LA MALDICIÓN DEL TRONO
LA MALDICIÓN DEL TRONO
Por: FRANCISCO RUIZ
LA PROMESA DE UNA JAULA

 

El eco de mis pasos resuena en los pasillos del castillo mientras avanzo hacia el salón del trono. Dos guardias flanquean la enorme puerta de madera tallada, con expresiones imperturbables. Aunque la temperatura es baja, mis manos están húmedas. Algo en el aire me dice que esto no será solo una audiencia más.

El lacayo que camina unos pasos por delante empuja las puertas, y un estruendo de murmullos envuelve la gran sala. El corazón me da un vuelco al ver a los miembros de la corte alineados a ambos lados, sus ropajes adornados con joyas y sus rostros iluminados por la morbosa expectativa. Mi padre está sentado en el trono de piedra, con el ceño fruncido y los labios presionados en una línea delgada. La reina, mi madrastra, permanece unos pasos detrás de él, su expresión tan fría como la piedra del suelo.

La única vez que me han convocado de esta manera fue cuando cumplí dieciséis y me informaron de mis deberes como princesa. Algo me dice que esta conversación será mucho peor.

—Lyria —la voz del rey es dura, imponente—. Acércate.

Trago saliva y camino hacia él con la espalda recta, sintiendo los ojos clavados en mí como cuchillos. Mi vestido azul oscuro arrastra ligeramente contra el suelo de mármol. Me detengo a unos pasos del trono, esperando.

—El reino está en peligro —continúa, sin rodeos—. Hemos perdido demasiados hombres en la frontera. No podemos permitirnos una guerra abierta.

No parpadeo. Sé lo que está a punto de decir, pero mi mente se niega a procesarlo hasta que pronuncia las palabras exactas.

—Hay una única solución para evitar la destrucción total. Una alianza con el príncipe de Ravka. Te casarás con él.

El aire abandona mis pulmones como si me hubieran dado un golpe en el pecho.

—¿Qué?

Las voces de la corte se alzan en un murmullo, pero mi padre levanta una mano y el silencio vuelve a caer sobre la sala.

—Es la única forma, Lyria. Ravka nos dará su apoyo y su ejército. A cambio… tendrás que convertirte en su esposa.

Mi risa es seca, incrédula.

—¿El príncipe maldito? —escupo, entrecerrando los ojos—. ¿El hombre del que nadie ha visto el rostro en años? ¿Ese es el aliado que deseas?

El rey mantiene su expresión pétrea, pero la reina inclina la cabeza con un destello de burla en los ojos.

—Esa es la decisión tomada —sentencia él.

Mis puños se cierran.

—No.

Su mandíbula se tensa.

—No tienes opción.

—Soy tu hija, no tu moneda de cambio.

—Eres una princesa. Y tu deber es proteger este reino.

El fuego arde en mis venas. Siento las miradas expectantes de la corte, esperando que me desplome, que acepte mi destino como una muñeca bien entrenada. Pero en mi interior, todo se niega a ceder.

—¿Cómo puedes confiar en él? —pregunto, sin ocultar mi desprecio—. Ravka no ha dejado que nadie vea al príncipe en más de una década. Dicen que está maldito. Que la oscuridad lo consume. ¿Cómo puedes entregarme a algo… a alguien así?

El rey se inclina hacia adelante.

—Porque la profecía dice que solo su esposa podrá traer equilibrio.

Mi respiración se detiene.

La profecía. La maldita profecía que los sacerdotes han murmurado desde que era una niña.

«El príncipe nacido en las sombras solo encontrará redención en la unión con la hija de la luz».

¿Y adivina quién es la única maldita hija de la luz en este reino?

—No creo en las profecías —digo entre dientes.

—No tienes que hacerlo —susurra mi madrastra, con una sonrisa que me dan ganas de borrar de su rostro—. Solo tienes que obedecer.

Mi furia es una tormenta.

—Nunca me someteré a un hombre al que ni siquiera he visto.

El rey se pone de pie, y la sala se llena de una energía opresiva.

—Quizás deberías temer lo que no conoces.

Su advertencia se filtra en mi piel como un veneno. Pero lo único que hago es alzar la barbilla y sostener su mirada con desafío.

Porque si creen que voy a ser una esposa sumisa y perfecta, están muy equivocados.

Aquí tienes la continuación del capítulo hasta alcanzar el desarrollo completo de 1500 palabras.

El silencio en la sala se vuelve pesado, casi sólido. Las palabras de mi padre flotan en el aire como una sentencia de muerte. “Quizás deberías temer lo que no conoces.”

Mi instinto me dice que me calle. Que baje la cabeza, que acepte mi destino como han hecho todas las princesas antes que yo. Pero yo no soy como ellas.

Mis labios se curvan en una sonrisa que no llega a mis ojos.

—¿Eso es una amenaza, padre?

Su expresión no se inmuta, pero en sus ojos noto una chispa de… ¿preocupación? No, eso sería imposible. Mi padre no se preocupa por nadie, y menos por mí.

La reina da un paso adelante con su andar felino, con la elegancia de alguien que disfruta del espectáculo.

—No es una amenaza, querida. Es una advertencia.

Cierro los puños hasta que las uñas se clavan en mi palma.

—¿Y si me niego? —miro directamente al rey—. ¿Y si rechazo esta farsa de matrimonio?

Un murmullo atraviesa la sala como una ráfaga de viento helado. Nadie desafía al rey. Nadie se atreve a contradecir su palabra.

—Si te niegas —su voz es tranquila, pero con la firmeza de una montaña—, nuestro reino arderá. No tenemos los recursos para luchar solos. Sin Ravka, caeremos.

Lo dice con certeza absoluta, como si mi destino ya estuviera sellado. Como si yo no fuera más que una pieza en su juego de poder.

Mi pecho sube y baja con fuerza.

—No me hagas esto.

Es un último intento. Un último ruego. Pero mi padre ni siquiera parpadea.

—La decisión está tomada.

Mis piernas se sienten como plomo cuando doy un paso atrás. No puedo respirar. Las paredes parecen cerrarse sobre mí.

Murmullos de la corte. Miradas de pena, de burla, de expectativa.

—¿Cuándo? —mi voz suena extraña, como si no me perteneciera.

El rey se sienta de nuevo, con la postura de alguien que acaba de ganar una guerra.

—En tres días.

Tres días.

Cierro los ojos por un momento. No para llorar, porque no lo haré. Sino para contener la furia que me carcome el pecho.

Cuando los abro, la reina me observa con una sonrisa satisfecha. Y el rey… bueno, él ya ha pasado la vista a otro asunto. Como si mi destino fuera tan trivial como la elección del menú de la cena.

Doy media vuelta y salgo del salón del trono.

No corro. No les daré la satisfacción de verme huir.

Pero cada paso que doy se siente como si me estuviera alejando de todo lo que soy.

Y lo peor de todo es que, en lo más profundo de mi ser, una parte de mí se pregunta si mi padre tiene razón.

Tal vez… realmente debería temer lo que no conozco.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP