¡Maldita sea!

Phoenix pasó el día inmersa en actividades destinadas a distraerla, pero su mente vagaba, siempre volviendo a los mismos pensamientos. Sentada con las damas de compañía, sus manos se movían mecánicamente mientras bordaba, creando patrones intrincados que no podía realmente apreciar. A su alrededor, las suaves voces de condesas y duquesas llenaban la sala, una mezcla de risas discretas y conversaciones sobre eventos sociales, moda y pequeñas intrigas de la corte.

"Majestad, este punto es realmente delicado," comentó la Condesa Isadora Montague, admirando el bordado de Phoenix.

"Sí, gracias," respondió Phoenix distraída, sin realmente escuchar el elogio.

Después de unas horas, Phoenix se levantó y se dirigió a su clase de pintura. El Maestro Alberic ya la esperaba, un hombre mayor con ojos amables y una paciencia infinita. La saludó con una sonrisa, ajustando los lienzos y las pinturas para la lección.

"Buenas tardes, Majestad," dijo Alberic. "Hoy trabajaremos con acuarelas. Algo ligero
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