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Angélica dejó que todos salieran delante y se encerró en el baño mientras Martín le mostraba algo de ropa a Daniel.

Se miró en el espejo. Sus ojos estaban enrojecidos, se veía claramente que estaba a punto de echarse a llorar y no quería que los demás la vieran así. Siempre la había dado vergüenza mostrar debilidad. No quería ser como una niña o una princesa indefensa a la que mirasen como si fuese necesario cuidar. Sin embargo, a veces la apetecía rendirse, cuando se daba cuenta de que jamás se daban cuenta de sus sentimientos. Era muy frustrante sentirse ignorada solo por no ser capaz de mostrarse desvalida.

Martín abrió la puerta del baño.

—Perdona —se disculpó cohibido, al verla—, no me di cuenta de que te habías quedado, pensé que habías salido con los otros.

—No importa, nadie se da cuenta nunca.

Martín se quedó un segundo agarrado a la puerta, sin saber si salir o entrar. Al final, optó por lo último. Angélica se sentó en la taza del vá

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