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CAPÍTULO 4 — Nos vamos de viaje.

Anastasia.

Los días siguientes fueron caóticos, la alarma se encendió en mi cabeza todo el tiempo, porque sí, todos los asuntos de este hombre eran muy ilegales y yo me la pasé toda la semana intentando rezar por cada fraude que hacía.

El lunes por la mañana por primera vez estuve en la empresa del señor Kozlov, y estaba hecha un lío hasta cuando llegó una pareja a verlo. Este era el mismo hombre que vi salir aquella vez del edificio, pero esta vez estaba acompañado por una mujer muy hermosa, que me envió una sonrisa y a la vez calmó mi ansiedad.

Y para cuando me di cuenta, en medio de la semana estaba metida en un lío de secuestro, ya que a la señorita Sibel la habían raptado en mi compañía.

—¿Cómo estuvo tu día? —Miré a mi madre por la noche después de todo el suceso y quise arrojarme en sus brazos para ponerme a llorar, pero le mostré mi rostro más relajado.

—He tenido mucho trabajo… pero estoy bien… —ella apretó mis hombros.

—¿Sabes? Le prepararé a tu jefe una de mis pierogis… —Abrí los ojos de inmediato un tanto preocupada.

—No má… él es… no creo que…

—Ya, ya… lo haré y listo… verá si se lo come o lo rechaza…

Tuve pesadillas esa noche, y al levantarme y ver mis ojeras, pude predecir que esté sería un día de la paila.

Yo traté de escabullirme de mi madre, pero ahora estaba cerca de la estación de bus, con un pastel de pierogi caliente en mis manos, y no tenía idea, de cómo llegaría con esto a mi jefe.

Quería morirme.

—¿A dónde vamos? —pregunté al chofer que se dirigía a un lugar diferente de lo acostumbrado, y él respondió de forma monótona.

—A la mansión de jefe…

—¿Qué?

No hubo una palabra más, pero de cierta forma, me sentí abrumada.

Casi se me caía la baba al admirar semejante casa, al menos metros y metros de pinos antes de llegar, y literalmente el chofer tuvo que sacudir mi hombro para sacarme de mis pensamientos en cuando estuvimos en el lugar.

—Puede entrar…

Caminé insegura todo el tiempo, y me anuncié en la puerta dando los buenos días.

—El jefe está en la parte de afuera… —no pude entender que parte de afuera, pero una enorme piscina se vislumbró en mis ojos cuando pasé como tres áreas de la casa.

La visión fue, demasiado.

Mi jefe estaba saliendo del agua con un bóxer ajustado a su cuerpo, mientras literalmente aparecía muy desnudo a solo unos metros de mí. Su cuerpo era muy grande, sus músculos definidos, y tenía muchos tatuajes diabólicos en sus brazos.

—La asistente Kozlov… —saludó con su acostumbrada arrogancia.

—Anastasia… —corregí rápidamente, y su sonrisa se ensanchó.

—¿Qué es? —él señaló mi plato cubierto, mientras mis mejillas enrojecieron.

Me costó mucho, demasiado decirlo.

—Mi madre… ella… quería… agradecer que usted… es para usted…

—¿De verdad? —el jefe vino a mí, incluso me mojó con sus gotas, y tomó el plato—. ¿Qué es?

 —Pierogi…

—¿Dulce?

Asentí varias veces.

Él no tuvo tacto, arrancó un pedazo de pastel, y lo llevó a su boca. Sus ojos se cerraron con fascinación, y lo vi realmente degustar la comida.

—¡Qué rico…! —Habló con la boca llena, y luego me miró—. ¿Quiere?

Intenté negarme, pero él ya estaba partiendo otro pedazo, y sin siquiera preguntar, llevó sus dedos a mi boca.

La situación fue tan bárbara para mí que tuve que retroceder dos pasos cuando sus dedos hicieron contacto con mi cara. Sostuve rápidamente el pastel que casi se caía, y antes de incluso masticar, lo vi lamer sus dedos.

No podía dar un trago con esta sensación tan apremiante que me tomó por sorpresa, y para colmo pude escuchar lo que dijo:

—Eres muy mojigata… —fue una mezcla de vergüenza con indignación, iba a decirle cualquier cosa, pero me frené y lo pensé mejor.

—Señor… fui contratada por usted para cuidar sus finanzas…

Y su sonrisa se borró.

—Como sea… dale gracias a tu madre… está exquisito.

Asentí y luego miré la piscina.

—¿Quiere bañarse, Anastasia…? Aunque no tengo enterizos aquí…

Por supuesto se burlaba de mí.

—No, señor… creo que hace frío…

Su ceño se frunció, pero guardó silencio, así que proseguí. No quería mirar su cuerpo semidesnudo, ni mucho menos esos dibujos de la muerte en su piel, que me causaban escalofríos.

—¿Puedo trabajar aquí? —él negó todas las veces.

—No… el motivo por el cual estás aquí… es que debes prepararte… nos iremos a los Estados Unidos en unos días…

Un mareo grande se apoderó de mí.

—¿Estados Unidos? —el jefe se acercó a mí de golpe, y antes de que pudiera decir alguna cosa, perdí un poco la visión.

Cuando parpadeé varias veces, sentí unos golpes leves en mi mejilla, y cuando abrió los ojos obteniendo la visión completa, ese rostro estaba muy encima de mí.

—¿Anastasia? —el jefe golpeó mis mejillas sin decoro—. ¿Tendré que darte reanimación?

Eso fue clave para que me levantara de golpe.

Quité sus manos de mi rostro, y fui como un proyectil. El hombre levantó las manos, y sonrió.

—No hice nada… no mancillé tu santuario…

—Señor… —estaba totalmente avergonzada hasta la médula.

—Parece que la noticia te sentó mal… pero debes viajar conmigo… haré unos negocios, y para eso estás…

Aunque tenía una negación muy grande en el cuerpo, asentí.

—Claro… yo… claro… iré… ¿Cuándo será?

—En dos días exactamente… ya sabes, llévate ropa de fiesta… de esa sexy que sueles traer para que te diviertas…

Él sonrió de oreja a oreja, pico su ojo, y antes de retirarse de mi frente, golpeteó mi nariz con su dedo índice.

Y lo juro, o aún estaba afectada por la noticia, la pérdida de la conciencia durante unos segundos, o ese gesto me había hecho algo.

Tuve que sentarme en la silla cuando mis rodillas temblaron, y tomando mi cadenita que colgaba en mi cuello, con los dedos, solo pude decir:

—Ana… No…

 ***

PIEROGI: pastel típico ruso, dulce o salado.

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