¿Está seguro, Majestad?

Ulrich permaneció inmóvil por unos instantes, analizando la situación con cuidado. Su mirada severa recorría a los dos hombres caídos frente a él, con expresiones de desesperación grabadas en sus rostros marcados por el tiempo y el miedo. Finalmente, levantó el rostro para enfrentar a Garrik y, con voz firme, decretó:

—Déjalos vivir.

La sala se sumió en un silencio tenso. Garrik frunció el ceño, perplejo.

—¿Majestad?

Ulrich fijó la mirada en él, como si desafiara cualquier cuestionamiento.

—Separa algunos hombres. Envíalos para escoltar a Aurelius y Franz hasta la frontera con el Este y déjalos cruzar.

Garrik dudó por un momento antes de dar un paso adelante.

—¿Está seguro, Majestad?

Ulrich se sentó en su trono, el peso de su decisión evidente en la rigidez de su postura. Su mirada sombría barrió la sala antes de que respondiera:

—Absolutamente.

Franz, aún arrodillado, levantó las manos temblorosas en un gesto de gratitud.

—Gracias por su misericordia, Majestad.

Aurelius, con la voz r
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