El eco de mis pasos resuena en los pasillos del castillo mientras avanzo hacia el salón del trono. Dos guardias flanquean la enorme puerta de madera tallada, con expresiones imperturbables. Aunque la temperatura es baja, mis manos están húmedas. Algo en el aire me dice que esto no será solo una audiencia más.
El lacayo que camina unos pasos por delante empuja las puertas, y un estruendo de murmullos envuelve la gran sala. El corazón me da un vuelco al ver a los miembros de la corte alineados a ambos lados, sus ropajes adornados con joyas y sus rostros iluminados por la morbosa expectativa. Mi padre está sentado en el trono de piedra, con el ceño fruncido y los labios presionados en una línea delgada. La reina, mi madrastra, permanece unos pasos detrás de él, su expresión tan fría como la piedra del suelo.
La única vez que me han convocado de esta manera fue cuando cumplí dieciséis y me informaron de mis deberes como princesa. Algo me dice que esta conversación será mucho peor.
—Lyria —la voz del rey es dura, imponente—. Acércate.
Trago saliva y camino hacia él con la espalda recta, sintiendo los ojos clavados en mí como cuchillos. Mi vestido azul oscuro arrastra ligeramente contra el suelo de mármol. Me detengo a unos pasos del trono, esperando.
—El reino está en peligro —continúa, sin rodeos—. Hemos perdido demasiados hombres en la frontera. No podemos permitirnos una guerra abierta.
No parpadeo. Sé lo que está a punto de decir, pero mi mente se niega a procesarlo hasta que pronuncia las palabras exactas.
—Hay una única solución para evitar la destrucción total. Una alianza con el príncipe de Ravka. Te casarás con él.
El aire abandona mis pulmones como si me hubieran dado un golpe en el pecho.
—¿Qué?
Las voces de la corte se alzan en un murmullo, pero mi padre levanta una mano y el silencio vuelve a caer sobre la sala.
—Es la única forma, Lyria. Ravka nos dará su apoyo y su ejército. A cambio… tendrás que convertirte en su esposa.
Mi risa es seca, incrédula.
—¿El príncipe maldito? —escupo, entrecerrando los ojos—. ¿El hombre del que nadie ha visto el rostro en años? ¿Ese es el aliado que deseas?
El rey mantiene su expresión pétrea, pero la reina inclina la cabeza con un destello de burla en los ojos.
—Esa es la decisión tomada —sentencia él.
Mis puños se cierran.
—No.
Su mandíbula se tensa.
—No tienes opción.
—Soy tu hija, no tu moneda de cambio.
—Eres una princesa. Y tu deber es proteger este reino.
El fuego arde en mis venas. Siento las miradas expectantes de la corte, esperando que me desplome, que acepte mi destino como una muñeca bien entrenada. Pero en mi interior, todo se niega a ceder.
—¿Cómo puedes confiar en él? —pregunto, sin ocultar mi desprecio—. Ravka no ha dejado que nadie vea al príncipe en más de una década. Dicen que está maldito. Que la oscuridad lo consume. ¿Cómo puedes entregarme a algo… a alguien así?
El rey se inclina hacia adelante.
—Porque la profecía dice que solo su esposa podrá traer equilibrio.
Mi respiración se detiene.
La profecía. La maldita profecía que los sacerdotes han murmurado desde que era una niña.
«El príncipe nacido en las sombras solo encontrará redención en la unión con la hija de la luz».
¿Y adivina quién es la única maldita hija de la luz en este reino?
—No creo en las profecías —digo entre dientes.
—No tienes que hacerlo —susurra mi madrastra, con una sonrisa que me dan ganas de borrar de su rostro—. Solo tienes que obedecer.
Mi furia es una tormenta.
—Nunca me someteré a un hombre al que ni siquiera he visto.
El rey se pone de pie, y la sala se llena de una energía opresiva.
—Quizás deberías temer lo que no conoces.
Su advertencia se filtra en mi piel como un veneno. Pero lo único que hago es alzar la barbilla y sostener su mirada con desafío.
Porque si creen que voy a ser una esposa sumisa y perfecta, están muy equivocados.
Aquí tienes la continuación del capítulo hasta alcanzar el desarrollo completo de 1500 palabras.
El silencio en la sala se vuelve pesado, casi sólido. Las palabras de mi padre flotan en el aire como una sentencia de muerte. “Quizás deberías temer lo que no conoces.”
Mi instinto me dice que me calle. Que baje la cabeza, que acepte mi destino como han hecho todas las princesas antes que yo. Pero yo no soy como ellas.
Mis labios se curvan en una sonrisa que no llega a mis ojos.
—¿Eso es una amenaza, padre?
Su expresión no se inmuta, pero en sus ojos noto una chispa de… ¿preocupación? No, eso sería imposible. Mi padre no se preocupa por nadie, y menos por mí.
La reina da un paso adelante con su andar felino, con la elegancia de alguien que disfruta del espectáculo.
—No es una amenaza, querida. Es una advertencia.
Cierro los puños hasta que las uñas se clavan en mi palma.
—¿Y si me niego? —miro directamente al rey—. ¿Y si rechazo esta farsa de matrimonio?
Un murmullo atraviesa la sala como una ráfaga de viento helado. Nadie desafía al rey. Nadie se atreve a contradecir su palabra.
—Si te niegas —su voz es tranquila, pero con la firmeza de una montaña—, nuestro reino arderá. No tenemos los recursos para luchar solos. Sin Ravka, caeremos.
Lo dice con certeza absoluta, como si mi destino ya estuviera sellado. Como si yo no fuera más que una pieza en su juego de poder.
Mi pecho sube y baja con fuerza.
—No me hagas esto.
Es un último intento. Un último ruego. Pero mi padre ni siquiera parpadea.
—La decisión está tomada.
Mis piernas se sienten como plomo cuando doy un paso atrás. No puedo respirar. Las paredes parecen cerrarse sobre mí.
Murmullos de la corte. Miradas de pena, de burla, de expectativa.
—¿Cuándo? —mi voz suena extraña, como si no me perteneciera.
El rey se sienta de nuevo, con la postura de alguien que acaba de ganar una guerra.
—En tres días.
Tres días.
Cierro los ojos por un momento. No para llorar, porque no lo haré. Sino para contener la furia que me carcome el pecho.
Cuando los abro, la reina me observa con una sonrisa satisfecha. Y el rey… bueno, él ya ha pasado la vista a otro asunto. Como si mi destino fuera tan trivial como la elección del menú de la cena.
Doy media vuelta y salgo del salón del trono.
No corro. No les daré la satisfacción de verme huir.
Pero cada paso que doy se siente como si me estuviera alejando de todo lo que soy.
Y lo peor de todo es que, en lo más profundo de mi ser, una parte de mí se pregunta si mi padre tiene razón.
Tal vez… realmente debería temer lo que no conozco.
El carruaje se detiene con un chirrido sobre el empedrado húmedo. Afuera, la neblina es espesa, serpenteando entre los muros de piedra ennegrecida como si la misma fortaleza exhalara su propia oscuridad.No necesito que nadie me diga dónde estoy. La energía de este lugar se siente en mi piel, se arrastra por mi columna como un presentimiento. Esta es la fortaleza de Ravka. Mi prisión.Tirito cuando la puerta se abre y una ráfaga de viento helado me golpea el rostro. No sé si es el frío lo que me hace estremecer, o la certeza de que, una vez cruce este umbral, mi vida tal como la conozco habrá terminado.Nadie me ayuda a bajar. Perfecto.Reafirmo mi agarre en mi capa y coloco un pie en el suelo con la cabeza en alto. No importa que el aire huela a humedad y a piedra antigua. No importa que las llamas de las antorchas proyecten sombras que parecen moverse con vida propia. No importa que el peso del cie
El salón está lleno de rostros desconocidos, pero cada mirada es un filo cortante que me examina, mide y juzga.No debería importarme.Me he acostumbrado a las cortes, a sus juegos de poder y sus sonrisas envenenadas. Pero aquí, en esta fortaleza que no es mía, en este reino al que me han enviado como sacrificio, todo se siente diferente.Aquí, las miradas no solo son críticas. Son temerosas.No de mí.De él.Me presentan con una reverencia formal, pero el príncipe sigue ausente.Y, aun así, está en todas partes.En la forma en que las conversaciones se apagan apenas susurran su nombre. En la tensión que flota en el aire como un hilo a punto de romperse. En la manera en que nadie se atreve a mirarme demasiado tiempo, como si mi presencia me hiciera portadora de su maldición.Los nobles se deslizan a mi alrededor, analizando
El vestido que llevo es más pesado de lo que debería. Tal vez porque el peso real no está en la tela, sino en lo que representa.Estoy sentada en el centro del gran salón, rodeada por nobles y consejeros, todos con ojos atentos, algunos con falsa alegría, otros con un brillo apenas contenido de morbo.Hoy, mi compromiso es oficial.Mi matrimonio con el príncipe maldito se celebrará en una semana.Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza como un eco maldito."Quizás deberías temer lo que no conoces."No sé si es el matrimonio lo que me aterra o la incertidumbre de con quién lo compartiré.Los murmullos llenan el aire, los brindis resuenan, y yo mantengo una expresión imperturbable. Pero por dentro, mi mente es un torbellino de preguntas.¿Qué clase de hombre se esconde tras la maldición?¿E
La biblioteca huele a papel antiguo y a secretos olvidados.Es un espacio vasto, con estanterías que se alzan hasta el techo abovedado, sombras profundas entre los pasillos y un aire de reverencia silente. Nadie debería estar aquí a estas horas.Pero yo tampoco debería estarlo.Mis dedos recorren los lomos de los libros, cada uno etiquetado con una caligrafía impecable. Historia. Estrategia militar. Cronologías de la nobleza. Y entonces, más allá de una fila polvorienta, lo encuentro.Un libro sin título en el lomo, su encuadernación desgastada por el tiempo.Lo saco con cuidado, sintiendo el peso de lo prohibido en mis manos."Las Crónicas de la Maldición".El corazón me da un vuelco.Miro por encima del hombro. La biblioteca está en silencio, pero no me fío. La sensación de ser observada ha estado persiguiénd
No debería pensar en él.No debería recordar el calor de su aliento sobre mi piel, la forma en que su voz se deslizó en mi oído como una caricia envenenada.Y sin embargo, aquí estoy.Mi mente insiste en volver a la biblioteca, al roce invisible que casi se convirtió en algo tangible. Mi piel aún arde en los lugares donde su presencia se sintió demasiado cerca.No es deseo. No puedo serlo.Es peligro.Y el peligro tiene un sabor demasiado tentador.
La vela titilante proyecta sombras deformadas en las paredes de piedra mientras mis ojos recorren las líneas torcidas del pergamino. Es un mensaje breve, escrito con una tinta tan oscura que parece absorber la luz."La maldición puede romperse. Pero todo poder tiene un precio. Busca la reliquia en las catacumbas. No confíes en nadie."Mi pulso se acelera.Esto es una trampa. O una oportunidad. O ambas cosas a la vez.Aprieto los dientes y miro alrededor, como si la tinta misma pudiera delatar quién la envió. Nadie en este castillo me ha dado razones para confiar, y sin embargo, mis dedos se aferran al pape
La noche anterior a mi boda, el castillo entero parece contener el aliento.Las antorchas proyectan sombras danzantes sobre los muros de piedra, mientras el aire se llena de un murmullo inquietante. Los sirvientes evitan mi mirada, los nobles me observan con una mezcla de curiosidad y lástima.Porque todos saben algo que yo aún no.El ritual es una tradición antigua, uno que se remonta a tiempos en los que las alianzas no se forjaban con palabras, sino con sangre.Y yo, Lyria de Eldoria, estoy a punto de unirme a la sombra más oscura de este reino.
La sala del trono está repleta de sombras. No porque falte luz, sino porque el ambiente es sofocante, denso, cargado de algo invisible que se desliza entre los invitados como una serpiente. La expectación es un veneno que nos envuelve a todos.Soy la única que tiembla.No en el sentido físico. Mis pasos son firmes cuando cruzo el pasillo, mi mentón sigue en alto, mis labios no tiemblan. Pero por dentro... Por dentro estoy hecho pedazos.Hoy me caso con el príncipe maldito.El hombre al que todos temen.El que, con una sola mirada, logró sembrar algo dentro de mí