Después de terminar su whisky, Felipe se dirigió a su oficina, cerrando la puerta con fuerza detrás de él. Dana lo observó desde el pasillo, asegurándose de que no la viera. Sabía que estaba furioso, y sabía que esa furia podía llevarlo a cometer errores. Pero también sabía que Felipe era peligroso cuando estaba acorralado. Tenía que tener cuidado.
Dentro de la oficina, Felipe comenzó a hacer llamadas, una tras otra. Ordenó a sus hombres que investigaran cada detalle de lo ocurrido, que interrogaran a todos los involucrados, que no dejaran piedra sin mover. Su voz era un rugido constante, lleno de ira y frustración.
—Quiero respuestas, ¿me oíste? —gritó en una de las llamadas—. No me importa cómo lo hagas, pero quiero saber quién fue. Y cuando lo sepas, tráemelo. Quiero manejar esto personalmente.
Dana escuchaba desde el pasillo, con el corazón latiendo rápidamente en su pecho. Sabía que Felipe no descansaría hasta encontrar al responsable. Y aunque había tomado
Bolo observaba la escena desde su posición, tratando de mantener la calma. Pero por dentro, estaba temblando. Sabía que Felipe tenía razón. Alguien había filtrado información, y aunque él no había sido directamente responsable, no podía ignorar el hecho de que había insistido en que el cargamento se moviera. Había presionado a Felipe, había asegurado que todo estaba bajo control. Y ahora, el cargamento estaba perdido.Peor aún, el cargamento que Felipe había supervisado personalmente había llegado a salvo. Eso hacía que la pérdida del otro cargamento fuera aún más humillante. Bolo sabía que Felipe estaba haciendo conexiones en su mente, que estaba buscando culpables. Y sabía que, tarde o temprano, la atención de Felipe se centraría en él.Felipe se giró lentamente, mirando a cada uno de los hombres en la sala. Su mirada era como un cuchillo, cortante y peligrosa.—Escuchen bien —dijo, con una voz baja pero llena de veneno—. Si descubro que alguno de ustedes tuvo
Mientras continuaban comiendo en silencio, la mente de Felipe seguía trabajando. Algo no encajaba. No podía precisar qué era, pero había algo en el comportamiento de Dana que lo inquietaba. Había notado pequeños detalles, cosas que antes había pasado por alto. Como la forma en que parecía estar siempre presente cuando él regresaba tarde, como si lo estuviera esperando. O la forma en que sus respuestas siempre eran perfectas, demasiado perfectas.Felipe no era un hombre que confiara fácilmente, y aunque Dana había sido su compañera durante años, ahora comenzaba a cuestionar todo. La pérdida del cargamento lo había puesto en un estado de alerta máxima, y su mente buscaba conexiones en todas partes. Sabía que alguien lo había traicionado, y aunque no quería creer que Dana pudiera ser esa persona, la duda estaba ahí, creciendo lentamente.Dana, por su parte, sabía que el tiempo no estaba de su lado. Felipe era un hombre inteligente, metódico, y si comenzaba a sospechar de
—Firma esto —dijo, empujándole un papel hacia ella.Dana tomó el documento, pero no lo miró de inmediato. En cambio, se inclinó ligeramente hacia adelante, asegurándose de que su presencia llenara el espacio. Felipe levantó la vista de nuevo, y esta vez no pudo evitar mirarla con más atención.—Últimamente, has cambiado tu estilo —comentó, con un tono que no era del todo neutral—. Parece que ahora tienes gustos muy altos. Siempre sabes qué ponerte.Dana sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Sabía que Felipe estaba probándola, buscando cualquier indicio de falsedad en su comportamiento.—Siempre he sido así —respondió con calma—. ¿Acaso lo has olvidado? Recuerda de dónde vengo, Felipe. Soy militar. Lo que sea que me ponga me queda bien, gracias a los años de entrenamiento y disciplina.Felipe sonrió por primera vez en días, aunque fue una sonrisa breve y cargada de algo más que simple diversión. Había algo en Dana que lo intrigaba, algo que n
Dana estaba sentada en el borde de la cama, con el teléfono en la mano, esperando pacientemente a que la línea segura se conectara. Había tomado todas las precauciones necesarias: el dispositivo estaba encriptado y el canal era imposible de rastrear. Felipe era inteligente, pero incluso él tendría problemas para interceptar esta llamada. Cuando finalmente escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea, una mezcla de alivio y preocupación la invadió.—Mamá, soy yo —dijo en un susurro, asegurándose de que la puerta estuviera cerrada.—Dana, ¿qué está pasando? —respondió la voz firme de su madre, una mujer acostumbrada a lidiar con crisis, una exmilitar como su hija, pero con más experiencia y cicatrices que contar.Dana suspiró, pasando una mano por su cabello. No había tiempo para rodeos.—Felipe está sospechando. No sé cuánto tiempo más podré mantenerlo distraído. Necesito que me ayudes a asegurarme de que no encuentre nada.Hubo un silencio a
Dana se quedó en la entrada de la casa, observando cómo Felipe desaparecía en su oficina. La tensión en el aire era palpable, y sabía que el tiempo se estaba acabando. Tenía que actuar rápido si quería mantener el control de la situación.Una vez que estuvo segura de que Felipe estaba ocupado, Dana sacó su teléfono y marcó el número de Cairo. Necesitaba asegurarse de que él estuviera al tanto de lo que había sucedido y de los próximos pasos a seguir.—Cairo, soy yo —dijo en cuanto él contestó—. Felipe está más furioso que nunca. Necesitamos ajustar nuestro plan.Cairo, siempre calmado y sereno, respondió con su acostumbrada tranquilidad.—Lo sé, Dana. Lo vi en sus ojos hoy. ¿Qué sugieres?Dana pensó por un momento antes de responder.—Tenemos que ser más cuidadosos. Asegúrate de que todos nuestros movimientos sean invisibles. No podemos permitirnos más errores.Cairo asintió, aunque Dana no podía verlo.—Entendido. ¿Y qué hay de los inversionistas? ¿Siguen de nuestro lado?—Por ahora,
Dana sabía que su única oportunidad de mantener a Felipe alejado de la verdad era seguir distrayéndolo. Tenía que ser astuta, jugar sus cartas con precisión. Mientras Felipe seguía buscando respuestas, ella tenía que asegurarse de que nunca las encontrara. Su madre estaba lista para actuar, pero necesitaba más tiempo.Esa noche, después de asegurarse de que Felipe estuviera profundamente dormido, Dana se levantó de la cama y salió al balcón. La noche estaba tranquila, y el aire fresco le ayudó a despejar su mente. Sacó su teléfono y marcó el número seguro de su madre.—Mamá, soy yo —dijo en voz baja, mirando hacia la oscuridad.—Dana, ¿cómo van las cosas? —preguntó su madre, siempre directa al grano.—Felipe está más cerca de la verdad de lo que me gustaría. Necesito que devuelvas la mercancía al depósito de Bolo. Tiene que parecer que nunca salió de allí.Hubo una pausa antes de que su madre respondiera.—Eso es arriesgado, Dana. Si Bolo de
Felipe salió de su empresa con un propósito claro: llegar al depósito donde tenía a Bolo y sus hombres. Necesitaba respuestas sobre la traición, y estaba decidido a obtenerlas. El aire de la noche era fresco, y mientras conducía, su mente repasaba una y otra vez los eventos recientes. La traición de Bolo había sido inesperada, pero ahora tenía la oportunidad de descubrir la verdad.Al llegar al depósito, Felipe notó algo extraño. Un grupo de coches y motocicletas salían del lugar a toda velocidad. Su corazón se aceleró al darse cuenta de lo que eso significaba: Bolo estaba siendo rescatado.—¡No puede ser! —gritó, golpeando el volante con frustración.Sin perder tiempo, ordenó a sus hombres que los siguieran. Las calles se convirtieron en un escenario de persecución, con los vehículos de Felipe pisándoles los talones a los de Bolo. Los disparos resonaban en la noche mientras intentaban detenerlos.Sin embargo, en medio de la persecución, un camión apareci
Con Eduardo manejando la operación, la compra de las acciones se realizó sin problemas. La empresa de Catalá fue adquirida bajo el nombre de una entidad extranjera, y nadie sospechó que Dana estaba detrás de todo.Este movimiento no solo le dio a Dana el control sobre la empresa, sino que también le permitió resolver el problema ambiental que había amenazado con destruirla. Ahora tenía la libertad de implementar cambios que garantizarían el cumplimiento de todas las regulaciones y protegerían el legado de su abuelo.Mientras tanto, Felipe enfrentaba las consecuencias de perder el control de la empresa de Catalá. Su abuelo, un hombre de negocios experimentado y astuto, no tardó en enterarse de lo sucedido. La noticia de que habían tenido que vender las acciones para resolver el problema ambiental lo enfureció.—¡Felipe! —exclamó su abuelo, golpeando la mesa con el puño—. ¿Cómo pudiste permitir que esto sucediera? La empresa de Catalá era un camuflaje perfecto, y