LA NOCHE Y SUS SECRETOS

No debería pensar en él.

No debería recordar el calor de su aliento sobre mi piel, la forma en que su voz se deslizó en mi oído como una caricia envenenada.

Y sin embargo, aquí estoy.

Mi mente insiste en volver a la biblioteca, al roce invisible que casi se convirtió en algo tangible. Mi piel aún arde en los lugares donde su presencia se sintió demasiado cerca.

No es deseo. No puedo serlo.

Es peligro.

Y el peligro tiene un sabor demasiado tentador.

Cierro los ojos y exhalo. Tengo que controlarme. Esto es un juego. Y si quiero ganar, no puedo permitirme ceder.

 

El salón del banquete es un espectáculo de excesos. Velas doradas iluminan las mesas repletas de carnes jugosas, copas rebosantes de vino oscuro y bandejas de frutas relucientes como piedras preciosas.

Los nobles ríen y murmuran en pequeños círculos, sus miradas deslizándose en mi dirección cada cierto tiempo. Soy la prometida del príncipe maldito. La futura reina.

Y estoy sentada en el trono junto al suyo.

Vacío.

Otra vez.

Aprieto los labios, resistiendo la urgencia de hacer preguntas.

Él es un fantasma en su propio reino. Un mito que se materializa cuando le place.

O cuando menos lo espero.

Una criada se acerca a mi lado con la reverencia ensayada de alguien que lleva años en la corte. Su expresión es neutra cuando se desliza algo sobre la mesa, apenas visible entre las sombras de la vajilla de plata.

Un papel.

Disimulo el movimiento de mi mano mientras lo tomo.

Las palabras son pocas.

"Jardines. Medianoche."

Nada más.

Mi corazón da un vuelco.

Miro alrededor con calma estudiada. Nadie parece haber anotado el intercambio.

Pero siento algo.

Una mirada.

Y la certeza de que él está en alguna parte.

 

La noche se cierra sobre el castillo con la suavidad de un amante.

Me deslizo entre los pasillos, envuelta en la tela ligera de mi vestido negro. No hago ruido. No dudo.

Los jardines están en penumbras, iluminados solo por la luz temblorosa de las linternas colgadas en los muros. Las flores exhalan su perfume nocturno, dulce y embriagador.

Me detengo bajo un arco cubierto de enredaderas.

Silencio.

Estoy sola.

O eso creo.

—Viniste.

Su voz surge de la oscuridad como un susurro sedoso.

Mis músculos se tensan, pero no me muevo.

—No me gustan los juegos —digo, mi voz firme.

—Oh, princesa… —Su tono es casi un lamento burlón—. Estás en el tablero desde el momento en que entras a este castillo.

No lo veo.

Pero lo siento.

La forma en que la noche misma parece contener la respiración.

—Muestrado.

Un leve sonido. No exactamente una risa, pero cercana.

Entonces, el aire cambia.

La sombra frente a mí cobra forma.

Alto. Oscuro.

Demasiado cerca.

Mi cuerpo se prepara para retroceder, pero me obliga a quedarme quieta.

Si le muestras miedo, gana.

—¿Es esto lo que haces? —levanto el mentón—. Jugar a los fantasmas con tu prometida en medio de la noche.

—¿Te asusta?

La pregunta es una trampa.

-No.

Un silencio cargado.

Luego, un movimiento.

Útil, pero devastador.

Su mano se eleva, apenas rozando un mechón de mi cabello.

Un roce que no debería significar nada.

Pero significa demasiado.

Mi pulso retumba en mis oídos.

No puedo verlo completamente en la oscuridad, pero distingo el brillo afilado de su sonrisa.

—Mientes bien, princesa.

Sus dedos apenas bajan por la línea de mi mejilla, sin llegar a tocarme.

—No eres el primero en decírmelo.

—No seré el último.

Estamos demasiado cerca.

La brisa nocturna me trae su olor, una mezcla de algo amaderado, especias y algo más profundo. Algo peligrosamente masculino.

No debo inclinarme hacia él.

No debo permitir que esta tensión aumente.

Y sin embargo…

Mis labios se separan levemente cuando su rostro se inclina.

No me besas.

Pero está cerca.

Tan cerca que casi puedo sentir la promesa del roce.

—Podría destruirte… —su voz es una sombra contra mi piel—. Y ni siquiera lo sabrías hasta que fuera demasiado tarde.

Mi corazón golpea contra mis costillas.

Y esta vez, soy yo quien se aleja.

Pero no tan rápido como debería.

Me acerco un paso atrás, pero la sensación de su cercanía persiste, envolviéndome como una bruma espesa. La oscuridad entre nosotros parece viva, pulsante, como si contuviera algo que no debería estar ahí.

—¿Eso es una advertencia o una promesa? —mi voz suena más firme de lo que esperaba.

Sus ojos, dos abismos inexplorados en la penumbra, se clavan en los míos con la intensidad de un depredador acechando.

—Depende —responde con una lentitud calculada—. ¿Te gustan los finales trágicos, princesa?

Me niego a parpadear, a retroceder más.

—Me gustan las historias donde el monstruo no siempre gana.

Su sonrisa es peligrosa.

—Entonces aún no entiendes quién es el verdadero monstruo en esta historia.

La brisa nocturna se cuela entre nosotros, pero no disipa la tensión que nos envuelve como un hilo invisible y afilado.

Puedo escuchar mi propia respiración, entrecortada, aunque me esfuerzo por controlarla.

—Deberías irte —dice él, pero no hay una verdadera orden en su tono.

Hay algo más.

Desafío.

Como si quisiera ver si lo obedeceré.

Y maldita sea, no lo haré.

—¿Por qué me llamaste aquí? —inquiro, manteniéndome firme.

La luz de la luna se refleja en sus facciones angulosas, en la línea dura de su mandíbula.

—Para verte.

Su honestidad me desarma más de lo que debería.

No sé si es otro de sus juegos, otra manera de enredarme en su red de palabras y sombras.

Pero lo cierto es que mi cuerpo reacciona antes que mi mente.

Mis dedos se aprietan alrededor de mi falda, tratando de ignorar el escalofrío que me recorre.

—No necesito tu vigilancia —digo, y mi voz suena más ronca de lo que me gustaría—. No soy una prisionera.

—¿No lo eres?

Algo en su tono me hiela más que la brisa nocturna.

Algo que insinúa que la jaula en la que soy es mucho más grande de lo que imaginaba.

Él se mueve.

Lento.

Con el sigilo de un depredador que decide cuándo atacar.

Se acerca lo suficiente para que nuestras sombras se mezclen en el suelo.

Mis pies se niegan a retroceder.

Sus ojos caen a mis labios, una mirada fugaz, pero que me enciende como una llama al borde de la combustión.

—Dime, Lyria… —su voz se desliza como un veneno dulce—. ¿Sientes miedo?

No hay respuesta.

Porque la verdad es demasiado peligrosa para ser dicha en voz alta.

Porque no es miedo lo que me hace temblar en este instante.

Es él.

Y la maldita certeza de que este juego ha dejado de ser solo palabras.

Su mano se mueve, apenas un roce de sus dedos en mi muñeca, como si me diera la oportunidad de alejarme.

No lo hago.

Y creo que eso lo divierte.

—Eres un problema —murmura, su boca demasiado cerca de mi oído.

Mi corazón golpea en mis costillas.

Él se aparta, dejando un vacío helado donde antes había fuego.

Y luego, justo antes de desvanecerse de nuevo en las sombras, pronuncia la sentencia que se quedará clavada en mi piel toda la noche:

—Nos vemos en la boda, princesa.

Su silueta desaparece entre la maleza, como un fantasma reclamando la oscuridad.

Pero yo me quedé ahí.

Con el pulso desbocado.

Con un sabor metálico en la lengua.

Y con la certeza aterradora de que esto es solo el comienzo.

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