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LA CRONOMOTORA
LA CRONOMOTORA
Por: ALIETIUM
CAPÍTULO 1: EL TREN QUE NUNCA LLEGÓ

Es Julio, la luz dorada de la tarde entra por la ventana del auto y baña su interior con su oro, mi padre y mi madre van al frente y hablan sobre lo felices y orgullosos que están, es natural, su hijo acaba de titularse como medico y para celebrarlo he decidido hacer un pequeño viaje con mis amigos, esa es la razón de este momento, me acompañan a la estación de tren donde me veré con mis amistades antes de abordar.

—Ojala tu padre y yo hubiéramos hecho un viaje como este tras graduarnos—Mamá comenta por segunda ocasión mientras baja del auto.

—Bueno, aun se puede hacer, por fin terminé contigo y tu hermano así que ahora mi dinero finalmente es mío—Papá lo hace sonar como si yo hubiera venido a chupar todo su dinero como un parasito financiero o algo así, yo no pedí nacer.

Les sonrió a ambos y los abrazo por un momento.

—Esa es precisamente la razón por la que no planeo tener hijos, papá.

—Yo dije lo mismo y terminé teniendo dos varones—papá me mira con fingida lastima mientras sus palabras brotan.

Caminamos en dirección al punto de reunión mientras hablamos.

Veo a mis amigos a lo lejos y naturalmente los saludo levantándoles el dedo medio a todos.

—Ya era hora de que llegaras—la aguda voz de Marian asalta mis oídos

—Culpa al trafico, yo solamente soy una triste victima—respondo mientras paso mi brazo por su espalda—Hola a todos ustedes.

El resto de ellos me observa y se ríen en silencio.

—Estábamos pensando que te perdiste o te ahogaste mientras te bañabas, esperábamos que fuera la ultima—Leo dice con una sonrisa en su rostro mientras se acerca para saludarme.

—Ojala, así ya no tendría que sufrir el horror que es trabajar y ser un adulto independiente—le respondo lo mas sincero que puedo.

Tras una pequeña secuencia de saludos entre todos mis amigos y yo empezamos a hacer un pequeño pase de lista para ver si faltaba alguien: estábamos Marian, Leo, su novia Ana, Estrella y yo. Faltaba solamente Priscila quien se unió a nosotros quince minutos después.

Mientras nos poníamos al día y hablábamos de lo horroroso e inhumano que había sido ser esclavo del hospital o “medico interno de pregrado” que era el sinónimo usado para deshumanizarnos sonó el aviso que indicaba que era hora de abordar.

Me volteo y camino hacia mis padres quienes estaban embelesados viendo un par de pájaros en una tienda de mascotas y me despido de ellos con un beso, mi madre llora un poco y se aferra a mi.

—Ten cuidado hijo, te vamos a extrañar—mamá suelta esas palabras mientras se limpia una lagrima perdida.

—No llores solo serán unos días, dos semanas como máximo—Intento consolarla antes de voltear y abrazar a mi padre.

Papá pone su pesada mano sobre mi cabeza y me mira a los ojos.

—Dios te bendiga hijo, ten cuidado.

Le sonrió y le hablo con absoluta confianza.

—No te preocupes Pa’ ¿Cuándo he hecho algo tonto? —hablo como si realmente nunca me hubiera equivocado en la vida.

Me mira con ojos complicados antes de devolverme la sonrisa y finalmente los dejo para dirigirme a la zona de abordaje.

Finalmente abordo el tren y voy hasta mi cabina donde me encuentro con Priscila.

Cada cabina tenia lugar para dos personas con dos camas y una pequeña mesa además del espacio para el equipaje, ya que el viaje era un poco largo decidimos dividirnos en parejas y tomar tres cabinas, Leo y Ana, Estrella y Marian, Priscila y yo.

—Saludos, fideos—digo y levanto dos dedos en el signo de la paz.

El cabello rizado de Priscila había sido fuente de muchos apodos y el ultimo de ellos “Fideos” se debía a la similitud que había entre su cabello y una sopa de fideos instantáneos.

—Hola, persona de color cartón.

Me reí para mis adentros mientras comenzaba a acomodarme en la cabina y platicábamos.

—Casi no puedo creer que lo logramos ¿Sabes? finalmente soy la doctora Priscila, aun más increíble que eso es que tu lo lograras… hubiera jurado que eras demasiado estúpido para durar más de un año en la carrera.

—Sorprender a las personas es parte de mi encanto varonil—sonrió con cada palabra como si la idea de abandonar la facultad de medicina y unirme a administración de empresas no hubiera cruzado por mi mente cada veinte minutos durante toda la carrera.

—Ajá… exacto—por alguna razón me mira como si observara a un completo mentiroso en vez de a mi.

—Bueno suficiente procrastinación, vamos al vagón de comida, me muero de hambre.

Priscila se ríe de mi pero aun así se levanta para seguirme.

Observo el tren mientras camino, es muy bonito y elegante, pisos de madera, paredes de un blanco pulcro con detalles de un color rojo metálico, lindas luces doradas que imitan a los elegantes candiles clásicos.

Noto que no hay muchos ocupantes, quizás solo poco más de la mitad del cupo total, observo el paisaje verde por la ventana, es acogedor, el sol que empieza su ocaso lanza moribundas luces de colores hermosos al cielo mientras luchan con el azul cada vez más negro de la noche que busca ser iluminada por la luna.

Una sonrisa surge en mi mientras lo veo pero Priscila casi me arranca la mano de un jalón para que continúe caminando.

Nos topamos con el resto de la pandilla en el vagón restaurante para la cena, charlamos un poco, más para burlarnos unos de otros que para ponernos al día verdaderamente, rememoramos nuestros primeros días de universidad y finalmente cada uno regreso a sus propias cabinas.

Priscila dormía tranquilamente, su respiración calmada y rítmica la delataban. Aunque estaba acostado mis problemas de sueño habituales me mantenían despierto y viendo por la ventana.

El paisaje nocturno no tenia nada que envidiarle al día, la luz plata de la luna iluminaba el verde bosque de las hojas y lo transmutaba en un verde etéreo mas parecido al esmeralda que a otro color.

Negro, absoluto negro absorbió todo lo demás y oscureció la visión tras la ventana.

“ ¿Un túnel? “ pensé, mientras me levantaba lentamente de mi cama, mi pijama verde se deslizo devuelta a su posición original.

Fue repentino, como un golpe inesperado o una noticia trágica, una abrumadora sensación de desesperación y peligro me asfixio con fuerza, una sensación de vacío en la boca del estomago, la debilidad en las piernas, la sensación de un dedo frio que recorre tu espina dorsal y eriza todos los bellos en la piel me atraparon desprevenido.

“Algo esta mal, muy, muy mal”

Como puedo obligo a mi cuerpo a moverse y sacudo a Priscila con desesperación, ella se levanta enojada por la interrupción y lista para regañarme pero se detiene cuando me mira y contempla la angustia en mi rostro.

— ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? —su voz preocupada suena apagada en mis oídos embotados, casi como si sus palabras estuvieran debajo del agua profunda.

- ¡Priscila no hay tiempo, algo esta mal y no sé que es, pero algo… !

Mis palabras son interrumpidas por las violentas sacudidas del vagón y ella cae de su litera alta, la atrapo y en mi interior pienso que el tren se ha descarrilado, protejo a Priscila con mi cuerpo más grande mientras el mini terremoto nos hace sentir ingrávidos.

Puedo ver una niebla espesa y antinatural filtrándose por debajo de la entrada a la cabina ¿quizá humo de algún pequeño incendio provocado por un corto circuito.

Una luz brillante y cegadora entra intrusa por la ventana y varios sonidos desconocidos parecieran emanar de las paredes y el exterior.

Puedo sentir mi pecho mojado y a Priscila llorando del pánico que debe estar sintiendo.

La cegadora luz se rompe y desaparece en el espacio de un latido del corazón dejando tras de si una iluminación azul etérea y sombras raras que se proyectan sobre nosotros.

Con miedo volteo a la ventana y lo que veo me llena de pánico.

Peces, agua, mucha agua, y corales…

“ ¡Mierda, nos caímos al océano! ¡¿Ni siquiera sabia que este puto tren pasaba cerca del océano!? “

Tomo a Priscila y la levanto para correr pensando que todo el lugar se va a inundar y debemos intentar nadar a la superficie pero mi mente es abofeteada por la falta de lógica cuando salimos y en lugar de ver una ventana con vista al abismo hay nubes blancas y un cielo iluminado por el oro del sol casi como si lo viera desde la ventana de un avión.

— ¿Qué m****a esta pasando? —musito tan bajo que no estoy seguro de haberlo dicho o pensado.

Pronto siento un tirón en mi manga que me saca de mi estado atónito.

Priscila me mira con ojos grandes y llenos de pavor mientras me señala a otra ventana donde claramente se ve un paisaje desértico y ruinas destruidas.

— ¿Qué es lo que esta pasando? —me pregunta incapaz de apartar la mirada de esta visión ilógica e imposible.

No sé que responderle… yo me hago la misma pregunta.

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