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CAPÍTULO 5 —Estados Unidos.

Anastasia.

—¿Te quedarás con alguna chica aparte…? ¿O cómo es eso? —Tomé todo de mí para mentirles a mis padres.

—No papá… mira… esta es una empresa muy prestigiosa… y estos viajes son necesarios…

—¿Y cómo se llama? —apreté los dientes, y pensé rápido.

—Rostec Inc. —Me atreví a decir.

Se trataba de una empresa reconocida, de prestigio, pero los ojos de papá, me hicieron sentir como la peor persona.

—Anastasia… no… ¡Mi hija trabaja en Rostec! —mi cuerpo se puso frío, incluso sentí cómo las gotas se acumulaban en mi nuca.

Yo ardería en el infierno por esto.

—Debo hacer un trabajo en San Petersburgo… no sé cuánto tarde…

—No me gusta mucho… pero sé que puedes cuidarte. Eres una chica con valores Ana, y confiamos en ti… —eso que dijo mamá, terminó por secarme la boca.

Mi jefe había instalado en mi teléfono alguna tecnología, podían llamarme incluso desde otro país por el sistema de Roaming, y eso, de alguna forma, me había tranquilizado más.

Después de unos días, hice mi maleta. Me fue inevitable no recordar las palabras del jefe cuando decía irónicamente sobre la ropa y me tuve que mirar en el espejo.

Parecía una mujer de unos cuarenta años. Siempre usaba la ropa holgada, trenzas que no dejaban que mi cabello se saliera a mi rostro, y estas enormes gafas, que de cierta forma cubrían mi cara.

Papá siempre decía que el cuerpo de una mujer no debía verlo nadie a excepción de su esposo, y me pregunté si encontraría uno, que se enamorara de mi esencia y no de mi apariencia.

No es que tuviera un mal cuerpo, me gustaba ejercitarme, correr por las noches, y alimentarme correctamente. Eso también estaba dentro de las reglas espirituales, sobre que debíamos cuidarnos a nosotros mismos y me gustaba seguir las reglas.

Despedirme de ellos no fue fácil, y con una maleta, como una loca en la estación, esperé el auto de siempre.

Y para mi sorpresa, Maxim estaba en el puesto delantero.

—Ana…

Sonreí, me dio alegría verlo.

—Estabas perdido…

—Trabajo sucio… —mi sonrisa se borró y él sonrió aún más.

—Tranquila… —tomó mi maleta y la puso en el auto, y luego me instó a que me subiera junto a él en el asiento trasero.

El chofer nos miró por el retrovisor en un momento, pero luego arrancó.

—¿A qué se debe tu aparición?

—Supe que el jefe viajaba con su asistente… me tomé el atrevimiento de venir… Lois es amigo… —señaló al chofer, y este asintió—. Pero me intriga… ¿Cómo conseguiste que el cuartel de tu familia te dejara salir?

Fruncí mi ceño.

—No son un cuartel… no sabes cómo es nuestra vida…

—Ok, ok… oye Ana… solo ten cuidado, ayer cuando escuché que el jefe se iba contigo, pensé que quizás te había metido en algo serio… pero mi intención es ayudarte. Solo quiero que tengas cuidado.

Asentí, y de cierta forma agradecí su preocupación.

Cuando llegamos al aeropuerto, esperé otro tipo de cosas, pero los autos se estacionaron frente a un jet privado.

Maxim llevó mis maletas y luego vino a sonreírme, estaba por decirle algo cuando escuchamos una voz gruesa que me erizó los vellos de la piel.

—Asistente Kozlov… —me indignaba a estas alturas que me llamara así, entonces me giré.

—Anastasia… —corregiría hasta el cansancio—. Buenos días, señor…

Él mal educado no respondió, pero observó a Maxim y lo señaló para preguntarme.

—¿Es tu referencia…?

—Sí, señor…

—¿Tu novio? —mis mejillas se pusieron rojas ante la nueva pregunta.

—No, señor… es mi amiga… vivimos en el mismo barrio —Maxim se apresuró a decir, y el jefe lo miró como a una cucaracha.

—No te pregunté a ti… vamos… —la última palabra me la dirigió a mí, así que le di una mirada a Maxim, gesticulando suavemente un “gracias”.

—Hay dos cosas que quiero comprar en Estados Unidos… bueno, por ahora…

Me senté firme en el puesto gigante cuando ya acomodé mi cinturón y el avión estaba por despegar.

—Permítame ir tomando nota, señor… —el jefe asintió y rápidamente me pasó su tableta.

—Tómala… es tuya… para que hagas tus notas…

La tomé de inmediato, siempre había querido tener una de estas, pero sonreí solo en mi mente.

—Gracias…

—Bien… quiero comprar un edificio… y un bar… —estaba escribiendo incluso las direcciones, cuando escuché—: Pero lo harás sola…

Mis ojos se abrieron y lo observé de inmediato.

Nuestros ojos permanecieron así por mucho tiempo, hasta que lo vi sonreír.

—No… no comprendo.

—¿Qué no entiendes?

—El hecho de hacer yo misma le negocio… quiero decir…

—Pondré toda mi confianza en ti… y a la vez me demostrarás de lo que estás hecha… Son 30.000 dólares al mes.

Sentí que me vibraba el alma.

—¿Y si fallo?

—No puedes fallar…

—¿Me despediría?

Esa sonrisa cruel se esparció por su perfecta cara, y luego se acercó a mí, para chasquear la lengua.

—Despedir es una simpleza, princesa Anastasia… en mi mundo se vive de otra forma.

Pegué mi espalda al respaldo, y solo pensé en una persona que podría acompañarme a un sitio como ese.

Jamás había pisado un bar en toda mi vida, y sin duda alguna debía confiar en Sibel para esto. No tenía otra salida.

El vuelo fue demasiado largo, algunas veces me despertaba cuando me ofrecieron un poco de comida chatarra, pero no comía ese tipo de cosas.

Entre mis despertares nocturnos, pude notar que había una mujer con el jefe, porque tenían una diversión y sus risas llegaban a mis oídos desde su salón privado.

Llegar a los Estados Unidos fue una sorpresa muy grande, me sentía eufórica, ni siquiera a los centros comerciales había salido, y cuando llegamos a una suite que el jefe había reservado, y contaba con varias habitaciones, tuve que soltar el aliento ante el lujo despilfarrado en cada cosa.

Aunque no me adaptaba a estar tan junta a él.

Mis padres se morirían si supieran que compartía un piso con mi mismo jefe.

Estaba buscando un vaso de agua, eran como las once de la noche cuando escuché la puerta, y allí vi que el jefe entró con una mujer rubia y se quedó perplejo al verme en mitad de la sala.

—¿Tú? ¡Oye…! —él se apresuró a tomar su billetera y sacó un montón de dólares—. Ve y compra algo de comida… distráete… 

No pude evitar girar hacia la chica, que se reía escandalosamente.

—¿Quién es ella…? —preguntó, y fue evidente que no estaba en su conciencia. 

—La asistente Kozlov… —dijo el jefe, los dos se rieron, y luego desaparecieron de mi vista.

Y mandato era mandato, así que me puse un abrigo, y me fui a las escaleras de emergencia a esperar que, al menos, esos dos se quedaran dormidos.

Sin embargo, algo iba rondando en mi cabeza, y por primera vez pensé algo que estaba fuera de mi forma, y de todo lo que yo era:

¿Qué se sentiría, ser una mujer admirada por un hombre como él?

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