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— Duque, yo la ubiqué donde usted me dijo, pero esa mujer…

— Carlotta, ese es su nombre, así que ahórrese las palabras despectivas – Stefano la interrumpió sin dejarla de mirar fríamente.

— Sí, sí, perdón, la Srta. Rinaldi, ella no quiso quedarse en esa habitación, me dijo que prefería estar con la servidumbre – le respondió y el sudor le corría por la espalda, sus manos sujetas delante con fuerza para que no notase su temblor.

— Bien, digamos que Carlotta le dijo eso, ¿también te pidió que la pusieras en el trastero de la mansión? – Stefano no le creía ni media palabra.

Sabía muy bien del carácter fuerte de su “esposa”.

Estaba seguro de que sacó de quicio al ama de llaves y esta se vengó, pero ¿al punto de encerrarla en la cabaña donde casi muere?

— No, no, la verdad es que también me asombré al enterarme de que dormía ahí.

— Le pedí a una de las doncellas que le diera una habitación y pensé que la había ubicado bien. Puedo llamarle a la doncella…

¡BAM!

Un fuerte golpe sonó
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