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UN BAILE ENTRE DEPREDADORES

El salón está lleno de rostros desconocidos, pero cada mirada es un filo cortante que me examina, mide y juzga.

No debería importarme.

Me he acostumbrado a las cortes, a sus juegos de poder y sus sonrisas envenenadas. Pero aquí, en esta fortaleza que no es mía, en este reino al que me han enviado como sacrificio, todo se siente diferente.

Aquí, las miradas no solo son críticas. Son temerosas.

No de mí.

De él.

Me presentan con una reverencia formal, pero el príncipe sigue ausente.

Y, aun así, está en todas partes.

En la forma en que las conversaciones se apagan apenas susurran su nombre. En la tensión que flota en el aire como un hilo a punto de romperse. En la manera en que nadie se atreve a mirarme demasiado tiempo, como si mi presencia me hiciera portadora de su maldición.

Los nobles se deslizan a mi alrededor, analizando cada uno de mis movimientos. Algunos me sonríen con amabilidad calculada; otros apenas ocultan su desconfianza.

—Bienvenida a nuestra corte, alteza —dice una mujer de labios delgados y una sonrisa demasiado tensa—. Espero que encuentre la hospitalidad de la fortaleza… adecuada.

Noto el leve titubeo en su elección de palabras.

Hospitalidad. Como si el mismo concepto le resultara extraño en este lugar.

Antes de que pueda responder, un hombre de cabello gris entrecana y porte rígido se adelanta.

—El príncipe no ha dado muchas recepciones en los últimos años —dice, su voz cortante como el filo de una daga—. Es comprensible que esto resulte inusual para usted.

Traducción: estás en territorio desconocido. No bajes la guardia.

—Parece que hay muchas cosas inusuales en este castillo —respondo, con una sonrisa que no alcanza mis ojos.

La mujer me estudia por un instante y su boca se curva apenas.

—Oh, no tiene idea.

 

La música flota en el aire mientras los invitados se deslizan en la pista de baile, pero la tensión es más fuerte que la melodía.

No me muevo de mi sitio.

Me niego a hacer el papel de la prometida complaciente, la princesa que espera a su esposo ausente con la cabeza gacha.

Pero incluso si no está aquí, lo siento.

Su presencia es una sombra a mi alrededor. Un susurro entre los nobles, un eco en los rincones oscuros de la sala.

El peso de su ausencia es tan abrumador como si estuviera de pie junto a mí.

Y eso me irrita más de lo que debería.

Un hombre se acerca con una copa de vino en la mano y una expresión despreocupada.

—Debe de ser frustrante, ¿no? —comenta, ofreciéndome la copa.

No la acepto.

—¿Qué cosa?

—Ser prometida de un hombre que ni siquiera se molesta en aparecer.

Levanto la barbilla, midiendo sus palabras.

—Sería más frustrante casarme con un hombre que disfruta de su propia voz.

Él suelta una risa seca.

—Tiene carácter. Eso podría ser peligroso aquí.

—¿Para quién?

Su sonrisa se desvanece un poco.

—Para todos.

 

La noche avanza, y la sensación de ser observada se intensifica con cada segundo.

No veo a nadie fuera de lugar.

No hay sombras moviéndose en los rincones.

Pero lo sé.

Él está aquí.

Me armo de paciencia y camino por los pasillos de la fortaleza después de la velada, alejándome de la multitud.

Los pasillos son oscuros, silenciosos, pero la opresión en el aire sigue ahí.

Me detengo.

No estoy sola.

Un escalofrío recorre mi piel cuando una presencia se mueve detrás de mí.

Y antes de que pueda reaccionar, una mano firme me sujeta.

No con violencia.

Pero con una certeza inquebrantable.

Un aliento cálido roza mi oído.

—¿Sigues creyendo que puedes destruirme, Lyria?

Mi respiración se detiene.

Su voz es un veneno lento deslizándose por mis venas.

Y por primera vez en mi vida, no sé si quiero alejarme.

Su agarre no es violento, pero tampoco me permite escapar. Es un roce firme en mi muñeca, el peso de su presencia quemando a través de la tela de mi vestido.  

Mis sentidos se disparan.  

Podría luchar. Podría gritar. Pero algo en mí se niega a mostrar debilidad.  

Tomo aire, controlando el repentino latido frenético en mi pecho.  

—¿Destruirte? —respondo con una calma que no siento—. Qué concepto tan interesante, considerando que ni siquiera te has dignado a aparecer en tu propia corte.  

Su risa es baja, áspera, peligrosa.  

—He estado aquí todo el tiempo, princesa.  

Su voz es un susurro contra mi piel, pero el filo de sus palabras es cortante.  

Estoy tan inmóvil que apenas respiro.  

—¿Qué quieres? —pregunto, midiendo su reacción.  

Él no responde de inmediato.  

El silencio entre nosotros se alarga, la tensión estirándose como una cuerda a punto de romperse.  

Y entonces su agarre en mi muñeca se afloja.  

Podría apartarme. Podría correr.  

Pero no lo hago.  

No cuando su sombra sigue envolviéndome como una amenaza latente.  

—Quería verte —dice, finalmente.  

No sé qué me esperaba, pero no eso.  

Parpadeo, intentando procesar sus palabras.  

—¿Y no podías hacerlo como cualquier persona normal? —pregunto con sarcasmo—. En vez de acecharme en la oscuridad como un espectro.  

—¿Normal? —se burla, como si la palabra le hiciera gracia—. Qué concepto tan ingenuo.  

El calor de su cercanía es sofocante.  

Pero me niego a retroceder.  

—Mírame, entonces —desafío, mi voz apenas un murmullo.  

La presión en el aire cambia.  

El ambiente se siente cargado, como si cada partícula de la fortaleza estuviera conteniendo el aliento.  

Pero él no lo hace.  

No me mira.  

O, al menos, no del todo.  

Porque cuando mis ojos se ajustan a la penumbra, apenas vislumbro la silueta de su mandíbula, la sombra de su rostro medio cubierto por la oscuridad.  

—No tienes idea de lo que estás pidiendo.  

Su tono no es una advertencia.  

Es una promesa.  

Y por alguna razón, eso me acelera el pulso.  

No porque tenga miedo.  

Porque me hierve la curiosidad.  

Porque esta criatura, este hombre envuelto en sombras y leyendas, acaba de convertirse en mi mayor desafío.  

Aprieto los dientes y doy un paso más cerca.  

Lo suficiente para sentir su aliento rozando mi mejilla.  

—Entonces, muéstramelo —susurro.  

Su exhalación es lenta, medida.  

—No esta noche.  

Y con esas palabras, desaparece en la oscuridad como si nunca hubiera estado ahí.  

Dejándome sola, atrapada entre la frustración y la certeza de que este juego apenas ha comenzado.

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