi mente trataba de encontrar algo, algo que me diera respuestas, la verdad seguía siendo esquiva.
—¿Y qué pasa si me niego? —pregunté, un filo de sarcasmo en mi voz, aunque sabía que no tenía poder alguno. Mi voz sonó más desafiante de lo que realmente me sentía, pero esa era la única forma que tenía de mantenerme a flote.
Enrico no pareció sorprenderse. Solo me miró fijamente, como si estudiara cada una de mis palabras, cada gesto.
—La vida no es un juego, Sofía —respondió sin ningún asomo de emoción. Su tono era grave, autoritario. Un hombre acostumbrado a que todos lo escucharan, a que nadie se atreviera a desafiarlo. —Lo que está en juego aquí es más grande que nosotros.
Me incliné hacia atrás, desbordada por la sensación de impotencia que me rodeaba. No quería estar aquí. No quería ser una pieza en su ajedrez, pero no podía escapar. La vida me había dejado atrapada entre dos mundos: el pasado que se desmoronaba y el futuro incierto con Enrico, un hombre al que no entendía, al que no quería entender.
—¿Y qué más? —pregunté con un suspiro, como si quisiera desafiarlo, como si fuera capaz de desafiarlo. Pero sabía que no lo estaba. Mi mundo había quedado reducido a estas paredes. Todo lo que había conocido había desaparecido con Lorenzo.
Enrico, sin embargo, parecía no inmutarse. Su rostro seguía inquebrantable. Se acercó un paso, con esa calma casi inquietante que siempre lo acompañaba.
—Te dije que te quedaras aquí —su voz era suave, pero sus palabras cargadas de un peso que hacía que mi pecho se apretara. —No hay salida, Sofía. El anillo que llevas en el dedo no es solo un símbolo de matrimonio. Es un recordatorio. Lo aceptaste, lo elegiste. Y ahora estás aquí, bajo mi protección.
Mi respiración se aceleró. Podía sentir la angustia formándose en mi pecho, un nudo que crecía con cada palabra suya. La frialdad de sus palabras se instaló en mi garganta, helándome desde dentro. La verdad, esa maldita verdad, era que no tenía salida. Lo sabía. Y la desesperación, esa sensación de estar atrapada, me consumía lentamente.
La atracción que había sentido por Enrico al principio parecía ahora una broma cruel. Ahora solo veía a un hombre de hielo, un hombre sin compasión, que no dudaba en recordarme lo que había perdido. Él no era Lorenzo, no tenía la dulzura que había llegado a amar, ni la pasión. Era un hombre de poder, de reglas frías y calculadas, y yo no era más que un peón en su tablero.
Pero mientras Enrico permanecía en la puerta, algo en su mirada cambió, aunque solo por un segundo. Un destello de duda. De inseguridad. Y eso, en este mundo, era una debilidad peligrosa. No pude evitar preguntarme si, en algún rincón de su alma, aún había algo de humanidad. Algo que lo hacía más que una máquina de destrucción. Algo que podía usar para encontrar mi libertad, aunque fuera un mínimo resquicio.
—Sofía... —su tono cambió, por fin, cuando vio la expresión de confusión en mi rostro—. Lo que sucedió con Lorenzo fue solo el comienzo. No te engañes. No estás a salvo aquí. La traición se está cociendo desde dentro, y tú estás en el centro de todo esto.
Sus palabras me golpearon como una ola de frío. Traición interna. ¿Quién? ¿Cómo? Las preguntas giraban en mi cabeza, pero no tuve el valor de formularlas en voz alta. No quería escuchar lo que sabía que él podía decirme.
Enrico pasó cerca de mí, sin mirarme, y sentí su presencia como una sombra que me envolvía. La tensión era densa, y aunque no me tocó, su proximidad me hizo sentir más vulnerable, más expuesta que nunca. En ese momento, me di cuenta de algo: él sabía cosas que yo no sabía. Y esa diferencia de poder me aterraba.
Al final, se detuvo frente a la ventana, mirando hacia el horizonte. En su espalda, sentí una pesada indiferencia. La imagen de Enrico, solo, firme, me atravesó con una claridad dolorosa.
—Necesitas entender, Sofía —dijo sin volverse hacia mí—. Esta vida no es sobre lo que quieres. Es sobre lo que puedes sobrevivir. Y si no estás dispuesta a hacer lo que sea necesario, este matrimonio no tiene sentido.
El golpe de sus palabras resonó en mi pecho. ¿Sobrevivir? ¿Eso era lo que mi vida se había convertido? La sobrevivencia en una guerra que ni siquiera había comenzado del todo. El miedo se apoderó de mí una vez más, pero también, por alguna razón, una parte de mí sintió una chispa de determinación.
Tal vez la pregunta no era cómo escapar de esta prisión, sino cómo jugar mis cartas en este juego despiadado. Si Enrico estaba dispuesto a jugar su parte con reglas tan crueles, entonces yo también lo haría.
Sin embargo, no lo iba a hacer por él. Lo haría por mí.
Con esa resolución en mente, me acerqué a la ventana, colocándome junto a él. Él no dijo nada. No me miró. Y eso, en su silencio, hablaba más que mil palabras.
La mansión que nos rodeaba era un laberinto de sombras, y yo me encontraba atrapada en su centro, pero una pequeña llama de rabia comenzó a arder en mi interior. Tal vez no podía salir de esta vida ahora, pero no iba a quedarme sentada esperando que me destruyeran.
Me miró de reojo, pero no dijo nada más. Su indiferencia era la que me aterraba. Pero la verdad era que no quería ser una víctima más en este juego de traición. Yo, Sofía Moretti, también tenía un poder. Y tarde o temprano, se daría cuenta.
Aunque no lo creyera, este matrimonio tenía el potencial de ser mucho más que una condena. Tenía el potencial de ser una revolución silenciosa. Una en la que nadie, ni siquiera Enrico, podría prever el resultado.
El brillo metálico del anillo en mi dedo no me dejaba respirar. Cada vez que lo veía, lo sentía como un peso sobre mi pecho, una cadena invisible que me ataba más fuerte de lo que podría imaginar. ¿Ser la esposa de un hombre como Enrico? No sabía si era un sueño o una pesadilla, y lo peor era que, a medida que pasaba el tiempo, las dos opciones empezaban a mezclarse en mi mente.Enrico no era solo mi esposo. Era mi protector y mi carcelero, y en su mirada fría y calculadora, yo era nada más que una pieza en su juego. No me importaba lo que él pensara de mí; lo que me aterraba era el profundo abismo en el que me había lanzado, un lugar donde el poder lo controlaba todo y yo no tenía más que una delgada línea entre la supervivencia y la destrucción.En las primeras semanas, intenté evadir la creciente atracción que sentía por él. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía una chispa de algo peligroso. Quizás era el poder que irradiaba, o tal vez algo mucho más oscuro y tentador.
La casa estaba más silenciosa que nunca, como si el eco de mis pasos fuera lo único que quedaba después de lo que habíamos vivido. Enrico no estaba. No lo había visto desde la mañana, cuando se había ido con la misma expresión que siempre llevaba: impasible, distante, como si no le importara lo que pasaba a su alrededor. O, tal vez, como si no le importara yo.Me encontraba en una de las habitaciones de la mansión, recorriendo la biblioteca. Mi mente, llena de preguntas, no encontraba descanso. ¿Quién era realmente Enrico? A veces, en su mirada, podía ver un atisbo de vulnerabilidad, de algo roto que no quería que nadie viera. Pero otras veces, era un hombre tan despiadado que me costaba recordar que una vez fue capaz de acercarse a mí, de decirme que todo estaba bien, de hacerme creer que el amor era algo más que un mito.No podía ignorar lo que había visto la noche anterior. Mientras él se vestía, había notado algo en su espalda. Una cicatriz grande, fea, como si algo o alguien hubi
Me sacó de la mansión sin decir una sola palabra. Solo se presentó en la puerta de mi habitación con esa expresión de mármol que tan bien sabe llevar, como si le hubieran enseñado a nacer sin emociones. Enrico Moretti, mi esposo por contrato y por condena, no era el tipo de hombre que explicaba sus acciones. Las ejecutaba, y si tenías suerte, te enterabas después.Ni siquiera tuve tiempo de cambiarme. Solo tomé un abrigo, mis botas y ese bolso que llevo a todas partes —no por costumbre, sino porque me da una falsa sensación de control. Como si tener mis cosas cerca pudiera darme un poquito de poder frente a este gigante que maneja mi vida.Subimos al auto negro. Él al volante, por supuesto. A su lado, yo. Como una prisionera bien vestida.Durante los primeros diez minutos, el silencio entre nosotros fue tan espeso que podría haberse cortado con un cuchillo. Él conducía como si su vida dependiera de llegar a algún lugar antes de que se cerrara una puerta invisible. Tenso. Con la mandíb
La casa parecía demasiado tranquila.Ese tipo de tranquilidad que esconde secretos bajo las alfombras y fantasmas en los marcos de las puertas.Una cabaña rústica, perdida en medio de la nada, con las ventanas polvorientas y los muebles cubiertos por sábanas blancas que ondulaban como espectros al paso del viento.Apenas crucé la entrada, una punzada de incomodidad se instaló en mi pecho.No era miedo.Era algo más sutil, más traicionero.Como cuando entras a una habitación donde sabes que alguien estuvo llorando, aunque no lo veas. O cuando hueles perfume en una camiseta que no es tuya.—
Me quedé congelada frente al ventanal, apenas respirando.La figura seguía allí, inmóvil entre los árboles, como parte del paisaje. Pero yo sabía que no era una ilusión óptica. No era un truco de la luz o una rama mal colocada. Era alguien. Alguien que me miraba con la tranquilidad escalofriante de quien no tiene prisa… porque ya te tiene.Una brisa suave recorrió mi nuca, deslizándose bajo la camisa. Me estremecí.La casa estaba sellada, lejos de todo. O eso me había dicho Enrico.Pero entonces, ¿por qué sentía que estábamos rodeados?Me giré despacio, buscando cualquier indicio de que no estaba perdien
El amanecer se coló por las ventanas con la sutileza de un ladrón. Esa luz tenue que debería haber traído consuelo solo sirvió para iluminar mi insomnio. Llevaba toda la noche despierta, envuelta en una manta que no abrigaba nada. Solo me quedaba el calor residual de las preguntas sin respuesta y el maldito eco de su voz en mi cabeza.“No tienes idea del fuego que estás tocando”, había dicho Enrico.Y tenía razón.Porque ardía.Ardía por dentro. De rabia. De miedo. De esa atracción inexplicable que me hervía bajo la piel cada vez que él estaba cerca.Y como si el uni
La caligrafía de mi padre baila ante mis ojos, tinta negra y apurada, como si cada palabra le pesara más que la anterior. La hoja está arrugada en las esquinas, manchada en un borde con lo que no quiero saber si es café... o sangre seca. La carta no tiene saludo, solo una fecha: tres días antes de que lo encontraran muerto en su oficina, con la pistola en la mano y la reputación en ruinas."Sofía, si estás leyendo esto, entonces el precio fue más alto del que imaginé. No me queda tiempo, pero debes saber que la libertad que siempre quise para ti tiene un costo. Hay deudas de sangre que no se pueden borrar, traiciones que aún respiran en esta casa. Tienes que ser fuerte, incluso cuando yo no pueda protegerte. Enrico sabe más de lo que dice. Él también es part
Lo encontré de nuevo, allí, en el fondo del cajón, tan palpable como las palabras que mi padre me dejó. Pero esta vez no era solo una carta. No era solo el eco de una historia que me había sido contada en fragmentos. Esta vez, había algo más. Algo mucho más cerca de lo que temía encontrar.La segunda carta era una misiva de palabras incompletas, como si algo más grande se estuviera cocinando, y había sido detenido, interrumpido, borrado. Pero aún así, allí estaba: la última voluntad de un hombre que nunca imaginé que traicionaría sus promesas.Cuando la dejé sobre la mesa, frente a Enrico, vi el cambio inmediato en su rostro. Algo oscuro se desplomó sobre él, algo tan imponente que sentí que la